Fue paulatino y creciente. El primer encierro comenzó a fines de marzo: siete comunas y 1.341.000 personas. En mayo, la restricción ya afectaba al 60% y el cierre casi total se fechó el 15 de mayo, con el 92% de la población, 7,5 millones de santiaguinos recluidos en sus casas. El peak se acercaba y la red de salud estuvo al borde del colapso. La autoridad la definió como la “batalla crucial en la guerra contra el coronavirus”.
El comercio, la construcción y muchas otras actividades se fueron al suelo. El delivery tuvo su estrellato y el flujo vehicular se redujo hasta 75%, cambiando la fisonomía de la capital. La economía se desplomó 14,1% en abril y 15,3% en junio: acumuló cinco meses de caídas a dos dígitos. Todo ello tuvo consecuencias: una encuesta de la UC estimó que la tasa de desempleo corregida -que incluyó desocupados, personas que fueron suspendidas de sus empleos y quienes dejaron de buscar trabajo- llegó al 31,1%.
La red de salud, exigida al máximo por el Covid-19, postergó millones de consultas y cirugías no electivas. La salud mental, anticipan médicos, autoridades y organismos internacionales, será un asunto al que habrá que atender con urgencia. Diversos prestadores reportaron en estos meses mayores consultas por cuadros de ansiedad, depresión y aumento en el consumo de alcohol y drogas. El encierro no era inocuo. Nunca lo fue.