"Eduardo Frei, como el Cid Campeador, tiene muchas batallas que ganar después de muerto".
En una frase, el expresidente de Venezuela y amigo personal de Eduardo Frei Montalva, Rafael Caldera, resumía el simbolismo de lo que estaba ocurriendo en ese instante. Era el 25 de enero de 1982 y el discurso era uno de los pocos que se daba en el marco de la despedida a quien no sólo era un exmandatario, sino, en ese momento, la cara más visible de la oposición a Augusto Pinochet. La muerte de Frei, ocurrida apenas dos días antes, se conjuraba ahora como un hito que reflejaba el tenso momento político y social del país.
Incluso el Partido Socialista, histórico rival del político, publicaba en esos días una declaración donde, si bien criticaban su rol durante el gobierno de Salvador Allende, señalaban que "el tiempo y la represión" lo habían convertido "en un importante factor de la lucha por la democracia, y la muerte lo sorprendió cuando ese camino aún no se había consolidado". Por si quedaban dudas, el cierre del texto las despejaba: "Por lo que ahora significaba para los chilenos, los socialistas lamentamos su muerte".
Los símbolos, las presencias y las ausencias. Todo confluía en un lugar simbólico por excelencia, pero que en esos días tomaba aún mayor peso: la Catedral Metropolitana. Dos fotografías capturadas plasman la importancia de lo que allí ocurría. Una, la de Augusto Pinochet, de riguroso blanco, rindiendo honores a Frei Montalva con dos de los integrantes de la Junta Militar, los generales César Mendoza y Fernando Matthei. Dos, el mismo Pinochet saludando al otro símbolo opositor, que en esa jornada además hacía de anfitrión: el cardenal Raúl Silva Henríquez.
La imagen que no está es la de Pinochet junto a la familia Frei. Porque ese momento jamás ocurrió. A regañadientes habían aceptado que el régimen militar declarara duelo oficial y honores de Estado para el expresidente. Pero hubo una gota que rebasó el vaso: la no autorización a cuatro emblemáticos dirigentes de la DC y amigos personales de Frei Montalva que estaban en el exilio para que pudieran ingresar a Chile a participar en las exequias. Uno de ellos, Andrés Zaldívar, protestó una y otra vez en Madrid exigiendo que revirtieran la decisión. Los otros tres, Claudio Huepe, Renán Fuentealba y Jaime Castillo Velasco, lograron llegar desde Venezuela en un vuelo hecho a contrarreloj, sólo para ser devueltos a Argentina apenas pisaron el aeropuerto Arturo Merino Benítez.
La familia lo había advertido. No participaría en la misa fúnebre oficial junto a Pinochet si es que no se permitía la entrada de los políticos DC. Y cumplieron su palabra. En la Catedral sólo quedó un representante: el hijo mayor del expresidente, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que 12 años después llegaría a La Moneda. El resto participó en una misa distinta, celebrada en el vecino templo de El Sagrario, parte de la misma construcción. A la misma hora en que Pinochet, apenas a unos metros de distancia, asistía a la misa oficial junto al al presidente de la Corte Suprema y al expresidente Jorge Alessandri, entre otras autoridades.
No era un momento cómodo para Pinochet. Había llegado entre abucheos a la Catedral y la instancia se configuraba como uno de los hitos en que la oposición podía manifestarse de manera pública. Una muestra de las complejidades: técnicamente, en ese momento la DC, el partido que marcó la vida de Frei Montalva, no existía, ya que había sido proscrito.
Otra muestra de lo complejo del ambiente es que cada detalle era un elemento que podía complicar el ya tenso escenario. En la víspera de la llegada de la Junta Militar, las autoridades solicitaron dar curso a uno de los elementos que caracterizan los honores de Estado en las exequias: que un grupo de alumnos de las escuelas matrices de las Fuerzas Armadas custodiara el féretro del expresidente. El problema era que esa tarea estaba a cargo de jóvenes democratacristianos, que se negaban a dejar su posición. La situación se solucionó mediante la intervención del entonces vicario Cristián Precht, quien convenció a quienes custodiaban el ataúd de Frei de permitir el cambio de guardia.
"Ha muerto uno de nuestros jefes"
Sería en la tarde de ese lunes 25, minutos antes de las 16 horas, que la familia ingresaría al templo en medio de una ovación. Era la misa que se realizó para las delegaciones extranjeras asistentes, donde había cuatro sillas vacías con los nombres de los dirigentes que no habían recibido permiso para entrar al país. Muy cerca, había una enorme corona de flores que reconstruía la falange, el histórico símbolo de la DC, a cuyos costados se podían leer las palabras "Frei" y "Chile".
"Nos reunimos en este Templo Catedral, Templo que aúna y recoge las palpitaciones del alma de nuestro pueblo, Templo que bajo sus bóvedas ha acogido los clamores de dolor, las peticiones de auxilio, los gritos de esperanza y de alegría de nuestro pueblo", decía el cardenal Raúl Silva Henríquez justo al iniciar su intervención, en que no dejó dudas del cariño que le tenía al exmandatario: "Ha muerto uno de nuestros jefes", dijo de Frei Montalva.
Sus frases se escuchaban como un mensaje claro en medio del momento que vivía Chile. "Eduardo Frei fue un político cristiano. Su voz resuena aún hoy día proclamando con claridad y valentía las soluciones de los grandes problemas nacionales. Su voz continuará resonando y será como la conciencia de un Chile que ama la justicia y el derecho", añadía.
A las 17:15 partió el cortejo rumbo al Cementerio General. La carroza iba escoltada por centenares de jóvenes que vestían camisas azules. A los costados del camino esperaban personas que estuvieron por más de seis horas aguardando a pleno sol el momento para dar el adiós a Frei Montalva. En el camino, las floristas de La Paz le rindieron homenaje con mensajes a su paso. "Gracias, don Eduardo", y "Gracias, Presidente", eran dos muestras que formaban parte de las diez mil flores que, según recogió en esa época La Tercera, se habían ocupado en la última ruta del exmandatario.
Ya en el cementerio, sería el ex senador Tomás Reyes quien volvería a recordar la ausencia de los dirigentes democratacristianos por el exilio forzado. "Todos ellos fueron desterrados y vejados por órdenes de quienes hace pocas horas aparecieron rindiendo homenaje oficial", dijo en medio de aplausos.
Casi dos horas después, a las 19:55, se escuchó en el cementerio unas salvas. Al mismo tiempo, Frei Montalva era inhumado en una ceremonia privada, sólo con miembros de su familia. Parecía ser el comienzo del descanso eterno de una de las figuras políticas chilenas más importantes del siglo XX. En ese momento, pocos podían imaginar que su muerte abriría un nuevo, extenso e intrincado capítulo, que recién más de tres décadas después comienza a cerrarse.