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El enigma sobre por qué Thomas Matthew Crooks, de 20 años, disparó contra Donald Trump la tarde del sábado 13 en el condado de Butler, Pennsylvania, se mantenía abierto. Lo que sí se ha podido establecer es que las ocho balas que disparó desde una distancia de 135 metros con un rifle semiautomático AR-15, viajaron a 975 metros por segundo, es decir, cerca de tres veces la velocidad del sonido. Por una fracción de segundo, Trump se salvó.

En cuanto el candidato presidencial republicano se tocó su oído derecho ensangrentado, agentes del Servicio Secreto corrieron a resguardarlo, mientras un francotirador abatía al atacante. “¡Al suelo!, ¡Al suelo!”. Eran las 18:11. Segundos después de haber sido herido -en el intento de asesinato más grave desde el caso de Ronald Reagan en 1981- y antes de ser llevado a un lugar seguro, Trump le pidió a la seguridad que lo dejaran ponerse sus zapatos. Pese al caos, el expresidente algo tramaba.

“¡Esperen! Tiene la cabeza ensangrentada”, dijo uno de los agentes. “Tenemos que movernos hacia el vehículo”, ordenó otro, según el audio que recogió el micrófono del escenario.

Una vez que se puso de pie y ahora con sangre surcando su rostro, Trump levantó su puño cerrado -símbolo de resistencia en la cultura popular occidental- y gritó: “¡Luchen!, ¡luchen!, ¡luchen!”. La audiencia reaccionó enfervorecida. Un fotógrafo de The Associated Press (AP) inmortalizó la escena, y sin quererlo “capturó la esencia del Make América Great Again de Trump, bajo ataque pero desafiante, ensangrentado pero firme”, en palabras del columnista de The New York Times, Charles M. Blow. Para su campaña, oro puro.

La escena del intento de asesinato contra Donald Trump. El hecho ocurrió en un mitin en el condado de Butler, Pennsylvania.

Media hora después del ataque, el Servicio Secreto informó que Trump había sido atendido en un hospital y estaba a salvo. Lo mismo hizo el equipo del candidato. Luego, a las 20:42, el propio abanderado emitió un mensaje: “Me dispararon con una bala que me atravesó la parte superior de la oreja derecha. Supe inmediatamente que algo iba mal porque oí un zumbido, disparos, e inmediatamente sentí la bala rasgando la piel. Sangraba mucho, así que entonces me di cuenta de lo que estaba pasando”.

Al día siguiente, y mientras el país seguía en shock, el Presidente demócrata Joe Biden hizo un llamado a “permanecer juntos” y calificó la violencia de “enfermiza”. “No hay espacio en Estados Unidos para este tipo de violencia, de ningún tipo de violencia. Punto. Sin excepción”, dijo desde la Oficina Oval.

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Aunque en su mensaje Biden apeló a la paz y a la unidad, lo cierto es que Estados Unidos es el país más políticamente violento entre todas las democracias industrializadas. Así al menos lo creen los historiadores Matthew Dallek y Robert Dallek, en cuya columna en el Times citaron al menos seis intentos de asesinato contra Presidentes en ejercicio o electos: Hoover, Roosevelt, Truman, Nixon, Ford y Reagan.

Abraham Lincoln fue el primer Presidente asesinado en Estados Unidos, en 1865; James Garfield el segundo, en 1881; William McKinley en 1901 y John F. Kennedy en 1963. Así, de los 46 jefes gobernantes que ha tenido el país, cuatro han sido asesinados.

“La historia de Estados Unidos está tristemente llena de casos de este tipo”, dice a La Tercera Bruce J. Schulman, profesor de historia en la Universidad de Boston y autor de The Seventies: The Great Shift in American Culture, Politics, and Society.

Schulman plantea que el caso más parecido al intento de asesinato de Trump es lo que ocurrió con Theodore Roosevelt mientras hacía campaña en Wisconsin, en 1912: “Aunque a diferencia de Trump, que recibió la entusiasta renominación del Partido Republicano, Roosevelt era como Trump, un expresidente que intentaba recuperar la Casa Blanca y un político con un gran número de seguidores muy leales”.

Además, el historiador plantea que “aunque todavía no sabemos el motivo del atacante de Trump, John Schrank, el hombre que disparó a Theodore Roosevelt, afirmó que lo hizo por temor a que Roosevelt, que no había respetado la decisión de su partido de renombrar a William H. Taft, no aceptaría el resultado de las elecciones generales de noviembre, amenazando así el carácter democrático de Estados Unidos. Esa preocupación, por irracional que haya sido en 1912, ciertamente tiene ecos en el discurso actual”.

La toma del Congreso por parte de partidarios de Trump, el 6 de enero de 2021. Foto: Reuters.

Pero la violencia política no solo tiene que ver con asesinatos o intentos para dar muerte a los jefes de Estado. “Miembros del Congreso han sido atacados; la gobernadora de Michigan casi fue secuestrada (en 2020); y está lo que pasó (en el Capitolio) el 6 de enero de 2021″, señala a La Tercera el analista político Mike Cornfield, de The George Washington University y autor de Politics Moves Online: Campaigning and the Internet.

