En el contexto de las conmemoraciones por el Golpe de Estado de 1973, el diputado francés de origen chileno, Rodrigo Arenas, fue invitado a participar en la Cumbre Internacional por la Democracia y los Derechos Humanos: Allende 50 Años en la comuna de Recoleta. Aprovechando la ocasión, el congresista aterrizó ya en Buenos Aires, para luego ir a Jujuy y de ahí cruzar la cordillera.
En entrevista con La Tercera desde Francia poco antes de emprender viaje, el diputado por La Francia Insumisa nacido en Valparaíso comenta los motivos de su visita, así como su visión de cómo debería desarrollarse la transición ecológica y el costo ambiental de los autos eléctricos.
¿En qué consistirá su participación en la Cumbre Internacional por la Democracia y los Derechos Humanos, y qué importancia tiene para usted hablar en este momento, a 50 años del Golpe de Estado?
Mi participación irá cerca de algunos temas. Soy hijo de exiliados políticos aquí en Francia, llegué a los cuatro años. Partí siendo el primer presidente de la organización de padres y apoderados de Francia, lo mío fue sobre todo temas escolares, y me llevó finalmente a que me pidieran candidatearme dentro de la unión de la izquierda para ser diputado. Acepté y salí elegido por París.
Y resulta que en Francia han sucedido dos acontecimientos importantes en dos rondas electorales diferentes, que son las últimas presidenciales. Ahí, la ultraderecha llegó a la segunda vuelta frente a Emmanuel Macron. Y que puso a la izquierda en una situación complicada, porque yo, por ejemplo, siempre llamé a votar por el candidato que se oponga a la extrema derecha, sin ningún problema. Pero en esta última ronda llegó otra situación, que fue que la extrema derecha llegó a tener 89 escaños en la Asamblea Nacional.
Hay un gran rechazo, en general, a la clase política, y creo que en Chile también. Entonces, dentro del panel lo que voy a hablar es el tema del Golpe de Estado y la ultraderecha, o sea, cómo mueren las democracias, cómo se instala un sector así en el largo plazo, y cómo logra hegemonizar a la ciudadanía, intentando de llevar una batalla cultural en que sus medidas de control social se banalizan.
Por ejemplo, Marine Le Pen va a decir claramente que el problema fundamental de Francia es la migración. Entonces, sacando los migrantes están solucionados los problemas. Evidentemente es una ecuación superburda. Ella juega sobre el miedo de la gente para buscar culpables. La idea no es buscar culpables en las crisis y dificultades en un supuesto enemigo interior, que en el caso de Le Pen son los migrantes.
¿Cómo incide su experiencia familiar, en tanto hijo de exiliados, en su decisión de entrar en política?
Mi integración acá en Francia fue la integración de cualquier migrante. Tengo esa experiencia, y viví esa experiencia en las afueras de París, donde están los trabajadores, donde están los migrantes, donde está la clase obrera, toda esa ciudadanía con la que uno puede constatar las injusticias muy rápidamente, y en particular con mis compañeros de clase. El hecho de ser exiliados mis padres me había dado un capital cultural que me permitió llegar a lo que acá se llama el Liceo General, que es donde van las “buenos alumnos”. En tanto, todos mis amigos y amigas en su gran mayoría, que tenían la particularidad de ser migrantes, terminaron en el Liceo Técnico y Profesional para aprender un trabajo. Entonces me metí a la política por el sentimiento de injusticia y por la segregación de hecho que yo vi en la escuela.
Viendo de lejos el desarrollo de la política en Chile, ¿cómo califica la situación actual?
He visto un tanto los últimos resultados electorales, y claro, al verlo con muchas pinzas, con cuidado, lo que pienso es que las dificultades en el movimiento social son precisamente por la desmovilización. No es solo que exista una ultraderecha o un fascismo, no se reduce a eso. Se trata de decir qué es lo que vamos a hacer, y cómo lo vamos a hacer, y con quiénes, y sin defraudar. Porque al final uno gana cuando convence, y no creando susto.
Cuando me crie en Francia, en el exilio chileno y éramos jóvenes, había esta idea de que Chile era un poco como la Guerra de las Galaxias, y que Pinochet era Darth Vader y nuestros padres eran los Jedi. Cuando voy a Chile, me doy cuenta de que hay más matices: que había gente que apoyaba a Pinochet, o a lo que representaba, y que se contestaba un poco el legado de Allende. Entonces lo que digo es que la política no es blanco y negro, son matices, y eso es lo que no hay que perder de vista.
En la gira que está haciendo por América Latina, visitará lugares mineros, tanto en Argentina como en Chile. ¿Por qué?
Lo que pasa es que soy diputado de París, y la opción que tomó la alcaldesa de París, y el Estado con Macron, es de apostar en el auto eléctrico. Y el auto eléctrico fundamentalmente funciona con baterías de litio, y resulta que no me cabe en la cabeza que París desarrolle su movilidad individual con el auto eléctrico sin que pague el costo ecológico que eso significa en los países que producen el litio, como Chile, Bolivia y Argentina, principalmente en el triángulo del litio.
Concretamente, Francia está dispuesta a pagar un costo justo a los trabajadores, como herencia de la idea del “comercio justo”, una herencia de los 90, pero aún no paga el costo ecológico. Significa que si se desarrolla el auto eléctrico en Francia, en Europa y en el mundo, ¿quién pagará por el agua? ¿Por la biodiversidad que desaparecerá? ¿O por la gente que tendrá que desplazarse seguramente?, ¿o las enfermedades que son propias de la actividad minera?
Entonces mi viaje consiste en eso, en ver cómo funciona eso en terreno, escuchar a la gente y a la población indígena que, por ejemplo, está en Jujuy. Y de ahí, quiero traer a Francia el hecho de que no se puede establecer un comercio responsable si no se paga el costo ecológico.
El problema del agua, el problema de la biodiversidad y la gente que vive ahí. No puede desarrollarse una industria expropiando a la gente que vive ahí, que además en algunos territorios se trata de tierras ancestrales.