De la sala a la casa: El desafío de aprender en tiempos de pandemia
Alejados de las aulas y confinados en sus hogares, los estudiantes chilenos no han visto pausadas su clases. A la falta de espacio, los dilemas domésticos, las complicaciones con el acceso a internet y tener que trabajar sin el acompañamiento directo de sus profesores, se suman la incertidumbre respecto a las evaluaciones, el pago de las mensualidades y el miedo a una posible pérdida del año escolar. Aquí ochos estudiantes cuentan cómo están viviendo ese proceso.
Este lunes se cumplieron tres semanas desde que la pandemia de Covid-19 obligó a suspender las clases en todos los jardines infantiles y colegios del país, así como en las universidades, forzando a miles de estudiantes a continuar estudiando desde sus casas. La mayoría de ellos no llevaba más de cinco o siete días del año escolar 2020.
Para continuar con el “proceso formativo”, muchos de los establecimientos han optado por usar herramientas en línea, como Google Classroom o Zoom, mientras que otros entregan guías impresas, o dan instrucciones para utilizar los libros del Mineduc, cuando las familias van a los colegios a retirar la alimentación de los niños. Entremedio están los grupos de WhatsApp y los correos electrónicos, a través de los cuales profesores y apoderados intentan mantenerse en contacto.
En general, y sin importar si estudian en un establecimiento público, subvencionado o particular, nadie parece satisfecho con este “arreglo”.
Algunas familias creen que se les exige demasiado a los niños. Otras, que no se les exige el suficiente. Los padres que pagan una mensualidad mes a mes cuestionan los cobros y muchos profesores reclaman que su carga de trabajo ha aumentado o que se les expone a contagiarse, sin las medidas de seguridad necesarias, cada vez que van a los colegios.
La mayoría de alumnos afirman que ni todos los videos del mundo podrían reemplazar el ir realmente a clases y, sin embargo, saben que son afortunados, porque muchos otros estudiantes ni siquiera tienen acceso a internet. Las tareas y distracciones del hogar, así como el hacinamiento que muchas veces los deja sin un espacio donde estudiar, son algunos de los problemas que están aquejando a los niños y jóvenes en este período.
PSU y notas a la deriva
No es el escenario que imaginaba para cursar tercero medio. A Mónica Álamos, estudiante del colegio particular Villa María Academy, ubicado en Las Condes, le preocupa el tema de las evaluaciones y no saber cómo una posible falta de estas afectaría la ponderación de su NEM (Notas de Enseñanza Media) para la PSU.
“Lo que más me ha molestado de tener clases en casa, sin la profesora presente, es que no tenemos clases constantemente, sino que solo ejercicios y guías”, cuenta la alumna de 17 años, quien cree que deberían mantener un horario con clases en línea que les permita ver a sus profesores.
Uno no solamente aprende a través de guías, sino también de la profesora, de los alumnos, de nuestros compañeros. Uno aprende a través de muchas cosas.
Su mamá, Mónica Echeverría, que tiene otros dos hijos de 15 y 8 años, ha tenido que adaptarse a las diferentes plataformas que utilizan los colegios, además de lidiar con su trabajo y las tareas domésticas. “Nos ha costado más a los papás enchufarnos y entender, pero me consta que los profesores han tratado de hacer lo mejor que pueden. Tuvieron que adaptarse de un minuto a otro”, afirma.
Respecto al pago de la mensualidad, asegura que en el caso del Villa María han dado todas las facilidades para acceder al colegio, vía correo electrónico, en caso de cualquier dificultad económica. “Están haciendo un fondo solidario con todas las platas que no se están gastando en este minuto en el funcionamiento del colegio para ir a la ayuda de los papás que lo puedan necesitar”.
La doble tarea de los niños NEE
Benjamín Palma (10) tiene síndrome de Down y es uno de los miles de niños que presentan Necesidades Educativas Especiales (NEE) y asisten a un establecimiento de educación regular. Esto gracias al Programa de Integración Escolar (PIE), con el que recibe apoyo adicional en su trabajo escolar por parte de profesionales especializados.
El niño cursa quinto básico en el colegio Golden School, de Chiguayante, y sus papás se han preocupado de que no se retrase mucho en sus tareas desarrollando junto a él las guías y actividades que le mandan. La idea es que “no pierdan el hilo de lo que es estar en clases, aprendiendo”, explica Cristián, su papá, quien revisa la plataforma y el correo electrónico para ver las tareas que llegan.
Por ahora, el “Benja” dice estar en feliz. Se levanta tarde, juega mucho más que cuando está en clases y puede hacer las tareas junto a la familia. Sin embargo reconoce que quiere volver pronto al colegio, y que anhela jugar fútbol, básquetbol o vóleibol con sus compañeros. Algo que lamentablemente, tiene claro, no sucederá pronto.
Muchas guías, ninguna impresora
Alrededor de la una del día Maite Cancino, de diez años, comienza su rutina de estudio. Se sienta en el comedor de su casa, ubicada en la comuna de Peñalolén, y comienza a descargar las guías que los profesores le van enviando a través de la plataforma Google Classroom.
