Ni el accidente nuclear de Chernóbil, el fin de la Unión Soviética o la tensión política que se vivió en los últimos años en Ucrania habían conseguido traer a José Palma (75 años) de regreso a Chile. La guerra con Rusia, en cambio, hoy lo tiene junto a su familia -mitad chilena, mitad ucraniana- instalados en Chillán.

Fue en 1973, cuando en el país se preparaba el golpe de Estado que derrocaría al Presidente Salvador Allende, que este obrero de la desaparecida textilería Hirma fue elegido para un viaje de perfeccionamiento a Moscú, donde adquiriría el conocimiento sobre ingeniería en mecánica industrial que en aquella época escaseaba en el país.

Pero a los pocos meses entendió que el retorno no era una opción viable. “Allá me encontró el golpe de Estado y simplemente no fue posible regresar. Muchos compañeros que lo hicieron fueron fusilados en el mismo aeropuerto, así que yo entendí que no podía regresar”, recuerda.

Pasaron los años, recorrió Suecia y Alemania, hasta que al final se aposentó en Zaporiyia, uno de los polos industriales de Ucrania, ubicada geográficamente al centro sur del país. “Allí trabajé en la fábrica de autos de Zaporiyia (ZAZ) hasta que me jubilé. Me encargaba de crear y mantener la maquinaria que los fabricaba”, asegura.

Estaba allá cuando comenzaron los bombardeos. Pero cuando se intensificaron y empezaron a ocurrir en la ciudad, decidió emprender el viaje de retorno a Chile, casi cincuenta años después de haber llegado, ahora junto a su esposa, Ana Kisil (67), además del hijo de ambos, Iván (30), su nuera María Semeshko y su nieta, Alisa Palma (3).

De izquierda a derecha: Ana Kisil (67), su esposo José Palma (75), María Semeshko, su marido, Iván Palma, y la hija de ambis, Alisa Palma (3).

Yo estaba dispuesto a quedarme en Ucrania pase lo que pase, pero en la embajada nos llamaban todos los días para convencernos de que saliéramos, que nos iban a prestar ayuda”, cuenta ahora, a dos meses de su arribo. Sin embargo, aún se cuestiona si su decisión fue la correcta: “Cumplieron solo con traernos hasta el aeropuerto, nada más”.

Durmiendo en el living

Actualmente, hay 12 familias chileno-ucranianas, 59 personas en total, que se han organizado para pedir el refugio en Chile. Todas debieron escapar de la guerra prácticamente con lo puesto, para retornar a Chile. Al no traer toda su documentación, han tenido problemas con la homologación de sus vacunas contra el Covid-19 o incluso la regularización de sus matrimonios.

La de José Palma y Ana Kisil es una de ellas. En su caso, ellos llegaron a la casa de una hermana de José, donde se quedaron de allegados hasta la semana pasada, pero la falta de espacio -pues dormían en el living-comedor del hogar- obligaron al matrimonio a salir de allí.

José asegura que desde el municipio de Chillán y el gobierno les ofrecieron ayudas, pero que aún no han recibido nada. “No entiendo cuál es la demora. Todos los países que están recibiendo migrantes como nosotros, los reciben bien, les entregan ayuda y no los dejan botados a su merced. Nosotros estamos botados, sin poder trabajar, sin ayuda de nadie. Así, yo prefiero regresar a Ucrania”, señala Palma.

Similar es el presente que vive Felipe Albornoz. Él llegó el 12 de marzo junto a Tetyana Pohotovka (26), su esposa, y Zoriana, la pequeña hija de un año. Actualmente viven de allegados en casa de una hermana, donde han debido acomodarse para pasar estos días.

Felipe Albornoz, Tetiana Pohotovka y la hija de ambos, Zoriana. Foto: archivo personal.

