Thomas Hale, politólogo de Oxford: “La gente en gran medida está de acuerdo en que el futuro importa”
Este intelectual invita a pensar en el largo plazo, reafirma la relevancia de las instituciones y se pronuncia sobre el futuro de la democracia. “Creo que para mí el optimismo se basa en la pregunta: ¿existe una manera práctica de mejorar el mundo? ¿Existe o no?”, apunta.
Thomas Hale, joven y destacado politólogo de Oxford, invita a pensar en el largo plazo y, de algún modo, abstraerse de la polarización del día a día para encontrar formas -y reformas- para construir el futuro. Este pensador se ha dedicado a examinar el cómo enfrentar los problemas transnacionales de manera justa y eficaz, y en cómo las instituciones políticas evolucionan para abordar los desafíos planteados por la globalización y la interdependencia, especialmente en temas medioambientales, económicos y de salud.
Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Princeton, ha escrito varios libros, incluidos Beyond Gridlock (Polity 2017), Between Interests and Law: The Politics of Transnational Commercial Disputes (Cambridge 2015). Además, es co-director del Net Zero Tracker y el Net Zero Regulation and Policy Hub. Vía Zoom desde su oficina en Oxford, conversa con La Tercera sobre su último libro, Long Problems: Climate Change and the Challenge of Governing Across Time (Princeton 2024).
En su definición, los “problemas largos” son aquellos cuyas causas y efectos están distanciados por más de una generación. Ello hace que a menudo ningún gobierno quiera sacrificar beneficios inmediatos para resolver problemas que la ciudadanía aún no considera graves, aunque esta inacción resulte finalmente más costosa, especialmente para las generaciones más jóvenes.
Pero es optimista igual. Y no quiere que se piense que la democracia no es capaz de resolver este tipo de desafíos: “Hay muchos ejemplos en todo el mundo de diferentes tipos de instituciones que están trabajando para ayudarnos a lidiar con desafíos a largo plazo y las enumero en varios capítulos. Por eso, soy bastante optimista y creo que podemos gestionarlo de forma más eficaz”. “El principal problema es que tenemos problemas del siglo XXI y tecnología y estructuras políticas del siglo XVIII. Las cuestiones que plantea un mundo interconectado no lo eran en la misma medida cuando se redactaron las constituciones”, apunta.
¿Qué tipo de incentivos se pueden implementar en diferentes países, por ejemplo en Chile, para que las instituciones puedan evitar el cortoplacismo y el daño a las futuras generaciones de la tiranía del presente, como dice usted?
Bueno, creo que hay muchas buenas herramientas que se pueden utilizar, pero una de las que creo que está realmente subvalorada es simplemente la información. El poner información sobre los impactos a largo plazo de una decisión determinada, ya sea una política u otra, en el proceso y convertirlo en algo obligatorio que se debe tener en cuenta; eso es realmente muy fácil de hacer. Lo hacemos todo el tiempo para la política fiscal o para otras áreas. Por lo tanto, tener algo así como una evaluación necesaria sobre los impactos ambientales a largo plazo, los impactos sociales a largo plazo y los impactos a largo plazo sobre la salud de una decisión, deja en claro que cuando una legislatura está votando sobre un nuevo proyecto de ley, o cuando un Presidente está firmando una orden ejecutiva, o cuando una agencia está implementando una nueva norma, tienen que tener eso en cuenta. Si ni siquiera haces la pregunta, no tienes cómo tener un buen resultado a largo plazo. Creo que, en el caso de Chile, sería fácil hacer una especie de evaluación del impacto informativo de las nuevas normas y regulaciones. Ese es el punto de partida.
¿Qué más falta?
Hay dos cosas que me encantaría ver en las sociedades democráticas. Una es que se haga un uso mucho mayor de diferentes tipos de lo que yo llamo “instituciones fiduciarias” (trustees) . Ya tenemos instituciones así como los bancos centrales o los tribunales, que tienen cierto aislamiento para la toma de decisiones y tienen la capacidad de centrarse en cuestiones que deben perdurar en el tiempo, como la política monetaria o la aplicación del estado de derecho. No se puede permitir que los políticos o las elecciones nos lleven para allá o para acá, porque no funciona. Y la sostenibilidad es un claro ejemplo de que ese tipo de enfoque puede ser muy valioso, porque es inherentemente de largo plazo, se necesita durabilidad en el tiempo y una gran experiencia técnica para orientar las respuestas.