Maite cursa quinto básico en el colegio República de Siria, un establecimiento municipal con excelencia académica, ubicado en Ñuñoa. Cuenta que a veces no entiende algunas cosas y debe pedirle ayuda a su mamá quien, en el caso de las tareas de inglés, debe utilizar un traductor en línea para guiarla. “Yo tampoco sé mucho, entonces es la única opción”, dice Claudia Cavajal, mamá de Maite.
Como no tiene impresora, la niña debe copiar todas las guías en un cuaderno y ahí completar lo que le piden. Después les saca fotos a esas hojas y las sube al sitio para que sus profesores las revisen. “Me aburro un poco, porque se demora mucho”, dice, mientras va cambiando los colores de los lápices en su transcripción, para destacar lo más importante.
Carvajal, que además es educadora de párvulos, cree que a los profesores se les exige mucho y esa carga de trabajo se le está traspasando a los niños. Pero lo que más le preocupa, es que todo es muy impersonal y frío.
Mandan material, pero casi todo es sólo leer y escribir. Están olvidando lo humano. No hay ninguna actividad para que ellos se mantengan conectados, ni tampoco de educación física que los conecte con su cuerpo y emociones. Tampoco hay clases en vivo y eso me da un poco de recelo.
A ella, en lo personal, no le preocupa si Maite pierde el año, pero cree que para la niña, y sus compañeros de curso, sería difícil, y eso tal vez les genera cierta presión. “Creo que yo estoy aprendiendo más que ella, que lo hace un poco por cumplir”.
Estudiando en Londres desde Chile
La familia García Errázuriz vivía en Londres cuando estalló la pandemia de Coronavirus y, después de cuatro años, decidieron volver a Chile y vivir la cuarentena acompañados de sus seres queridos. Esto no impidió, explica Josefina Errázuriz, que sus hijos dejaran de estudiar. “Como las clases son online, no es mucha la diferencia”, explica.
Actualmente la familia se aloja donde una hermana de Josefina, y los niños van a las clases “remotas” de su colegio público, en Inglaterra. “Por la diferencia de horas, supuestamente me tengo que despertar a las cinco de la mañana, pero me pierdo esas dos clases, me las graban y las hago en la tarde”, relata Pascual, de 12 años. Y si bien le gusta estar en casa, considera que no se aprende tanto como en una clase presencial.
Estar todo el día en frente de una pantalla es bien cansador. Y tampoco uno aprende tanto como en el colegio porque te piden que no sea con video, no te ven la cara, entonces no se siente tanto como una clase normal.
Para Josefina, co-fundadora de Innovacien, una ONG que impulsa “el uso reflexivo y creativo” de las nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC) en el ámbito educacional, esta crisis sanitaria es una oportunidad histórica para el sistema educativo chileno. “Esto es algo que tendríamos que haber hecho hace mucho tiempo. Porque se invirtió en tecnología, computadores, tablets, pero no se capacitó a los profesores, no se invirtió en el capital humano. Una verdadera digitalización significa un cambio profundo”, asegura.
Días sin descanso
Tamara Salazar (22) estaba junto a su familia en Chimbarongo (Región de O’Higgins) cuando se enteró que no se harían clases presenciales en la Universidad Católica (PUC), donde cursa cuarto año de Trabajo Social. Sin sus materiales para estudiar y con una realidad que no le garantizaba las mejores condiciones para seguir las clases desde su hogar, decidió volver a Santiago y quedarse en la casa de su pareja, en la comuna de San Ramón.
Donde vivo, las empresas te piden que digas tu dirección y ellos te avisan si la señal de internet llega o no. A veces llega, pero es mala la conexión, entonces no me quise ver enfrentada a esos problemas. Tampoco tengo ningún espacio dentro de la casa que estuviera disponible para estudiar.
La joven cuenta, además, que muchos compañeros que se encuentran en regiones o que tienen hijos están haciendo reales malabares para equilibrar las exigencias de cada hogar con la carga académica, en medio de la incertidumbre por la propagación del Covid-19.
Pese a que su universidad está preparada para dictar clases en línea desde el estallido social –que desde octubre del año pasado obligó a cerrar la institución– y que en la actualidad existen becas de internet y de préstamo de computadores, Tamara considera que la implementación del sistema no ha sido oportuna.
“Yo agradezco que la universidad esté haciendo cosas por tratar de llegar a nosotros y ayudarnos, pero siento que las soluciones han sido insuficientes y lentas”. La estudiante está a la espera de que le confirmen el beneficio de la gratuidad y, por ahora, el tema de la mensualidad no es un problema, pero tiene muchos compañeros preocupados por el pago.
Tengo entendido que la universidad va a ser más flexible con los tiempos de pagos, pero no va a rebajar los aranceles.
