La imagen de un avión con la bandera rusa estacionado en el aeropuerto internacional de Maiquetía llamó la atención de los observadores de la crisis en Venezuela. Y fue la agencia Reuters la que reveló que a ese país habían llegado contratistas militares rusos para reforzar la seguridad del Presidente Nicolás Maduro frente a las protestas de la oposición.
La agencia, que cita varias fuentes, indicó que alrededor de 400 mercenarios -que podrían haber arribado en ese avión-, serían miembros del Grupo Wagner, una controvertida empresa de seguridad privada con vínculos con el Kremlin que -según investigaciones periodísticas- ha estado presente en lugares como el este de Ucrania, Siria, Libia, Sudán o República Centroafricana.
En Rusia el reclutamiento de civiles para combatir en el exterior es ilegal y se paga con cárcel. El Kremlin negó varias veces, sostiene Reuters, los reportes de que contratistas privados rusos luchaban codo a codo con las fuerzas sirias, conflicto por el que se conoció la empresa Wagner.
En conversación con La Tercera, Maxim Suchkov, experto del centro de estudios Russian International Affairs Council, señaló que "aún cuando puede haber una reacción negativa, Moscú puede siempre referirse a la ambigüedad de la agencia de Contratistas Militares Privados y decir que no sabían que estas fuerzas estaban ahí y que no tienen nada que ver. Este despliegue es una invitación a Washington a negociar la crisis en Venezuela mediante canales diplomáticos y no militares".
El diario El País señala que el grupo al grupo Wagner lo rodea un gran secretismo. Lo que se sabe es que su fundador es Dmitri Utkin, un oficial (condecorado por Putin) de la inteligencia militar rusa (GRU), según las investigaciones del diario ruso Fontanka.
El chef de Putin
Sin embargo, la inteligencia estadounidense cree que el hombre tras el grupo paramilitar es Yevgeny Prigozhin, un oligarca conocido como el cocinero del Presidente ruso, Vladimir Putin. Su nombre comenzó a sonar durante la investigación de la interferencia de Moscú en las elecciones de Estados Unidos de 2016, ya que es el fundador de la Agencia de Investigación de Internet, proveedora de un ejército de trolls que buscó influir en dichos comicios.
En su libro The Apprentice, el periodista del diario The Washington Post, Greg Miller, relata la peculiar historia de Prigozhin, oriundo de San Petersburgo al igual que Putin. Prigozhin pasó cerca de 10 años en la cárcel por una serie de crímenes, entre los que se incluyen robo. Después de su liberación, en medio del colapso de la Unión Soviética en 1991, abrió un puesto de hot dogs. Sin embargo, su fortuna cambió siete años después, gracias a la compra de una escuálida embarcación que la convirtió en un local de comida flotante, al que llamó Restaurante Nueva Isla.
El local atrajo a una clientela diversa, principalmente a los originarios de San Petersburgo, como Putin. Prigozhin se ganó entonces el cariño del futuro Presidente con una atención personalizada, con disposición para realizar acciones que iban más allá de las usuales para un propietario de un restaurante.
"Putin vio cómo construí mi negocio comenzando desde un quiosco", dijo Prigozhin en una entrevista con una revista de San Petersburgo.
La conexión finalmente sirvió para que Prigozhin consiguiera una serie de lucrativos contratos de catering, como la entrega de comida a escuelas de San Petersburgo y para el Ejército ruso. Sus lazos con políticos cada vez más poderosos tuvieron sus frutos y en 2002 Putin llevó a los líderes mundiales, entre los que se incluía George W. Bush, a que cenaran en el Nueva Isla mientras recorrían los canales de la ciudad.
Estos contactos le permitieron al chef acceder a contactos de alto nivel, que le proporcionaron dividendos millonarios. Al mismo tiempo, habría ofrecido el suministro de mercenarios para vigilar los pozos petroleros en Siria. Gracias a esto, ha llevado una vida de lujo que a veces exhibe en las redes sociales.