El reciente motín en Rusia reveló grietas en el régimen del Presidente Vladimir Putin y generó esperanzas en Occidente de que sus días en el poder estaban contados. Hay dos razones para la cautela: los autócratas tienen un notable poder de permanencia y rara vez son reemplazados por un gobierno democrático.
Las imágenes de cientos de hombres fuertemente armados que avanzaban en un convoy hacia Moscú plantearon la posibilidad de que el hombre que inició la guerra en Ucrania y ha dominado la política rusa durante más de dos décadas podría perder el poder. Perforó el aura de invencibilidad e inevitabilidad de Putin.
Sin embargo, una semana después, Putin todavía está a cargo y su posible rival, Yevgeny Prigozhin, está en el exilio.
“No deberíamos sorprendernos”, dijo la semana pasada el secretario de Defensa de Reino Unido, Ben Wallace. “El Estado ruso ha sido diseñado durante 300 a 400 años para proteger al zar”.
En las décadas de 1980 y 1990, las dictaduras militares en América del Sur dieron paso a la democracia, los regímenes comunistas cayeron y los movimientos de protesta expulsaron a dictadores como Ferdinand Marcos, de Filipinas. Más gobiernos autoritarios cayeron en la Primavera Árabe y las llamadas revoluciones de color en las exrepúblicas soviéticas.
Pero los autócratas están demostrando ser más resistentes en estos días. Ha surgido una especie de libro de jugadas de supervivencia del régimen, con Estados que combinan la fuerza letal y arrestos generalizados para detener las protestas, atacando a los líderes de la oposición con asesinatos selectivos, encarcelamiento y exilio, y permitiendo que las poblaciones descontentas se vayan.
Los regímenes de Bielorrusia a China y Venezuela también han estado cooperando más estrechamente para resistir la presión diplomática de Occidente, eludir las sanciones económicas y emplear tecnologías de vigilancia cada vez más sofisticadas para realizar un seguimiento de los disidentes.
En los últimos años, las autoridades de Bielorrusia, Camerún, Cuba, Hong Kong, Irán, Tailandia, Nicaragua y Venezuela han logrado sofocar movimientos de protesta popular generalizados.
Los incentivos para que los dictadores dejen el poder también han cambiado. En el pasado, un hombre fuerte podría haber sido persuadido para llevar sus millones de dólares a un cómodo exilio en el sur de Francia o el Caribe. Pero eso se ha vuelto menos posible con el surgimiento de la Corte Penal Internacional y la perspectiva de sentencias de prisión de por vida.
Ninguno quiere sufrir el destino del hombre fuerte libio Muammar Gaddafi, quien fue asesinado a golpes por una turba enfurecida. El propio Putin ha visto repetidamente el video de la muerte de Gaddafi, según un libro de 2019 del director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), William Burns.
Sin contar reyes, emires y otros monarcas, el mundo de hoy tiene al menos 30 autócratas, líderes que se roban las elecciones o no las celebran mientras usan la fuerza extrajudicial para permanecer en el poder, dijo Moisés Naím, de Carnegie Endowment for International Peace. La mayoría están en África y Asia, pero hay tres en América Latina y dos en Europa. Tres dominan los arsenales nucleares: Putin, de Rusia; Xi Jinping, de China, y Kim Jong Un, de Corea del Norte.
Personas en docenas de países obtuvieron su libertad en las décadas de 1980 y 1990, pero el progreso se ha estancado desde 2005. El año pasado fue el decimoséptimo consecutivo en que la libertad global, según la medición de Freedom House, un think tank de Washington, ha disminuido.
Una vez que un autócrata como Putin está incrustado, erradicarlo es extremadamente difícil, dicen los politólogos.
“Cuanto más tiempo permanezcan en el poder, cuanto más grande sea la red de patrocinio que establezcan, más difícil será alterar esa red de patrocinio”, dijo Jonathan Eyal, director internacional del Royal United Services Institute de Londres. “Por lo tanto, se requiere una sacudida bastante sustancial para reorganizarse”.
La fuente obvia de tal sacudida es la guerra. Un colapso repentino de las líneas rusas en Ucrania podría ser un impacto lo suficientemente grande como para sacudir al Kremlin. Cuanto más se prolongue la guerra y peor se ponga la economía de Rusia, más difícil será la posición de Putin.
Sin embargo, los autócratas rara vez pierden el poder durante una guerra. Incluso si sufren una gran derrota, el registro histórico es mixto. Saddam Hussein, de Irak, perdió la primera Guerra del Golfo y sobrevivió a una breve guerra civil para gobernar durante otros 12 años antes de la invasión estadounidense de 2003.
