Los primeros días de octubre, mientras miraba el noticiario de HSH TV, en su casa ubicada en Colonia Miramar en la región de Ceiba -al noreste de Honduras- Johana Castellanos (34) se enteró que una caravana de cientos de compatriotas partiría desde San Pedro Sula rumbo a Estados Unidos. Inmediatamente pensó que era su oportunidad para abandonar el país y darle a sus hijos Juan José (13) y Jair Alberto (9), un futuro mejor, tras años viviendo bajo el miedo y la inseguridad.
"Hace un año balearon a mi cuñado y desde ese momento nunca más pude vivir tranquila. Miré a mis hijos y les dije que íbamos a partir una nueva aventura", cuenta Johana, en una conversación por video llamada con La Tercera.
Johana Figueroa se encuentra ahora junto a otros 500 centroamericanos, en un refugio en Tapachula, México, es decir, a 840 kilómetros de la ciudad que durante toda su vida fue su hogar. "El crimen, las drogas, los delincuentes... ni te cuento lo que pasa en Honduras", dice esta mujer, que explica que después de estar cuatro años sin un trabajo formal y meses deambulando de casa en casa, su situación se hizo insostenible.
"Acá lo tenemos todo, estamos bendecidos. Nos han traído comida, médicos, psicólogos, hay una escuelita para los niños y hasta nos han venido a cortar el cabello. Desde el momento en que nos abrieron las puertas en este país no hemos sufrido ni por hambre ni por frío", narra.
La realidad de Johana es en parte la misma que comparten los más de nueve millones de habitantes hondureños. Dos de las ciudades del país, San Pedro Sula y Tegucigalpa, figuran en la lista de las 50 más peligrosas del mundo. Este año se han registrado 2.389 asesinatos y la tasa de homicidios es de 43,6 por cada 100 mil personas.
Desde la salida de la primera caravana migratoria, han surgido especulaciones y cuestionamientos sobre el origen y las motivaciones del grupo, con versiones incluso asociadas a fines políticos, relacionadas con las próximas elecciones legislativas en Estados Unidos. Tanto así que el mismo Donald Trump ha vuelto a ocupar la migración para atacar a la oposición demócrata.
"No pienso moverme de Chiapas a ningún lado. Nosotros no somos delincuentes. Estoy tocando puertas para que me den trabajo, porque todos los días llegan personas nuevas acá y otras se van. En el albergue somos 500 y hay 500 más en un refugio que está cerca", apunta Johana. Consultada sobre su interés de avanzar en algún momento hacia el norte, asegura que esto es complejo: "No nos quieren en Estados Unidos. Mucho escándalo han hecho con eso y los que están allá sufren porque las leyes tampoco los quieren ahí. Mis hijos me dicen: 'mamá por lo menos nos hubiéramos despedido de nuestros amigos', pero la única forma de que volvamos a nuestra casa es que detengan al tipo que mató a mi cuñado para volver a sentirnos seguros".
"No voy a regresar"
No es la primera vez que Gerson Torre, de 35 años, intenta llegar a Estados Unidos. Es más, gran parte de su vida -durante 16 años- vivió en ese país, donde formó familia y tuvo un hijo. Sin embargo, a su juicio, tras la elección de Donald Trump "las cosas cambiaron". Hace seis meses la policía descubrió que era un migrante ilegal, fue detenido y posteriormente deportado a Honduras.
"Me fui a los 14 años porque mi gente era muy pobre. Esto no es algo nuevo y siempre pasa en mi país... la gente se va. Ahora lo único que quiero es volver a Estados Unidos porque me separaron de mi familia y en Honduras ya no tengo a nadie, todos se fueron. Lo único que hice estos meses fue pedirle a Dios que me diera la oportunidad de regresar y finalmente salió esta oportunidad", cuenta Gersen a La Tercera desde Huixtla, un municipio que se ubica al sur del estado de Chiapas.
El 59% de la población hondureña no tuvo trabajo en 2017 según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Además, entre 2014 y 2017 la pobreza subió y alcanzó al 64,3% de la población.
Según Gersen, desde el momento en que retornó a Comayagua, en la región central de Honduras, no pudo dormir tranquilo nunca más y constantemente sufrió ataques de pánico.
"Cuando supe por los medios de la comunicación de la caravana pensé que no era cierto y primero intenté salir solo con otro amigo, pero no lo logramos, en grupo fue más fácil. Pase lo que pase no voy a regresar. En Honduras no tengo nada, no tengo trabajo, no tengo familia... ya estoy cansado", dice.
Sola y sin familia
Reina Castillo Maldonado, de 50 años, también hondureña, estaba en el puente del río Suchiate el mismo día en que la caravana irrumpió contra las fuerzas de seguridad fronteriza y derribó las barreras en el paso internacional entre Guatemala y México. Una semana atrás, producto de los complejos problemas económicos de su país, dejó en Tegucigalpa a su familia y a sus hijos que ya son independientes.
"Mi esposo murió y nunca recibí ningún tipo de pensión por parte del Estado. La vida siempre fue dura con cuatro hijos... ya no pude seguir pagando el alquiler y aquí estamos", relata entre lágrimas a La Tercera. Según cuenta, a su edad es muy complejo encontrar un trabajo y oportunidades en Honduras, así que cuando supo a través de los medios que un gran grupo dejaría el país no dudó en unirse al grupo.
"¿Qué me iba a quedar haciendo ahí?, no podía costear mi casa. Pedí ayuda, pero nadie me atendió. Lo de la caravana es por seguridad, porque siempre he pensado en salir pero un coyote cuesta un ojo de la cara", agregó.
En varios momentos de la conversación Reina frena su relato producto del llanto, porque pese a que no está segura de que volverá a ver a sus familiares, siente que está haciendo lo correcto. En Tapachula tiene la opción de abrir un negocio con un grupo de conocidas. Una de ellas es Johana Figueroa -ambas se encuentran en el mismo refugio- que también quiere salir adelante pese a las amenazas de los gobiernos de México y Estados Unidos.
"No vine a robar nada, vine a ser feliz", afirma Reina, que va en busca del esquivo "sueño americano".
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