“Desafortunadamente, en las décadas de 1960 y 1970 los asesinatos políticos y los intentos de asesinato eran mucho más comunes en la política estadounidense. Parte de la razón de su declive es que el Servicio Secreto aumentó su capacidad para proteger a candidatos y funcionarios”, apunta Louis DeSipio, cientista político de la Universidad de California. Según este experto, “en el siglo XIX, la retórica de la política estadounidense era mucho más violenta que la norma en el siglo XX. Con la nueva disposición de algunos líderes políticos a tolerar o alentar el discurso político violento, es posible que estemos regresando al patrón del siglo XIX. Si es así, eso es un mal augurio para las instituciones democráticas de Estados Unidos”.

De hecho, una encuesta de la Universidad de Chicago sobre violencia política difundida el mismo sábado 13 de julio, reveló que el 10% -es decir 26 millones de adultos- justifica la violencia para impedir que Trump se convierta nuevamente en Presidente. A su vez, el 22,6% se mostró ambivalente y el 66% en desacuerdo con la premisa.

A esto se suma el debate sobre el uso de armas. El diario The Washington Post encontró que en 2023, uno de cada 20 adultos poseía un AR-15, la misma arma utilizada contra Donald Trump. Además, ese rifle fue utilizado en la menos 10 de los 17 mayores tiroteos en la historia reciente de Estados Unidos.

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El intento de asesinato contra el candidato republicano modificó la contienda electoral, que ya era atípica dada la presión de algunos demócratas para que Biden deponga su candidatura dado su estado de salud.

A juicio de Charles M. Blow, el columnista de The New York Times, el ataque beneficia a Trump de varias maneras: “Ahora se puede presentar como una legítima víctima (...), los republicanos podrían justificar que la tenencia de armas es para defenderse de la violencia política (...), el haber sobrevivido acrecienta su leyenda (...) y además es natural empatizar con alguien que sufrió algo así aunque estés en desacuerdo con él políticamente”.

Tras los hechos en Pennsylvania, Trump se concentró en la Convención Republicana, que arrancó el lunes -día en que presentó a J. D. Vance, de 39 años, como compañero de fórmula- y terminó la noche del jueves con un discurso donde el expresidente apeló a la unidad. “La discordia y la división en nuestra sociedad deben curarse”, afirmó.

DeSipio sostiene que “Trump ha dicho que quiere eliminar parte de la retórica más incendiaria de su campaña. (Pero) la elección del senador Vance sugiere que todavía está interesado en hacer que sus quejas sean un tema central de su campaña. A su vez, el Presidente Biden suspendió temporalmente algunas actividades de campaña. Pero se enfrenta a nuevas presiones por parte de algunos miembros del Partido Demócrata para que abandone la carrera, aunque estos esfuerzos se han vuelto menos públicos”.

El Presidente demócrata Joe Biden, en una Base de la Fuerza Aérea en Dover, Delaware. Foto: AP

Schulman discrepa: “Soy escéptico ante la opinión generalizada de que (el intento de asesinato) beneficiará enormemente a Trump. La mayoría de los estadounidenses ya tiene opiniones firmes de ambos candidatos y dudo que esto cambie mucho. En 2020, Biden se presentó como el antídoto contra Trump y el trumpismo. Era un político normal, alguien sin retórica de ataque; (dijo que) calmaría las cosas, restablecería la normalidad y bajaría la temperatura. Intentó presentarse como un unificador. En esta campaña ha atacado a Trump implacable y personalmente. Ha pintado a Trump como una amenaza mortal para la democracia estadounidense. Justo antes del tiroteo, prometió intensificar sus ataques contra Trump. Por lo tanto, volver a una postura de competencia silenciosa podría beneficiar de alguna manera a Biden, ya que podría recordarle al electorado lo que le gustaba de él en un comienzo. Por supuesto, para obtener ese beneficio tiene que demostrar que está preparado para el trabajo y es posible que no pueda hacerlo”.

En el campo de las encuestas, a nivel nacional el promedio de sondeos publicado por el sitio RealClear Politics le otorga un 47,7% de intención de voto a Trump y un 44,3% a Biden. Es decir, tres puntos de diferencia.

Pero como en Estados Unidos el sistema de elección es indirecto, finalmente un puñado de estados son los que inclinan la contienda. Es ese escenario el más complicado para Biden. En los seis estados clave (Michigan, Wisconsin, Pennsylvania, Carolina del Norte, Georgia y Arizona) Trump está adelante por entre cuatro y seis puntos.

Las malas noticias para Biden no terminan ahí. Esto, porque en “tres estados azules” Trump ha logrado estrechar su ventaja. En Minnesota, que ha votado por el Partido Demócrata desde 1976, Biden está apenas cuatro puntos arriba; en Virginia, demócrata desde 2008, la diferencia es de solo un punto, y en Nevada -también “azul” en las últimas cuatro elecciones-, el candidato republicano posee siete puntos de distancia. Y contando.