¿Qué ejemplos de aquello hay?
Creo que California es probablemente el ejemplo más cercano que tenemos de un proceso de cambio climático dirigido por un fideicomisario. Eso es realmente importante, porque realmente no quiero que la gente se lleve el mensaje de que la democracia es mala para la gobernanza a largo plazo. En realidad, es obvio que la democracia es buena para la gobernanza a largo plazo, pero para complementar a estos organismos más tecnocráticos, es necesario contar también con organismos más participativos. Así, junto con una institución más parecida a un fideicomiso, se podrían institucionalizar unas asambleas ciudadanas que permitan a la gente participar en debates sobre lo que puede ser el futuro a largo plazo. Esos pueden ser aportes, momentos de fijación de agenda para que las legislaturas o los ministerios implementen políticas.
Usted da ejemplos así en Finlandia. Pero ¿cómo se pueden crear estas comisiones transversales, o fideicomisarios, en un clima de tanta polarización?
Este año, Kenia creó un nuevo comité en su Senado, para el futuro, y fue dirigido por un miembro de la oposición al gobierno keniano, y ahora tienen este comité en el Senado keniano que revisa los impactos a largo plazo de las diferentes leyes que se presentan. Como saben, este año Kenia también tuvo una gran crisis política en torno a la deuda; básicamente las generaciones más jóvenes dijeron, no tenemos recursos, ¿por qué deberíamos pagar el costo de esta deuda? Y este fue un tema importante que el comité discutió y está en el centro del conflicto partidista fundamental entre el gobierno y la oposición. Por eso no creo que se pueda sacar la gobernanza a largo plazo de la política, pero sí creo que se pueden mejorar los resultados de la toma de decisiones si se tienen estas herramientas. Y diría que, incluso en un contexto muy polarizado, la gente en gran medida está de acuerdo en que el futuro importa, en que deberíamos tener algún tipo de visión común al respecto. Si eres una persona muy conservadora podrías ver el futuro como una continuidad entre el pasado y, por ejemplo, los legados de llevar esto hacia el futuro. Si eres una especie de ambientalista radical, realmente crees que debemos invertir en el futuro, proteger los sistemas naturales. También tienes un profundo interés en el futuro. Son filosofías muy diferentes, compromisos éticos muy diferentes, pero un punto de conexión común. Pienso que podría haber una posibilidad para las sociedades polarizadas, de usar estas discusiones orientadas al futuro como un modo para superar esas divisiones.
Hablemos del cambio climático. A las instituciones internacionales, como la ONU y otras, les resulta muy difícil ofrecer soluciones, que deben ser de largo plazo por definición.
Como sabes, en un mundo de 193 Estados miembros, muchos de ellos en guerra, luchando entre sí, a vida o muerte todos los días, es obviamente muy difícil llegar a un acuerdo de cualquier tipo en el que todos los países puedan estar de acuerdo, especialmente cuando se trata de cuestiones tan difíciles como la reforma del Consejo de Seguridad o la reforma de la arquitectura financiera. Son temas muy amplios, por lo que esos son los límites de lo que se puede lograr con el multilateralismo. Pero creo que la Declaración sobre las Generaciones Futuras que surgió de esta cumbre es un ejemplo realmente importante de lo que Naciones Unidas pueden hacer bien. Establecer normas, fijar objetivos y fijar una agenda que ayude a impulsar las transformaciones y la gobernanza a lo largo del tiempo. Como en la década del 40, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo estaba saliendo de una época muy, muy difícil, aparece la Declaración Universal de Derechos Humanos, que no era más que una mera expresión escrita y no tuvo ningún impacto el primer día que se firmó, pero con el paso de las décadas se convirtió en la base de este sistema muy elaborado de gobernanza en torno a los derechos humanos. Obviamente, no hemos resuelto todos los problemas de derechos humanos, (pero) hemos avanzado mucho en la incorporación de este principio en la función básica de cómo se redactan las constituciones en todo el mundo. Por lo tanto, es una herramienta muy poderosa. Creo que eso también ocurrirá con el trabajo de Future Generations. Y en el ámbito del clima, creo que también es donde la ONU ha desempeñado un papel muy importante, con este cambio del modelo del Protocolo de Kioto al modelo del Acuerdo de París.
¿Por qué?
