Por primera vez desde su independencia en 1980, Zimbabwe acude el lunes a las urnas para elegir Presidente sin que sea candidato Robert Mugabe, derrocado en noviembre de 2017, en unas elecciones marcadas por la incertidumbre.
Hace menos de un año, todo apuntaba a que estos comicios serían un nuevo enfrentamiento -un clásico de la política zimbabwense- entre Mugabe y su eterno rival, el líder del opositor Movimiento por el Cambio Democrático (MDC), Morgan Tsvangirai. Pero la dimisión forzada del primero y la muerte del segundo tras una larga batalla contra el cáncer hacen que los zimbabwenses elijan entre caras nuevas, aunque tanto el MDC como la gobernante Unión Nacional Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (ZANU-PF) serán, otra vez, los dos grandes protagonistas.
El oficialismo presenta al actual Presidente, Emmerson Mnangagwa, de 75 años, que quiere legitimar su mandato en las urnas, ya que su acceso al poder se produjo mediante un golpe militar desencadenado después de que Mugabe lo cesara como vicepresidente.
El veterano político tendrá como principal rival al joven abogado Nelson Chamisa, de 40 años, elegido líder del MDC después de tensiones internas tras la muerte de Tsvangirai.
Los cambios no se limitan a los candidatos, ya que Mnangagwa ha intentado desmarcarse de la línea represiva y autoritaria que caracterizó los 37 años en el poder de Mugabe, en los que los opositores eran perseguidos, apaleados y encarcelados por ser "marionetas de Occidente".
De hecho, el nuevo jefe de Estado ha permitido que políticos y seguidores de la oposición se manifiesten libremente en Harare y organicen reuniones en bastiones rurales de su partido -las zonas no urbanas albergan a dos tercios de los 5,6 millones de votantes del censo electoral- donde antes las voces disidentes corrían peligro.
Estas novedades han ayudado a diluir el "afianzado legado del terror" de la era Mugabe y a generar unas "condiciones más equilibradas comparadas con las de la mayoría de elecciones anteriores", indicó a EFE el asesor para África del Sur de la ONG International Crisis Group (ICG), Piers Pigou.
Solo han pasado unos meses desde la caída del anterior régimen y no todos los viejos vicios se han esfumado. "Hay informes de intimidación y amenazas en zonas rurales que muestran que las condiciones aún están lejos de ser ideales", matizó Pigou.
Otra de las preocupaciones para los expertos es el vínculo de la ZANU-PF, y en especial, de Mnangagwa, con el Ejército, que, aunque prometió ser neutral en las elecciones, fue el que alzó al actual jefe de Estado al poder, lo que fue retribuido con el nombramiento en cargos de poder de los jefes de las FF.AA. Un ejemplo es el comandante en jefe del Ejército, Constantino Chiwenga, nombrado vicepresidente del país por Mnangagwa.
"No veo las reformas superficiales como un compromiso con reformas a largo plazo, sino como una inteligente argucia para superar el obstáculo que suponen las elecciones y consolidar aún más el poder de ZANU-PF y sus aliados militares", dijo a EFE el director de la organización pro democracia Vanguard Africa, Jeffrey Smith. "Puede que el dictador se haya ido, pero la dictadura y el aparato represivo se mantienen", añadió.
Pero Mnangagwa no las tiene todas consigo: Chamisa ha cautivado al votante joven, en un país donde más del 60% del censo electoral tiene 40 años o menos. Lo ha hecho con promesas de renovar Zimbabwe con infraestructuras de tecnología avanzada y recuperar una economía lastrada por años de hiperinflación que acabaron hasta con la divisa nacional, sustituida por el dólar estadounidense.
Mientras su partido parece haber cerrado filas en torno a Chamisa, en la ZANU-PF no todos apoyan el derrocamiento de Mugabe. Mnangagwa sufrió un atentado en un acto a finales de junio y hay analistas que apuntan como responsables a facciones rebeldes del partido.
Por primera vez en 15 años, el gobierno de Mnangagwa ha invitado a observadores occidentales a supervisar el proceso electoral. Aún así, las sospechas sobre un posible fraude no se han disipado, especialmente en el MDC, que acusa a la Comisión Electoral (ZEC) de parcialidad, lo que podría crear inestabilidad si el resultado no es aceptado por todos los partidos.