La segunda vuelta de la elección a gobernador de la Región Metropolitana ha tomado una temperatura inesperada. En algunos círculos prevén que puede tener un efecto parecido al “Naranjazo”, como se narra la elección de reemplazo de un diputado en 1964, poco antes de la presidencial. La inesperada victoria del socialista Óscar Naranjo llevó a la derecha a apoyar a la DC para evitar que Allende llegara a la Moneda. Haciendo el correspondiente juego de palabras, hay algunos que llaman a esta “El Olivazo”.
La candidata Karina Oliva ha tenido más conciencia de lo que está en juego y por ello ha apostado a polarizar la elección de todas las maneras posibles. Ha construido sobre sí misma una leyenda de mujer representante del pueblo que enfrenta al oligarca Orrego. También le ha atribuido a éste una serie de actuaciones para culparlo de todas las omisiones de los últimos 30 años, culpándolo incluso falsamente de haber tenido un rol en el Transantiago. Pero la fe es más importante que la verdad, como dice Kazantzakis en la novela La última tentación.
Orrego ha apostado a su reconocida experiencia en temas de ciudad, y con ello buscar el voto de vecinos convencidos. Repitiendo el error de primera vuelta, apuesta por un electorado mayor y más conservador haciéndose dependiente que esta vez vaya a votar. Logró hábilmente evadir el abrazo del oso que significa el apoyo de la derecha, que optó por tomar palco de esta situación; y guardarse los votos tipo Naranjazo para una primera vuelta.
Es imposible hacer una predicción, pues no hay certeza alguna de cuantas personas votarán, y quienes serán los que vayan a la votación. En columnas publicadas en este medio, Silvia Eyzaguirre y Ascanio Cavallo tienen estimaciones de quienes se quedaron en casa respecto a el plebiscito. Eyzaguirre plantea que fueron los votos moderados, y Cavallo, las personas de más edad. En ambas hipótesis pierde Orrego.
Más allá de las imprecisiones de Oliva, ha logrado instalar la necesaria lucha de clases en la contienda electoral, con la complicidad de Orrego, que sigue apostando al voto seguro y moderado. Su punto más débil es el grave error de Jadue la vez pasada que alejó a los socialistas de un probable apoyo a su candidatura, y las imprecisiones en sus propuestas de gobierno regional. La probable irritación podría despertar a muchos dormidos votantes de la Concertación y la Nueva Mayoría, en especial después de su foto con Pablo Maltés.
En donde sí hay claridad es que la elección tendrá efectos políticos. Una victoria de Oliva podría permitir al alcalde Jadue limpiar los daños producidos por el veto que alejó a los socialistas de su candidatura. También pondría la elección senatorial en la RM al rojo vivo, con la vuelta al escenario de la diputada Jiles. En todos los corcoveos que ha tenido Oliva sobre las funciones de gobernador, ha dejado claro que no renunciará a su rol de activista. Aunque no lo ha dicho públicamente, es evidente que es la gran apuesta de Jadue, y no la carta de Boric.
Una victoria de Orrego curará las heridas dentro de la ex Nueva Mayoría por los episodios de aquel miércoles negro, donde una serie de desaciertos repitió el escenario de hace 4 años sin primarias. Aunque el candidato ha centrado su campaña en los temas de ciudad, y no se ha ido por los efectos políticos, es inevitable pensar que su victoria será el camino de lo que varios han llamado “la procesión a Huasco”. Pero esa es otra historia.