Lina Oñate, la dueña del Café Colonia, lleva varios días supervisando los trabajos de desmantelamiento del salón de té que administró durante 12 años.
El reciente viernes 3 de enero estaba en eso cuando una mujer interrumpió su faena y entró a mirar, impactada con el desarme del local. Un par de ayudantes que todavía trabajan con Oñate cargaban sillas, mesas y adornos hacia una camioneta blanca. Al café, fundado en 1952 por el alemán Wilhelm Schlösser -originalmente en calle Huérfanos 979-, ya no le quedan ni el olor ni los rastros del ambiente dulcero que por décadas albergó a artistas, historiadores y sus clientes estrellas: los jubilados del sector que acudían temprano por su desayuno de quesos, strudels y tostadas.
"¿De verdad se acaba?", preguntó la transeúnte, aún sorprendida. Lina prefirió sonreír. La clienta, Carmen Arena, le deseó suerte y le contó que durante seis años, una vez al mes, junto a tres amigas, todas jubiladas, solían reunirse allí a tomar once.
Primo hermano de otros clásicos recodos capitalinos, como el desaparecido Café Paula y la Confitería Torres, el Colonia nunca transó su luz tenue, su música ambiental, la mueblería de madera, los cubiertos estilo plaqué y las vitrinas saturadas de pasteles.
La trama que acompaña al cierre del Café Colonia, que en rigor eran dos establecimientos similares ubicados a metros de distancia, tuvo tres capítulos desde que llegó a manos de Oñate: la compra del local, deudas y el estallido social. El final aún está incierto.
Sus extrabajadores aseguran que Lina Oñate y su familia habrían planificado la quiebra para no pagar las indemnizaciones. Un garzón que prefiere dejar su nombre en reserva dice que los dueños están sacando los muebles de los locales para liquidarlos ellos mismos. Lina, en cambio, dice que no; que todo quedará en un galpón para su remate.
La molestia de los antiguos funcionarios fue en aumento. Se presentaron cerca de una docena de demandas laborales e incluso hubo protestas afuera de uno de los locales.
La familia Oñate tiene otra mirada de la situación, aunque no menos crítica. Creen que la administración no supo enfrentar una crisis que se venía arrastrando desde antes del estallido social, que pegó fuerte en el centro de Santiago y terminó detonando el cierre.
"Veníamos mal desde hace como dos años", dice Oñate. Y agrega que "con la crisis, la venta bajó en el primer mes más de un 70% y después de noviembre en un 56%. No podíamos seguir. Eso hizo que no pudiéramos pagar a tiempo y se produjera un autodespido masivo, donde había gente que no tenía tope de años para la indemnización".
Apunta que cuando en 2008 compró el café, mantuvo a todos sus trabajadores, de los cuales 19 tenían contrato sin tope de indemnización. Hoy, según su testimonio, esa cifra asciende a $ 600 millones. Cada local, según aquel relato, facturaba entre $ 170 millones y $ 130 millones al mes.
Generaciones
En el Café Colonia (bautizado así en honor a la ciudad alemana donde nació su fundador) se celebraron matrimonios de civil y cumpleaños. Parejas que se conocieron allí llegaban después con sus hijos y nietos. No era raro ver a jóvenes entrar, pedir una torta y comentar que en ese rincón solía conversar con su abuelo.
Hasta en sus últimas semanas, los distintos ministerios de gobierno cercanos a La Moneda fueron sus clientes frecuentes. "Vez que había un cumpleaños, allá iba el repartidor a dejar una torta, era algo de siempre", dice uno de los extrabajadores. El Teatro Municipal también disfrutaba de sus cócteles y canapés.
En el local más grande, de Mac-Iver 161 (el otro es en Mac-Iver 133), estaba la fábrica donde se preparaba la torta de merengue- lúcuma o de panqueques de naranja, matizadas con bizcocho de hoja manjar-vainilla, una verdadera especialidad de la casa. ¿El responsable? Manuel Miqueles, exjefe de cocina.
Según Oñate, él nunca quiso compartir los detalles de ese manual de delicias. A tal punto llegó su celo, que durante un tiempo la dueña contrató a un ingeniero comercial que le ayudara a bajar los costos. Según Lina, Miqueles hizo imposible acceder a los costos de la repostería.
Vecinos y clientes cuentan que hasta el último día llegó gente a despedirse. Varios se enteraron por redes sociales que ambos locales cerraban sus puertas.
"Siendo ayudante, acompañé al Café Colonia a varios de mis maestros", recuerda. "Pasaron los años y ya como investigador, el Colonia era un rincón imprescindible (...). Con mis colegas teníamos un lazo afectivo con este lugar", dice el historiador Jorge Gaete, que trabaja como asistente de investigación en la Biblioteca Nacional.
El 31 de diciembre fue el último día. El cierre. Un final hasta ahora ingrato para dueños y empleados. Con líos judiciales cruzados y una clientela que pese al cariño y fidelidad, el café no pudo mantener a flote la producción. Solo en arriendo el Colonia desembolsaba cerca de $ 10 millones mensuales. El inmueble aún pertenece a los fundadores.
El Café Colonia creció con Santiago. Su carta acompañó largas jornadas de tertulias y camaradería. Hoy, todo eso pasó al recuerdo de la calle Mac-Iver.