Hace tres años, el 15 de agosto de 2021, los talibanes tomaron Kabul tras dos décadas de conflicto, pero Afganistán sigue sin encontrar la ansiada paz que prometieron los fundamentalistas, que han violado los derechos humanos, en especial de las mujeres, entre denuncias por tortura y ejecuciones.
El reportero y cineasta franco-afgano Mortaza Behboudi, refugiado en Francia desde 2015, fue uno de los últimos periodistas en informar para Occidente desde Kabul sobre la realidad del régimen talibán. Preso desde enero hasta octubre de 2023, sigue recogiendo las opiniones de los últimos exiliados y traza el retrato de un Estado totalitario, despiadado pero frágil.
¿Qué recuerda de la entrada de los talibanes en la capital afgana el 15 de agosto de 2021?
Llevaba tres meses y medio en Kabul. Sabía por la embajada francesa que la ciudad iba a caer. Ese día, miles de personas, familias enteras, intentaron llegar al aeropuerto. Incluso vi a un bebé de seis o siete meses solo, dejado allí para los soldados estadounidenses por una familia que no podía marcharse. El 26 de agosto viajé en un avión militar con 500 pasajeros, unos encima de otros. En sus ojos se podía ver tanto la alegría de partir como la tristeza de dejarlo todo atrás. En Doha, tres horas después de nuestra llegada, me enteré de que se había producido un atentado muy mortífero en el aeropuerto.
Cuando tomaron el poder, los talibanes hicieron unas vagas declaraciones a la comunidad internacional sobre cómo pensaban tratar a las mujeres. Sin embargo, en los últimos tres años, la situación no ha dejado de deteriorarse.
Afganistán es el peor lugar para las mujeres. No tienen acceso a la educación ni al deporte, no pueden ir a los parques ni viajar de una ciudad a otra. El hiyab integral se ha convertido en obligatorio. Las condiciones de detención son terribles, con violaciones y torturas, como documenta un informe de Human Rights Watch. Ni siquiera los seis años de escuela primaria están garantizados, ya que las niñas son empujadas a las escuelas coránicas. Los taxis no llevan a las mujeres que no tienen marido o mahram, un familiar varón con el que no pueden casarse. El relator de la ONU, Richard Bennett, habla con razón de “un sistema institucionalizado de discriminación, segregación, falta de respeto por la dignidad humana y exclusión de mujeres y niñas”.
¿Qué otras minorías están en el punto de mira?
La minoría étnica hazara, chiita en su mayoría, ha sido objeto de ataques, sobre todo en el distrito de Dasht-e-Barchi, al este de Kabul. Esto ya ocurría durante el régimen anterior, cuando era objetivo de los talibanes y del grupo Estado Islámico del Gran Jorasán (también conocido como ISIS-K) . En la actualidad, hay uno o más hazaras en cada celda de una prisión. El propio gobernador actual de Bamiyán masacró a más de 300 familias en un pueblo en la década de 1990. Los hazaras mantienen escuelas y salones de belleza clandestinos. Son una minoría más abierta que el resto de los afganos.
¿Quedan hoy territorios fuera de su control?
Los talibanes controlan todo Afganistán. A veces, unos 50 talibanes bastan para gobernar una ciudad. La gente tiene miedo, sabe lo que pueden hacer.
En los últimos tres años, la situación económica se ha hundido por completo.
Se ven profesores universitarios y periodistas empujando carretillas para sobrevivir. Muchos han perdido su trabajo, sobre todo las mujeres. Los matrimonios forzados con los talibanes son habituales. Algunos aceptan vender a sus hijas porque ya no pueden alimentar a sus familias. El banco central afgano no funciona. Lo que queda es el sector agrícola, lejos de las grandes ciudades. Pero es una agricultura de subsistencia.
También hay toda una economía de la droga.
Los que cultivan opio tienen que pagar un 15% a los talibanes. Esto afecta a la etnia pastún del sur del país.
¿Para qué se utiliza este dinero?
Se utiliza para comprar mujeres. Los talibanes pueden tener cuatro, según permite la sharia. También se utiliza para cultivar la imagen del régimen, comprando uniformes a los soldados que les den un aspecto más agradable o limpiando las calles de Kabul.
¿Es monolítico el poder?
Existen conflictos en el seno de los talibanes. Están divididos entre la red Haqqani, algunos de cuyos miembros, canjeados por los estadounidenses en 2014, pasaron por Guantánamo, y los talibanes del mulá Baradar, herederos del mulá Omar, fallecido en 2013. Hasta aquí, todo bien. Pero detrás de la red Haqqani se cierne la sombra de Al Qaeda. A esto se añade la amenaza de Estado Islámico del Gran Jorasán, procedente de Uzbekistán y Tayikistán, que lleva a cabo atentados para recordar a los talibanes su existencia. A diferencia de los talibanes, sus ambiciones son globales.
¿Podrá durar el régimen?
Los exiliados siguen esperando y diciendo que no durará. Joe Biden ha renunciado a Afganistán, pero otro atentado en suelo estadounidense o un cambio político podrían cambiarlo todo. Pero ya no hay resistencia armada. El hijo del comandante Masud pide en vano ayuda exterior. Por supuesto, en el Norte, las mujeres siguen manifestándose y el hambre podría crear una situación de guerra civil.
Sin embargo, la propuesta de la ONU de reconocer el Estado talibán parece enviar un mensaje muy diferente...
La ONU propone negociaciones en Doha, pero ni las minorías étnicas ni las mujeres están representadas. Existe una contradicción constante. Occidente no quiere reabrir embajadas porque no quiere apoyar a los talibanes, pero tampoco quiere aceptar refugiados. Noruega incluso ha empezado a deportar gente a Afganistán. Francia, a través de la Corte Nacional de Asilo (CNDA), repitió hace unas semanas que acepta solicitudes de asilo de mujeres afganas, pero no les concede visados. Los que consiguen huir se encuentran desamparados en los países vecinos.