Los últimos meses de Patricio Lamoza Kohan (50 años, casado, 3+3 hijos, según propia definición) han sido durísimos. Día tras día, se ha enfrentado a los peligros del Covid-19 en la Urgencia del nuevo hospital Félix Bulnes, donde se desempeña como cirujano bariátrico. Cientos de casos han pasado por esas dependencias en un turno que se fue acostumbrando a trabajar al límite debido a la alta demanda. Hoy el virus lo alcanzó y su lucha ahora se concentra en que la enfermedad no pase a mayores.
“Me he sentido la verdad muy mal. A estas alturas, una semana teniendo fiebre hasta 38 grados; muchos dolores musculares generalizados y muy intensos; algunos síntomas digestivos, pero todo muy oscilante”, relata el médico sobre su estado de salud. La situación ha sido tortuosa y con poca tregua para él. No lo pasa bien. “Hay algunos días mejores y otros de sentirse muy mal, sobre todo en las noches. Las molestias impiden que pueda dormir y me dan las 4 de la madrugada buscando posición o luchando contra los síntomas, para los que estoy tomando una dosis importante de medicamentos, entre paracetamol, antiinflamatorios, descongestionantes, etcétera… En mi caso, los síntomas respiratorios no han sido importantes”, afirma.
Ya en las últimas semanas, el panorama se había ido tornando crítico en el recinto hospitalario. El número de casos aumentó drásticamente, lo que obligó a recurrir a un plan de contingencia. “No ha sido fácil. La cantidad de pacientes que hemos estado atendiendo ha ido creciendo mucho; la Urgencia ha ampliado su área de atención de forma significativa y se han ido incorporando más médicos a los turnos, además de contar con el apoyo de médicos del hospital que no trabajan en Urgencia, pero que están yendo a colaborar”, explica.
Como consecuencia de lo anterior, el personal médico comenzó a sufrir los efectos de este escenario y las cosas empeoraron dramáticamente, cuando, al igual que piezas de dominó, los profesionales empezaron a caer por el contagio del coronavirus, poniendo en jaque la operatividad del sistema. “En mi turno nos fuimos enfermando gradualmente. Primero, la jefa, quien solo manifestó muy pocos síntomas; luego, un colega internista que tuvo que estar hospitalizado, aunque gracias a Dios no grave; luego, enfermé yo; y después otra colega. Y eso que nos cuidamos y contamos con los elementos de protección. Sin embargo, son detalles los que hacen que al estar contaminado uno se contagie. Tratamos de ser lo más solidarios entre nosotros al momento de atender, sobre todo a los pacientes más complejos, para sacarlos adelante”. Actualmente, el turno funciona con reemplazos, de los cuales la mayoría corresponde a profesionales que se desempeñan en otras franjas horarias.
El especialista admite que desde lo anímico ha sido compleja la lucha y reconoce que está muy preocupado por esta incertidumbre que acompaña al virus. “Al enfermar quedan dos sensaciones amargas: por un lado, la necesidad de mejorar para volver a atender y no dejar cojo al turno; y por el otro, el temor de saber que esto puede agravarse y no tener la certeza de si esto va a pasar como un cuadro leve o si tendrá un curso más grave”, reflexiona, a 11 días de recibir el diagnóstico de la enfermedad.
Mientras espera por una mejoría, Patricio Lamoza Kohan está confinado en su propio dormitorio, desde donde sigue la contingencia y, cuando puede, se manifiesta activamente a través de las redes sociales. “Gracias a Dios, vivo en una casa amplia que permite que estemos aislados”, expresa, al tiempo que intenta sobreponerse a uno de los enemigos más complejos y desconocidos que le ha tocado enfrentar.