Después de haber sido un magistrado desconocido en gran parte de Brasil, bastó que en marzo de 2014 el entonces juez de Curitiba, Sérgio Moro, asumiera la investigación en primera instancia de la llamada Operación Lava Jato para que llegara a convertirse para algunos en una suerte de “héroe nacional”.
En septiembre de 2017 el nombre de Moro aparecía bien posicionado para las elecciones presidenciales de 2018. Incluso algunos sondeos lo mostraban como el único que podía derrotar al ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva. Pero ese mes, en una entrevista con La Tercera, el juez descartaba cualquier aventura presidencial. “Ya declaré públicamente más de una vez que soy candidato sólo a proseguir en la carrera de la magistratura. No existe ninguna posibilidad de una carrera política”, dijo entonces.
Si bien no fue candidato en 2018, sí entró en la política. Tras jugar un rol clave en la investigación que ese año llevó a Lula ser condenado por corrupción y lavado de dinero en el marco de la Operación Lava Jato y que le impidió al líder del Partido de los Trabajadores (PT) presentarse a las elecciones presidenciales debido a sus antecedentes penales, el nuevo Mandatario surgido de esos comicios, Jair Bolsonaro, nominó a Moro como su ministro de Justicia y Seguridad Pública.
“Nunca hubo animosidad personal mía con relación al expresidente (Lula). Cuando un juez falla y dicta una pena, no trae ninguna satisfacción personal”, dijo Moro sobre el petista en julio de 2020, tres meses después de haber abandonado el gabinete de Bolsonaro tras acusar “interferencia política” del Presidente en la Policía Federal.
En esa misma oportunidad, salió al paso de los cuestionamientos sobre su designación como ministro. “Una cosa no tiene nada que ver con la otra, es decir, la condena del expresidente y la elección de Bolsonaro en 2018”, enfatizó. Y, una vez más, descartó aspirar al sillón presidencial del Palacio de Planalto. “Las elecciones para mi están muy distantes. No es algo en lo que estemos pensando ahora. Es pura especulación”, dijo entonces.
Pero hoy, cuando Lula nuevamente está en carrera por la presidencia -luego que el juez del Supremo Tribunal Federal (STF), Edson Fachin, anulara las sentencias de prisión dictadas en primera instancia, permitiéndole recuperar sus derechos políticos (ver recuadro)-, la figura de Moro vuelve a sonar como opción en la disputa por el sillón de Planalto.
En la primera encuesta realizada tras la habilitación política de Lula, un sondeo de CNN Brasil ubicó a Bolsonaro en el primer lugar de las preferencias de cara a una primera vuelta presidencial en 2022, con un 31%, seguido por Lula, con el 21%. En tercera posición se situó Moro, con un 10%.
“Moro tiene muy buen potencial como candidato, porque consiguió agrupar una masa electoral de la clase media que compró su bandera del discurso anticorrupción y su imagen de héroe de la lucha contra ese flagelo social e institucional brasileño”, comenta a La Tercera Rafael Duarte Villa, analista de la Universidad de Sao Paulo.
Si bien el cientista político y académico de la Universidad Presbiteriana Mackenzie de Sao Paulo, Rodrigo Augusto Prando, reconoce que a causa de la Operación Lava Jato el exministro “tiene un conjunto de partidarios que no es despreciable”, cree que estos “no serían suficientes para dar a Moro una musculatura electoral que pudiera volverlo competitivo”. Además, considera que la decisión de Fachin de anular las condenas de Lula “debilita” la imagen política de Moro.
En ese sentido, Sylvio Costa, fundador del portal político Congresso em Foco, estima que la posibilidad de que Moro sea candidato “depende directamente del STF”. “Si él es declarado sospechoso (de mala praxis en el juicio de Lula), adiós candidatura. Si eso no ocurre, la posibilidad de disputar (la presidencia) queda abierta, al menos en el aspecto legal”, explica a La Tercera. Pero Costa es claro: “Con la decisión de Fachin y el regreso (aunque no definitivo) de Lula al juego electoral, volvimos al ambiente de polarización entre bolsonarismo y petismo”.