A Felipe Osiadacz lo esperaban su padre y su hermana en el aeropuerto, en abril pasado. Regresaba a Chile tras 15 meses y 11 días en el penal de alta seguridad Sungai Buloh, en Malasia, por el homicidio culposo de Yusaini Bin Ishak. Pero ese reencuentro –recuerdan hoy- fue extraño: pese a que repetía que todo estaba bien "parecía programado como un robot, como si no estuviera realmente ahí", afirmó su hermana Nicole. Las razones las entenderían los meses siguientes. Y quedarán plasmadas en un libro que Osiadacz comenzó a escribir apenas se instaló en su casa en Concón y que hoy acumula más de 300 páginas sobre su duro cautiverio.

Todo empezó una noche en Kuala Lumpur. "Vi llegando a mi amigo Fernando, seguido de una persona más; le pregunté 'qué está pasando' y me dijo que lo venía siguiendo por varias cuadras y que le había ofrecido servicios sexuales. Me dijo que no sabía cómo sacárselo de encima. Le pregunté a esta persona qué quería y me respondió  'antes de subir a la pieza me tienes que pagar'. Le dije, en inglés: 'antes de subir a la pieza para qué, si mi amigo te ha dicho que no, de qué estás hablando'. Luego esta persona nos bloqueó las puertas y gritó: 'Yo seguí a tu amigo por 10 minutos, me tienen que pagar por el tiempo que perdí'".

El resto es historia conocida: tras un forcejeo Yusaini Bin Ishak murió luego de ser retenido en el suelo por los chilenos. Un largo proceso judicial sigue en curso en contra de Osiadacz y Fernando Candia –de quien el primero se rehúsa hablar- quienes regresaron a Chile mientras se discutía una apelación de la fiscalía del país asiático que busca aplicar una pena de tres años a ambos jóvenes.

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FOTO: JUAN FARIAS[/caption]

¿Cómo fueron sus primeros días en la comisaría al empezar la investigación?

Después que nos arrestaron nos pasaron una ropa naranja, defecada, con orina, rota y tienes que dormir en el piso sin almohada ni frazadas, con temperaturas que te hacían transpirar todo el día y, en la noche, mucho frío. En esos días me conté en el cuerpo más de 120 picadas de zancudo; después ya ni me preocupé de seguir contándolas. Estaba, literalmente, como un perro. En los primeros días bajé cuatro o cinco kilos, no había nada nutritivo para comer. Pero lo peor eran los gendarmes que me amenazaban y simulaban con sus manos la figura de una horca; me decían "crees que vienes acá a matar gente, bueno, vas a morir".

¿Y qué sintió cuando tiene la certeza de que irá a la cárcel?

A los 12 días llegó el cónsul y me dijo que lamentaba lo que estaba pasando, pero que sería procesado por asesinato.  Dijo que tenía que ser fuerte y agradecer por estar vivo. Cuando escuché "cárcel" se me vinieron a la cabeza violaciones, asesinatos, golpes, drogas, destrucción. No lo podía creer.

¿Cómo lo intentaba manejar?

Empecé a meditar, lo que me ayudó a controlar la ansiedad. Quise mantener mi cordura por mi familia. Es un tema de supervivencia, te tienes que repetir a ti mismo que esto no es la muerte, puede que esté cerca, pero por ahora tienes que aferrarte a la vida. Durante los primeros seis meses lloraba todas las noches, pero solía soñar que estaba en libertad, y cuando me despertaba y me daba cuenta de que estaba preso, podía llorar por dos horas más.

¿Sintió culpa por lo sucedido con quien terminó siendo una víctima?

Sí, pero además entré en estado de shock y en desesperación; no sé cómo describirlo. Imagina pasar de un momento tan bueno, que tienes tus planes, tus ilusiones, y de repente por una discusión, por algo que ni buscaste, tu vida cambia. Pero sí, sentí culpa y me arrepentí de la situación. Cuando pasaron los meses siempre sentí culpa porque una persona terminó muerta; no fue un ojo morado, aquí una persona murió y eso no va a cambiar nunca.

