Venezuela cumplió este domingo tres días sin luz y en tinieblas unos cuantos años. Gran parte del país quedó colapsado por el apagón, la tarde del jueves. En la madrugada del sábado algunas ciudades, entre ellas la capital, Caracas, recuperaron el suministro eléctrico, lo que parecía poner fin a horas de incertidumbre, desesperación y hartazgo. Pero apenas fue un oasis. La mañana del sábado, la energía se volvió a esfumar. Nunca antes en su historia reciente Venezuela había vivido una situación similar tan prolongada, que evidencia la fragilidad de sus infraestructuras, especialmente la energética. Las limitaciones, sin embargo, están lejos de ser algo nuevo. Las últimas horas no han hecho sino reproducir con fuerza escenas que forman parte de la cotidianidad de los venezolanos.

El apagón encendió la mecha en la avenida principal de Caricuao. Este barrio popular al oeste de Caracas se levantó la noche del viernes después de que se volviese a ir la luz. La habían recuperado dos horas tras estar 30 sin ella. De la refriega, el sábado solo quedaba el silencio y rastros de vidrios rotos, neumáticos incendiados y palos dispersos en las calles. "La gente ya estaba extenuada por un día sin electricidad", dice un vecino del barrio que prefiere mantener el anonimato. De los incidentes no se habla aún en el barrio porque la policía todavía ronda la zona. "Usted entiende por qué no se puede decir nada o declarar con nombres, usted sabe que tenemos miedo a que nos suceda algo", justifica un comerciante.

La policía no es cualquiera. Los incidentes se produjeron a pocos metros de un comando de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional, denunciada por su represión, que ha costado vidas en algunas ocasiones. "Toda la zona estaba tomada, eran muchos, la gente lanzaba botellas desde los edificios para intentar ahuyentarlos, pero ellos disparaban al aire. Todo ocurría en la oscuridad. Se escuchaban los gritos. Estamos dominados por ellos", dijo una mujer de unos 50 años.

Detrás del mostrador, José Florentino, observa con una mezcla de resignación e indiferencia. Mueve la cabeza cuando su hermano trata de bromear. No está para chistes. Ha abierto su carnicería, El Chamo, después de día y medio cerrada por la falta de luz. El establecimiento, como buena parte de esta zona de Petare, el gran barrio popular de Caracas, ha recuperado la luz. Al Portugués, o al Portu, como le conocen los vecinos, no le sirve de nada.

El bolívar soberano, la moneda con la que le suelen pagar, se ha devaluado hasta el punto que pagar en efectivo se vuelve irrisorio. Eso, si se consiguen los billetes. Sus clientes le suelen pagar con tarjeta, pero no había llegado aún señal. "Yo no puedo tener pérdidas porque no vendo nada", insiste Florentino, que calcula que la comida se le salvó porque la había metido la mañana del jueves al congelador. "Otro día más, y se pudre". "Aquí ya lo único es sacar algo para sobrevivir y los gastos, ¿qué más voy a querer? Esto no se trata de que nos quedemos sin luz, ocurre a menudo, la luz que tenemos que recuperar es la de la vida".

Eduardo Parpacen y Magaly Zamora pasaron la noche del viernes jugando cartas de nuevo a la luz de las velas en su casa en el barrio Las Minas de Baruta. "Esto es una tragedia tras otra", dice la mujer. En la casa había restos de velas apagadas de la noche anterior y envases de agua apilados en el baño, en la sala y en el garaje, pues para el momento en que se quedaron sin luz ya llevaban una semana sin suministro de agua.

Habían hecho mercado recientemente y tenían provisiones, pero no quieren abrir la nevera para resguardar lo más posible los alimentos. "Si esto continúa, tendremos que comernos toda la comida, porque las cosas van a empezar a podrirse". La pareja ha pasado el apagón resguardada en casa con su hijo más pequeño. Con la mayor, que emigró hace un año a Colombia, no habían podido comunicarse.