El país del majestuoso altiplano y de los frondosos bosques amazónicos, de las ricas tradiciones indígenas y montañas que rozan el cielo, se encuentra, de nuevo, sumido en el caos.
"Sugerimos al Presidente del Estado que renuncie a su mandato presidencial". Esa frase del comandante en jefe del Ejército, Williams Kaliman, dio el pistoletazo de salida, el pasado 10 de noviembre, a una de las peores crisis de la historia del país andino.
La oposición había denunciado, tres semanas antes, un "fraude monumental" en el recuento de las elecciones del 20 de octubre, que dio la victoria al izquierdista Evo Morales en primera vuelta, y parte del país se encontraba en las calles protestando desde entonces. Santa Cruz, la rica ciudad oriental, estaba completamente paralizada.
Centenares de miles de opositores protestaban en las calles por una repetición electoral, incluso en la capital, otrora fuerte de Morales. El líder indígena había soliviantado también a parte de sus bases, por su decisión de reelegirse, a pesar de que la Constitución lo prohíbe, y de que perdió un referéndum para modificar la Carta Magna en 2016, aunque finalmente se postuló con el visto bueno del Tribunal Constitucional.
Morales renunció y marchó a algún lugar del Chapare, ante la incredulidad de sus seguidores. "Esto no va a acabar bien", decía, premonitorio, uno de los tantos bolivianos varados en el aeropuerto de Santa Cruz, al haber estado cancelados los vuelos durante las horas más críticas de la crisis.
Frente a la televisión de un restaurante, fueron testigos, incrédulos, de la salida del Presidente a México, a bordo de un avión de la Fuerza Aérea del país norteamericano. El Presidente se había ido, pero las protestas no habían hecho más que empezar.
La ciudad de El Alto, vecina de La Paz, y uno de los bastiones de Morales, al ser la entrada a la capital de las comunidades campesinas del Altiplano, se alzó en rebeldía.
Sus calles, siempre frenéticas, donde se mezclan el griterío de los comercios con los cláxones de los buses, que se dirigen a toda Bolivia, se vaciaron, y mutaron en el humo de fogatas, barricadas y cadenas que cortaban las calles de la ciudad, situada a 4.000 metros de altitud.
"Cuando El Alto se enoja, se enoja. Ya hicieron enojar a El Alto, y ya, para mí, están todos 'chao'", decía el campesino Rolando Carapi, mientras recorría los 14 kilómetros que separan su municipio de la capital, en denuncia de lo que considera un golpe de Estado y contra el nombramiento de un gobierno ultraconservador.
Jeanine Áñez, antaño vicepresidenta del Senado, fue declarada presidenta interina el pasado martes, en una sesión sin quórum, a la que solo asistió un tercio de los diputados, ante el rechazo de los parlamentarios del Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales.
Ingresó en el Palacio Quemado, la sede del gobierno, con una Biblia de grandes dimensiones en sus manos. Parte de la antigua oposición siempre ha criticado que Morales cambiase la Constitución y convirtiese a Bolivia en un país laico, cuando tiene, denuncian, un 78% de católicos y un 20% de protestantes.
Desde entonces, no han parado las movilizaciones en La Paz en contra del nuevo Ejecutivo y a favor de Morales, al grito de "ahora sí, guerra civil".
"Es más que un padre. A los indios nos ha tratado mejor. Nos lo ha dado todo. Él se quitaba la comida de la boca y nos la daba a los pobres", decía, en una multitudinaria manifestación en la capital, el pasado miércoles, la campesina Virginia Mamani.
"Somos indias, pero nuestra pollera tiene dignidad. Tiene valor. Somos mujeres trabajadoras, no rateras. Nosotros no vivimos de nadie. Vivimos de nosotros mismos. Por eso lloramos por Evo Morales, que a todos nos tuvo por igual", añadía la campesina Mamani.
Los manifestantes intentaron ingresar tanto el miércoles como el viernes en Plaza Murillo, donde se encuentra la sede del gobierno. El lugar está totalmente atrincherado, con barricadas policiales compuestas por altos escudos de metal, encadenados, custodiadas por cientos de efectivos. En ambas ocasiones las marchas acabaron en una batalla campal en el centro de la capital.
"Que se calmen. Que se arreglen de buena forma. No podemos entre hermanos pelear", pedía, desesperada, Juanita Mamani, una vendedora ambulante, entre los disturbios.
El país está dividido, y la situación se observa, incluso, en El Alto. "El gobierno de Morales ha mentido mucho. No ha cumplido muchas promesas. Ahora hay más narcotráfico. Y lo peor es que el dinero ni siquiera está siendo invertido en el país. Se lo están llevando al extranjero", decía Esperanza Álvarez, una alteña crítica de Morales, pero que le había votado en anteriores ocasiones.
El pasado viernes acabó de estallar la tensión en la ciudad de Cochabamba. Al menos nueve cocaleros del Chapare fueron abatidos con arma de fuego por la policía cuando intentaron marchar por la urbe. La matanza estremeció el país.
Áñez acusó a Evo Morales, el pasado sábado, de estar espoleando la violencia desde México. Morales, por su parte, dudó, en entrevista con CNN, que la violencia fuese a parar hasta que el pueblo "saque la dictadura del Palacio Quemado", planteando que la única salida a la crisis es el establecimiento de un diálogo entre todos los actores del país.
Ya se están dando acercamientos entre el MAS de Morales y el gobierno interino. Los afines al líder indígena reclaman, para cooperar, que cese la persecución política y que el expresidente pueda volver al país.
En los diálogos propuestos por Morales debería participar, necesariamente, el conservador Luis Fernando Camacho, líder del comité cívico federalista de la rica Santa Cruz, y cuya influencia en el país ha crecido hasta convertirse, para muchos, en el líder de la oposición. Se reúne constantemente con la presidenta interina Áñez.
También Carlos Mesa, el expresidente y candidato en los comicios de octubre, que denunció el fraude, pero ha sido ahora opacado ante Camacho y el conservador gobierno interino.
"Él ha dado un paso al costado, para después aparecer como un moderado y ganar relevancia en las elecciones", analizaba la estudiante Judith Wanka, presente en una de las manifestaciones contra Áñez.
El gobierno interino fue nombrado para convocar elecciones, pero todavía no hay fecha para esos comicios en un país que se ha sumido en el caos.