“Por suerte encontré un trabajo manejando maquinaria en una empresa. Con eso puedo alimentar a mi familia, pero no me alcanza para pagar un arriendo”, explica. El gran problema que tiene, comenta Albornoz, es que debe acompañar a su esposa a todos los trámites de regularización de documentos al Registro Civil, pues ella no habla español, lo que le ha complicado en su trabajo.

“La familia de mi esposa está refugiada en Polonia y su historia es completamente distinta. Ellos están recibiendo vivienda, un pedido de supermercado a la semana, salud y dinero para poder hacer sus cosas”, compara Albornoz, quien lamenta que si la situación sigue igual, deberá retornar junto a su esposa a Europa. “Ella se siente mal acá, sobre todo porque sus padres le cuentan cómo están ellos allá, donde han tenido de todo tipo de ayuda”.

La respuesta del gobierno

Pasan los días y el escenario comienza a ser más complejo para los ucranianos y sus familiares chilenos. Las familias que se han organizado consiguieron presentarle este problema a las autoridades a través de la diputada Joanna Pérez (DC), quien los llevó a una comisión de Interior de la Cámara.

Solo hemos tenido reuniones con el director del Servicio Nacional de Migraciones, Eduardo Thayer, y con el asesor del Subsecretario de Interior, Miguel Yaksic”, explica Chriss Mac Millan, una de las voceras de las familias chileno-ucranianas.

De aquellas reuniones, por ahora, solo han conseguido promesas. “En la práctica, no hemos recibido nada, solo tres promesas: la primera, es que todo ucraniano que postule a refugio, recibirá una visa temporaria por ocho meses, aunque el director nos prometió que antes de los ocho meses van a tener su condición de refugiado con visa de residencia permanente; la otra, una giftcard con 500 mil pesos para comprar en un supermercado y, la tercera, es un subsidio de arriendo de $ 1.200.000″, asegura la periodista.

Desde el gobierno, en cambio, aseguran que ya están trabajando para ayudarles. “A la fecha, se han formalizado 59 solicitudes de refugio a personas de nacionalidad ucraniana, a quienes se les ha otorgado visa temporaria para solicitantes de refugio, según lo que establece el artículo 32 de la ley 20.430, de 2010″, señalan desde Migraciones.

“Todos ellos se encuentran amparados por las disposiciones de protección que la normativa de refugio contempla, permitiéndoles realizar actividades laborales, obtener una cédula de identidad con la misma vigencia de su visado y acceder a todos los servicios sociales que están a disposición de los residentes temporales”, profundizan.

Sin embargo, las familias explican que pese a tener ya la visa, conseguir un carnet no ha sido sencillo. “Te dicen una cosa, que no necesitas mostrar ningún documento más, pero llegas al Registro Civil y te encuentras que sí necesitabas presentar algo”, expone Rodrigo Espinoza, otro de los voceros de las familias refugiadas.

Desde Interior, en cambio, explican que con los datos ya levantados se encuentran gestionando un apoyo económico para ellos a través del Fondo de Organización Regional de Acción Social (Orasmi).

Actualmente, estamos gestionando apoyo para compra de insumos de supermercado, con una vigencia de un año, de forma de poder satisfacer su requerimiento de alimentos y artículos de higiene, por un valor de $ 500.000 pesos, cada una”, aseguran. Además, reconocen la preparación de un copago único de $ 1.200.000 para arriendo y el pago de servicios básicos.

“Las familias, en diferentes reuniones que hemos sostenido, nos han mencionado la dificultad en el idioma, por lo que financiaremos el pago de cursos de aprendizaje, otorgando prioridad a las personas de nacionalidad ucraniana, así como asistencia social a las personas que así lo requieran, previo proceso de evaluación de situación social”, profundizan.

Pero sin nada en la mano, los chilenos que llegaron con sus familias ucranianas escapando de la guerra aún miran hacia Europa. “Yo nunca quise renunciar a mi ciudadanía chilena, porque siempre amé mi patria. Vine pensando en que la historia sería distinta, pero no. Mejor me hubiese quedado allá”, se lamenta José Palma.