Por otro lado, la Guerra de las Malvinas condujo al derrocamiento de la junta militar en Argentina, y los generales de Grecia cayeron del poder después de respaldar un golpe de Estado en Chipre, que condujo a una invasión turca en 1974.
La diferencia en esos resultados es reveladora. Hussein, como Putin, lideró una autocracia personalizada construida alrededor de una sola figura en oposición a una autocracia institucional construida alrededor de un partido, militar o familia real.
Las autocracias personalizadas son más difíciles de erradicar, porque todo el sistema se basa en una sola persona. También es menos probable que den paso a una transición negociada o a una democracia como resultado, dicen los politólogos. Vale la pena señalar que China ha pasado recientemente de una autocracia institucional a una más personalizada bajo Xi.
En Nicaragua, el dictador comunista de la década de 1980, Daniel Ortega, que a menudo gobernó con otros sandinistas de alto rango, dio paso a elecciones bajo la presión de Estados Unidos. Ahora tiene una carrera aún más prolongada en el poder en un sistema diseñado no en torno a una ideología o partido, sino en torno a él y su esposa.
Desde el final de la Guerra Fría, el típico autócrata que había gobernado un país durante 20 años y tenía al menos 65 años terminó gobernando durante unos 30 años, según Andrea Kendall-Taylor, investigadora principal del Center for a New American Security, y Erica Frantz, profesora de ciencias políticas en la Universidad Estatal de Michigan. Los autócratas personalizados han durado aún más: hasta 36 años. Putin tiene 70 años y ha estado en el poder durante 23 años.
La pareja también encontró que desde el final de la Guerra Fría, los regímenes autoritarios han sobrevivido al 89% de los líderes de larga data que murieron en el cargo.
“Después de Putin, habrá Putin, solo depende de qué tipo de Putin”, dijo Stephen Hall, profesor de política en la Universidad de Bath y experto en Rusia.
Un intento de golpe o un levantamiento que fracasa puede fortalecer la mano de un autócrata. Tras un golpe de Estado fallido en 2016, el Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, destituyó a decenas de miles de oficiales militares, funcionarios públicos, jueces y gobernadores, lo que le otorgó un mayor control sobre las instituciones del país.
James Nixey, jefe del programa Eurasia-Rusia en Chatham House, un think tank con sede en Londres, dijo que un amigo en Rusia le dijo la semana pasada que las élites se habían consolidado en torno a Putin y que sería un error si Occidente supusiera que el líder ruso había sido gravemente debilitado.
“Si bien nunca se sabe con certeza qué sucede detrás de escena, la evidencia que tenemos es que los servicios secretos se quedaron con él, ninguno de la élite parece haber desertado y él parece tener el control”, manifestó.
Las autocracias se han ayudado unas a otras. Cuba envió sus propios agentes del servicio secreto para reforzar el servicio de seguridad interna de Nicolás Maduro en Venezuela. Putin apoyó al Presidente Alexander Lukashenko en Bielorrusia cuando se enfrentó a los manifestantes en 2020-21. Lukashenko ahora ha devuelto el favor al recibir a Prigozhin.
En toda África, los hombres fuertes recurren cada vez más a líderes autocráticos como Xi y Putin en busca de alternativas a la narrativa occidental a favor de la democracia, así como las herramientas para mantenerse en el poder, desde el dinero de Beijing para financiar proyectos de infraestructura y tecnologías de vigilancia para mantener a los opositores bajo control hasta los suministros militares y el músculo de la desinformación del Kremlin. Yoweri Museveni, de Uganda, ha confiado en la vigilancia construida por China para vigilar a sus rivales.
Los autócratas en Guinea, Burkina Faso, Sudán y Mali han sido derrocados por militares, solo para ser reemplazados por otros hombres fuertes. En Sudán, una lucha de poder mortal entre los dos principales generales, que trabajaron juntos para derrocar al déspota Omar al-Bashir en 2019, ha convertido a la capital, Jartum, en una zona de guerra activa desde abril, desarraigando a casi tres millones de personas de sus hogares.
Si se derroca a Putin, es posible que un autócrata aún más agresivo ascienda al poder, lo que aumenta la probabilidad de una escalada con Occidente, dicen funcionarios occidentales. Así que quizás el resultado más favorable sea que la guerra de Putin en Ucrania fracase y que esté debilitado e incapaz de proyectar la fuerza rusa en el extranjero, afirman.