Porque cambió el enfoque, pasó de decir: todos vamos a estar de acuerdo, vamos a tener un tratado, tú haces esto, yo haré esto, todos estamos de acuerdo, si no lo hacen, habrá algún tipo de castigo. Ese tipo de enfoque regulatorio no ha funcionado en el ámbito del cambio climático. Fracasó en Copenhague en 2009. Pero el modelo de París es mucho más de abajo hacia arriba. Dice: haré esto y luego, cada cinco años, revisaremos lo que hacemos y nos comprometeremos a hacer más. Y desde que se firmó el Acuerdo de París, el mundo probablemente estaba en camino de un calentamiento de alrededor de 3,7 grados en 2015. Pero ahora, tras el momento de París y también el primer tramo de promesas en el marco de ese momento, nos encontramos en una trayectoria de algo así como 2,7 grados con las políticas vigentes, y tal vez algo así como 2,4 si se tienen en cuenta las promesas. Así que todavía estamos muy por encima de nuestro objetivo de 1,5 o 2 grados, pero muy por debajo de 3,7 grados.
¿Cómo afectan los ataques políticos a la agenda 2030 de la ONU, especialmente por parte de la ultraderecha?
Creo que es un problema muy antiguo. Estados Unidos nunca se unió a la Liga de las Naciones porque el Presidente Wilson, en su momento, propuso la idea de que la Sociedad de Naciones no consiguiera el apoyo de su propio Congreso en Estados Unidos para unirse a la organización. Y se podría decir que esa es una de las razones por las que la Sociedad de Naciones no tuvo éxito, porque no contaba con el respaldo del país más fuerte en ese momento. Yo lo interpretaría básicamente como que la gente de extrema derecha tiene miedo de ser controlada por fuerzas que están más allá de la nación, la comunidad, el grupo interno, por usar un término de las ciencias sociales, la gente que es “como nosotros”, no quiere que los demás tengan el control. Y la gobernanza global implica trabajar con otros, ¿no es así? Implica cooperación, implica negociación, a veces compromiso. Y eso es un anatema para un movimiento político que tiene la idea de que hay una nación pura que es la justificable y todos los demás son el enemigo. Obviamente no es una idea propicia para la cooperación.Por eso no creo que haya mucho que decir al respecto, salvo que esa clase de fuerza política muy arraigada, que existe en todos los países del mundo en algún grado, puede ser utilizada de nuevo como arma contra la cooperación internacional eficaz, incluso cuando es manifiestamente en interés del país. Va más allá de la racionalidad.
También usted habla de utilizar “tecnologías políticas” para alcanzar objetivos a largo plazo. ¿Cómo las define?
Con ello me refiero a diferentes tipos de instituciones, De modo que una organización, una ley, una política, un tratado, cualquiera de estos elementos podría serlo. En esencia, son las reglas del juego que rigen la toma de decisiones. Lo que quiero destacar en el libro es que cada tipo de ellas debe actualizarse para tener una perspectiva a largo plazo. No se trata de tener una sola cosa que esté aquí, que sea la comisión a largo plazo. Tiene que estar presente en todos nuestros sistemas de gobierno. Así que sí, la metáfora de la tecnología, supongo, es apropiada porque necesitamos hacerles un up grade.
Y, por último, como ha dicho, usted no es pesimista, pese al clima generalizado. ¿Cómo es su visión del futuro?
No soy pesimista porque hay muchas cosas que han mejorado y que están mejorando. Si nos fijamos en la cantidad de personas que viven en extrema pobreza, eso ha mejorado enormemente a lo largo de nuestras vidas. Si nos fijamos en algunas de las peores enfermedades que han matado a más personas, como la malaria, ahora hay vacunas muy prometedoras que están surgiendo. También estoy muy preocupado por el estado de nuestras democracias, en esencia, de nuestras instituciones políticas, y obviamente me preocupa el cambio climático y muchas otras de las tendencias que usted mencionó. Creo que para mí el optimismo se basa en la pregunta: ¿existe una manera práctica de mejorar el mundo? ¿Existe o no? Si existe, entonces es emocionante porque significa que podemos hacer cosas con nuestra voluntad y nuestras acciones. Cuando no tenemos esa oportunidad, no podemos ser optimistas porque no hay nada que hacer. Creo que si perdemos de vista ese optimismo, cerramos la puerta a la posibilidad de que nuestra propia voluntad marque una diferencia. Debemos aferrarnos a la idea de que podemos tener un impacto positivo porque, de lo contrario, no lograremos.
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