Sumado al estrés de la pandemia, Tamara siente que está todo el día conectada y que la carga académica se siente aún más pesada estando el día completa en casa. Por todo esto, sufre de ansiedad y se le hace difícil dormir.
“Siento que todo el día estoy haciendo algo y se espera que siempre esté atenta al teléfono y al computador, porque estoy en la casa. Yo tengo compañeras que tienen hijos o que viven cinco o seis en una misma casa, compartiendo el mismo wifi. Así resulta mucho más difícil tener clases por internet”, reflexiona.
Papás que hacen de profes
Daniela Fuentes, de nueve años, comenzó el año escolar en un colegio de Las Rejas, pero finalmente logró cambiarse a la escuela República de Alemania, en Santiago Centro, más cerca del trabajo de su papá. Ella y su familia son inmigrantes venezolanos, y sólo llevaba dos semanas en su nuevo colegio cuando se iniciaron las políticas de aislamiento, teniendo que trasladar su educación por completo a la casa.
Para Vicse, su madre, el reto es mantener una rutina que la niña no considere abrumadora, pero que le permite seguir el paso para cuando vuelva al colegio. Temprano en la mañana, ella revisa el contenido que la profesora comparte en el grupo grupo de WhatsApp de apoderados y con una pizarra improvisada, papel y lápiz, estructura pequeños módulos de trabajo que no agoten a la Daniela. Al final del día, repasan todo con una especie de prueba que la misma madre elabora.
A diferencia de los adultos, la niña aún no dimensiona del todo lo que sucede y por lo mismo dice que no le complica quedarse en casa. Aprovecha el tiempo en casa para jugar con su mascota y con su mamá, además de ayudar en las tareas domésticas de la casa.
Tareas sin pantallas
Dibujar, leer cuentos, hacer sumas pero también figuras de arcilla, pompones y almácigos. Esas son algunas de las actividades que realiza durante el día Samuel Luarte, que cursa tercero básico en el colegio Rudolf Steiner, establecimiento ubicado en la comuna de Peñalolén que aplica la pedagogía Walforf.
El niño, de ocho años, dice que extraña los recreos, a sus amigos y los profesores, pero también disfruta estar “al aire fresco”. Eso porque hace un mes está junto a su mamá y su hermano mayor, de 22, en una casa que sus abuelos tienen en Los Andes, acompañados por una amiga de su mamá, y su hijo, de la misma edad que Samuel.
“Optamos por venirnos para acá, que es mucho más tranquilo”, dice la ilustradora Carla Vaccaro, mamá de Samuel. Puesto que la pedagogía Waldorf, como otras metodologías “alternativas”, desincentiva el uso de pantallas, es ella quien recibe las actividades del colegio.
Se armó un chat con los papás y el profe, donde él va modelando los ejercicios con un video y explicándonos cómo hacerlos en la casas.
En la normalidad, explica Vaccaro, los niños se concentran por dos meses en una sola asignatura, para profundizar en ella. Esta era la época de matemáticas, pero el profesor optó por dejarlo en pausa para “no estresar ni a los papás ni a los niños”. En cambio, un ejemplo de tarea es que, de un cuento “dibujen o escriban un párrafo de la parte que más les gustó”.
Respecto a una posible rebaja de la mensualidad, no les ha llegado ninguna noticia. El colegio tiene tres aranceles diferentes y cada familia escoge uno según su realidad financiera. “No sé cómo se estarán organizando pero seguro que van a ver un montón de papás con dificultades para pagar”, dice la ilustradora.
¿Y se pierde el año escolar? “No está en mi preocupaciones”, comenta la mamá de Samuel. “Mientras tenga un avance en su lectura, con eso me doy por satisfecha”.
Expectativas insatisfechas
Para Sofía Martínez, de 15 años, las clases “en línea” no han sido lo que esperaba. La joven es estudiante de tercero medio en el colegio Alberto Pérez de Maipú y ya lleva dos semanas de clases desde su casa. En su establecimiento trabajan con la plataforma Google Classroom, donde cada profesor sube su material y adjunta un video explicativo, para aclarar cualquier duda.
Pero a Classroom solamente se puede subir contenidos (documentos, presentaciones, videos, etc.) y “no se hacen videollamadas, como uno pensaría que son las clases en línea. Aquí solamente nos mandan trabajos y a veces materia. Algunos profes mandan y otros no”, explica Sofía, con cierta frustración.
No ha sido fácil para ella asumir esta nueva modalidad, pero sabe que tiene muchas más comodidades que otros de sus compañeros, ya que en su hogar cuenta con una sala de estudios separada y un computador personal con internet donde puede trabajar los contenidos tranquilamente. Por ahora debe asumir que, hasta que la pandemia no se controle, no podrá retornar. La incertidumbre la incómoda, pero no tiene otra alternativa.
Julio (44), su padre, cree que el virus tomo por sorpresa al sistema educativo y asume incluso la posibilidad de que este sea un año perdido para su hija. “Preferiría eso a que pasen sin los conocimientos adecuados”, dice.
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