César González: “El hotel se convirtió en residencia sanitaria”
En el Hotel Capital San Pablo, donde yo trabajaba, hubo una baja de huéspedes con el estallido social. Pero con la pandemia ya se acabó todo. Por suerte, nos seleccionaron para funcionar como residencia sanitaria. Fuimos una de las más grandes de la RM, con 300 habitaciones para 700 pacientes. Atendimos a cerca de mil personas y teníamos exigencias sanitarias casi como clínicas: aumentaron al triple los cuidados y había regímenes alimenticios especiales, porque a veces llegaban pacientes hipertensos.
Luego el hotel cerró, porque no hubo acuerdo económico. Antes se cobraba $ 50 mil por el primer paciente y $ 40 mil por los siguientes, si estaban en la misma habitación, pero después bajó a $ 20 mil. El problema es que hay costos asociados que no se pueden disminuir, como la limpieza y sanitización de las habitaciones. Entonces no hubo acuerdo.
A mí me despidieron hace dos semanas, porque el hotel cerró y de aquí a que vuelva a abrir pueden pasar varios meses. Pero fue una buena experiencia, parecido a trabajar en una clínica, y rescato el haber podido apoyar a gente que llegaba al hotel con lo justo.
Rodrigo Urrutia: “En el teatro virtual uno se siente solo”
La pandemia tuvo un duro impacto en el teatro. Lamentablemente, no hemos recibido mucho apoyo de financiamiento a los proyectos, porque no somos una prioridad para las autoridades y eso nos frenó para surgir como artistas. Pero surgió la idea de seguir compartiendo nuestro mundo a través de las plataformas: se retomó el radioteatro, invitando a la gente a ser partícipes del mundo narrado, y nació la idea del teatro online, o sesiones de teatro, donde actuamos frente a nuestra webcam o celulares.
No es a lo que estábamos acostumbrados y no ha sido del gusto de todos. Es difícil actuar de manera virtual: uno echa de menos recibir la reacción del público, tener un feedback, y de forma virtual eso no se siente, uno se siente solo. Además, el público espera funciones más rápidas, porque la tecnología les brinda eso, y están acostumbrados a que, si algo no les gusta, deslizan hacia el lado con el dedo o ponen Netflix, y no los culpo. Entonces, las historias tienen que ser breves y concisas, para captar la atención. Ha sido un trabajo duro, pero es mejor intentarlo.
Daniela Mazzino: “El delivery llegó para quedarse”
Soy dueña del restaurante Marco Polo, de Valparaíso. El 20 de marzo cerramos y el 20 de abril reabrimos, porque no hay negocio que aguante. Nos reinventamos con el delivery y nos ha ido bien. Este negocio tiene más de 60 años, es típico porteño, así que la gente nos aceptó y las ventas empezaron a subir.
Recuperamos el 50% de las ventas que teníamos, no ha estado malo. Hay días súper buenos y llegamos al 60%, unas 150 boletas diarias.
Yo creo que la pandemia cambiará el rubro, el delivery llegó para quedarse, porque ha aumentado harto en Valparaíso. Nosotros tenemos delivery propio, trabajamos con las aplicaciones y también la gente viene a buscar sus pedidos. Pero estoy esperanzada, ojalá podamos abrir para atender, aunque sea con mesas afuera y nivelar las ventas, porque sé que cuando abramos vamos a remontar.
Jenny Sierra: “Estamos dando 150 almuerzos diarios”
Trabajo en la Fundación Rapha y al comienzo de la pandemia, junto a una iglesia, ayudábamos con mercadería a personas necesitadas. Pero vimos que era una ayuda limitada, se acababa pronto.
Un día llegó a nosotros una persona en situación de calle. Era un chef venezolano. Lo dejamos quedarse en la iglesia para darle cobijo, y él nos propuso la idea de hacer almuerzos. Y así, el 23 de abril comenzamos con la olla común. Fuimos de los primeros comedores en Pedro Aguirre Cerda; empezamos con 70 almuerzos y llegamos a hacer 220. Ahora estamos dando 150 diarios. Me imagino que bajó un poco gracias al retiro del 10% de las pensiones, pero sigue habiendo gente necesitada.
Hay personas que solo tienen para pagar la luz y el agua, no les alcanza para comer, pero les da vergüenza pedir. Nosotros les decimos que la idea de la olla común es esa: que se alimenten y ahorren lo que puedan.
La pandemia nos cambió el panorama a todos. Ha sido cansador, pero hay que seguir apoyando, porque mucha gente lo necesita.
Mattías Durán: “Hace casi un año no tengo clases en aula”
Ha sido difícil mezclar en un mismo espacio, que es mi pieza, el ocio, el descanso y el estudio. Eso me complica.
Soy estudiante de primer año de Derecho en la Universidad Católica de Valparaíso, pero hace casi un año que no tengo clases en aula, que no estoy físicamente frente a un profesor, porque en septiembre los cuartos medios empiezan a dejarlas para concentrarse en la PSU, y con el estallido, en octubre, se terminaron las actividades.
En el primer semestre hice algunos amigos en la “universidad virtual”, pero dos de ellos dejaron la carrera y otro se cambió. Eso también es raro, porque probablemente no los conoceré nunca.
El rector nos confirmó que este último semestre será virtual y cruzamos los dedos para que el próximo año sea presencial. Para mí, estos meses no han sido perdidos, pero tampoco he aprendido mucho. No hay mucho incentivo para estudiar en forma online, pues si hago una prueba, tengo los apuntes al lado. Lo quiera o no, uno se esfuerza menos.
Carlos Sepúlveda: “Nos lanzamos a una piscina casi seca”
Soy chef y siempre me ha gustado hacer masas y pastas. En marzo perdí mi empleo en un hotel, así que con mi señora decidimos lanzarnos y abrir la pizzería artesanal Mio Forno, en Concepción. Abrimos el martes y ya hemos tenido clientes.
Nos lanzamos a esta piscina, que está casi seca, y no sabemos cómo nos irá. Fue una decisión que costó mucho, pasé muchas noches pensando, pero tengo las ganas de hacer lo que me gusta. Lo más importante es el apoyo de la familia, porque ponemos en riesgo nuestro patrimonio, pero siempre hay una oportunidad en los momentos difíciles.
Nuestra apuesta son los productos italianos, en especial las pizzas napolitanas. La pandemia y el emprendimiento han sido una mezcla de ansiedad y nervios, pero no podía seguir en la casa esperando que se acabara la plata.