Cuando el soldado ucraniano Vitalii Khroniuk yacía boca abajo en el suelo cubriéndose del fuego de artillería de las fuerzas rusas, lamentaba no haber tenido un hijo.
Consciente de que podría morir en cualquier momento, Khroniuk, de 29 años, decidió probar la criopreservación; es decir, el proceso de congelación de semen u óvulos al que está recurriendo personal militar ucraniano ante la posibilidad de que no vuelvan a casa.
“No me da miedo morir; me asusta no dejar a nadie”, dijo Khroniuk, quien se enlistó rápidamente para la guerra sin pensar en su futuro cuando Rusia invadió Ucrania hace casi un año.
Cuando fue a casa en enero durante unas vacaciones, él y su pareja acudieron a una clínica privada en Kiev, la cual no cobra a los soldados la tarifa por criopreservación, la cual es equivalente a 55 dólares. La clínica ha congelado el semen de unos 100 soldados desde la invasión, dice la directora del lugar, la doctora Halyna Strelko. El servicio de concepción asistida cuesta entre 800 y 3.500 dólares.
“No sabemos cómo ayudar más. Sólo tenemos capacidad para hacer niños o ayudarles a que los tengan. Carecemos de armas, no podemos pelear, pero lo que hacemos también es importante”, dijo Strelko, cuya clínica tuvo que cerrar en los primeros meses de la guerra cuando Kiev estaba siendo atacada, pero reabrió tras la retirada de las fuerzas rusas en la zona.
Cuando Khroniuk dijo a su pareja, Anna Sokurenko, de 24 años, lo que quería hacer, ella tenía dudas.
“Fue muy doloroso reconocer que hay una posibilidad de que no regrese”, manifestó Sokurenko, quien añadió que aceptó tras una noche de reflexión.
La pareja conversó con The Associated Press cuando estaban en la clínica, en cuyo corredor había carteles de bebés sonrientes, incluido uno que decía: “Su futuro está protegido”. El laboratorio de la clínica tiene su propio generador de energía de respaldo que entra en funcionamiento durante las frecuentes interrupciones del suministro causadas por los ataques rusos con misiles contra la infraestructura eléctrica.
La doctora Strelko, quien trabaja en el sector de la fertilidad desde 1998, dijo que el servicio que ofrece a los soldados tiene una gran importancia ahora que se vive “una parte muy agresiva de esta guerra por la pérdida masiva de vidas”.
Las fuerzas rusas mantienen su avance en la ciudad oriental de Bájmut, acompañándolo de intenso fuego de artillería y ataques que se cree han causado grandes pérdidas de efectivos tanto de Ucrania como de Rusia. Ningún bando ha dicho cuántos han muerto.
Sokurenko y Khroniuk se casaron pocos días después de que visitaran la clínica, y él participa ahora en la lucha en la región de Cherníhiv cerca de la frontera. Ella cree que la posibilidad de tener un hijo, incluso tras perder a una pareja en la guerra, podría ayudar a sobrellevar el profundo dolor de la pérdida.
“Me parece una oportunidad muy importante para el futuro si una mujer pierde a su ser amado”, manifestó. “Entiendo que será difícil recuperarse de esto, pero le dará sentido a seguir luchando, a seguir viviendo”.
Nataliia Kyrkach-Antonenko, de 37 años, se embarazó mientras visitaba a su esposo en la línea de frente meses antes de que él cayera en combate. Su esposo, Vitalii, había ido a casa en Kiev a pasar unas breves vacaciones de 10 días antes de su muerte en noviembre, aunque alcanzó a ver el ultrasonido de su beba. Vitalii también visitó una clínica de fertilidad para congelar su esperma.
Kyrkach-Antonenko espera aprovechar el esperma para tener otro hijo más adelante. Dijo que lograr tener hijos de su finado esposo “es un apoyo increíble”.