Los terremotos en el sur de Turquía y el norte de Siria, ocurridos el 6 de febrero, supusieron una de las mayores catástrofes sísmicas para ambos países en el último tiempo, superando a sismos como el acontecido en 1999, en el distrito turco de Izmit.

A la fecha, la cifra de fallecidos totales supera los 48.000 –aunque se estima que pueda aumentar-, cerca de 173.000 edificios en Turquía se derrumbaron o sufrieron graves daños, y para muchos, la situación vivida durante la catástrofe fue un equivalente a “vivir en el infierno”.

En este escenario apocalíptico, estuvo presente Aisha Harbalieh, supervisora de parteras de la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) en Azaz, al norte de Siria, quien vivió el caos y contó su historia en un testimonio de MSF, entregado a La Tercera.

Aisha Harbalieh, supervisora de matronas de MSF en el norte Siria, en un curso sobre reanimación de bebés. Crédito: MSF

Aisha vivía en un edificio de cinco pisos, junto a su marido, y sus tres hijos, cuando comenzaron los temblores a las 4:17 am. Tras unos segundos, la pareja se dio cuenta de que era un terremoto: “Sentimos que el edificio temblaba encima de nosotros”, contó en su testimonio.

Ella despertó a sus dos hijos y se los llevó, mientras su esposo buscaba y rescataba a Lareen, la hija menor, de dos años. Todos salieron del lugar sin saber exactamente que ocurría, y ayudaron a una vecina y sus hijos a salir de su edificio, mientras la señora gritaba por su marido, que no encontraban por ninguna parte.

En ese momento, la familia de Aisha y otras personas socorrieron a varios vecinos que estaban en los pisos superiores, que arrojaban a sus hijos para que ellos les ayudaran. El escenario y el ambiente era desgarrador: “Nuestras lágrimas se mezclaban con la sangre. No entendíamos lo que estaba pasando”, expresó.

Sima, hija de la artista siria Salam Hamed, sentada entre los escombros de los edificios dañados en la ciudad de Jandaris, Siria, el 22 de febrero de 2023. Foto: Reuters

Tras eso, Aisha se dio cuenta de que debía ayudar, por lo que salió a la calle a socorrer a quienes seguían en los edificios, incluso frente a los gritos de su marido, quien le pedía que volviera: “No podía quedarme quieta cuando tanta gente necesitaba ayuda”, relató.

Después de recorrer el barrio, verificando si había algún edificio derrumbado, volvió y abrazó a sus hijos, recordando la pérdida de su hijo mayor durante el bombardeo a Alepo, sintiendo que en ese momento debía proteger a sus hijos y resguardarlos en una zona segura. Ese día, pasaron la noche en la intemperie, bajo la lluvia.

Durante esas horas, los hospitales se desbordaron, debido a la gran cantidad de gente que llevó a los establecimientos, por lo que comenzaron a pedir equipo médico que ayudara en la emergencia. Aisha supo que debía atender la llamada.

Gracias a las palabras y el apoyo de sus hijos, Aisha se trasladó al hospital con mayor necesidad de médicos, donde trabajó como voluntaria en la zona de urgencias. Al mismo tiempo, mantuvo contacto constante con el equipo de MSF, quienes preguntaban por medicinas y materiales que necesitaba el hospital.

El ambiente dentro del recinto fue caos puro. Los cuatro quirófanos estaban colapsados, había más de 50 víctimas dentro del lugar, las salas estaban manchadas de sangre, faltaba equipamiento para que los cirujanos pudiesen hacer osteotomías (corte del hueso), e incluso una fuerte réplica sacudió el hospital a las 1 de la tarde, donde los paneles de metal del techo podían caerse en cualquier momento.

Guantes médicos sobre los escombros de un hospital apoyado por la Syrian American Medical Society (SAMS) y dañado por el mortífero terremoto de principios de mes en la ciudad de al-Dana, en Idlib, el 20 de febrero de 2023. Foto: Reuters

A esto se sumó la falta de ataúdes y bolsas para cadáveres, ya que la cantidad de cuerpos que llegaban al hospital era abrumadora.

Aisha fue testigo de cómo un hombre perdió a gran parte de su familia, quien veía como los cuerpos de sus familiares llegaban al establecimiento poco a poco: No podía soportarlo y estaba en estado de shock. No podía entender que toda su familia hubiera quedado sepultada bajo los escombros” relató ella, añadiendo que no era el único caso

Por otro lado, el equipo llevó a los niños presentes a la enfermería, para aislarlos del ambiente horrible y apocalíptico del hospital: “Intentamos aliviar el dolor de los niños todo lo que pudimos” expresó Aisha.

Otro caso que vivió la voluntaria fue cuando, a medianoche, reportaron que una niña se encontraba atrapada bajo los escombros, y que necesitaban a un ortopedista para amputarle el pie. A las 4 am, el médico, junto a un anestesista y otros médicos se dirigieron a la zona del derrumbe para rescatar a la niña, quien suplicaba que la sacaran de allí, incluso si eso provocaba la pérdida de su pie.

Según contó Aisha en su testimonio: “La escena era espantosa. Todo el mundo decía que parecía el fin del mundo”