¿Cómo fue su relación con los otros presos?

Hubo percances, ya que estuve encerrado con puros hombres sumado a que no nos abrían las puertas para caminar o hacer ejercicio, así que era poco probable que no hubiera discusiones o peleas. Uno de los pocos días que abrieron la puerta de la celda me asomé por la ventana con barrotes y al frente mío vi a dos nigerianos rompiéndose la cara. Si alguien se agarraba a combos los gendarmes cerraban las puertas por un mes, y por lo general, cuando abrían las puertas, ocurría algo, por todo el estrés que cargábamos. Te diría que cada seis meses abrían la puerta diez veces.

¿Qué otros episodios de violencia vivió?

Siempre después de ir a la Corte me tenía que quedar en cuarentena, lo que significa que entraba a un block distinto al que normalmente estaba, en piezas de 30 metros de largo por 5 de ancho, donde las drogas iban por todos lados. Había aproximadamente 180 personas. Ahí me aprovechaba de duchar de noche, siempre preocupado de secarme bien para que no me salieran hongos. Una vez escuché gritos en otra celda, gritos muy fuertes, vi a muchos gendarmes corriendo de un lado para otro, ya que en la noche, para evitar motines, se llevaban las llaves a otro bloque. Corrían para buscar las llaves porque algo estaba pasando. Eso es una cosa que me gustaría destacar: si algo te pasaba en la noche, si te estabas muriendo por ejemplo, los gendarmes, aunque lo quisieran, no podrían entrar, porque no tenían las llaves. Finalmente vi cómo sacaron a alguien muerto en una camilla. Se había suicidado. Otra vez, también en la noche, cuando llevaba apenas 3 días en Sungai Buloh, un myanmarino me robó una pasta para uno que me había comprado. Cuando el jefe de la pieza se enteró de que me habían robado fue donde esta persona y le pegó por cuarenta minutos, con patadas, combos, yo quedé helado. Jamás me esperé ver algo así.

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FOTO: JUAN FARIAS[/caption]

¿Cómo lidió con la presencia de drogas?

Había metanfetamina, marihuana, patillas tipo éxtasis. La forma que tenían para entrar la droga era pagarle a la persona de rayos X; también le pagaban a los gendarmes para que abrieran las puertas y que así pudieran hacer las ventas. De hecho, esa era una de las razones por las que las puertas de las celdas estaban siempre cerradas, ya que para los gendarmes era lucrativo cobrar por abrirlas. Me ofrecían droga gratis para tratar de hacerme adicto, pero nunca acepté. Era cosa de ver cómo vivían los adictos para saber que no quería terminar como ellos.

¿Cuál fue el momento más difícil?

Hubo seis meses que estuve encerrado en la pieza y que no me abrieron la puerta, ¡la mitad de un año no pudimos salir de una celda de 14 metros cuadrados! No teníamos ni permiso para salir 15 minutos a caminar ahí mismo en el block. Seis meses, éramos diez personas y el único espacio que tenía era donde cabía mi cuerpo. Estuve con ucranianos, chinos, nigerianos y malasios; hubo hartos conflictos. Podían estar dos horas discutiendo si la pared era blanca o café, por darte un ejemplo.

¿Alguna vez vivió una amenaza directa en la cárcel a su integridad física?

Sí, una mafia india me amenazó de muerte una de las tantas veces que estuve en cuarentena. Se me acercaron y me dijeron "cámbiate de puesto, nosotros nos vamos a poner acá". Les respondí que no. Luego uno de ellos me preguntó: "¿sabes quién soy yo?"; le respondí de nuevo que no y me dijeron: "nosotros matamos al fiscal que estaba envuelto en el caso del ex primer ministro de Malasia, y te podemos matar de noche y nadie va a decir nada; de hecho, te voy a matar hoy en la noche". Más tarde ese día se me acercaron otras personas a mi pieza y me dijeron que me tenía que cambiar porque si alguien moría en cuarentena toda la gente de la pieza iba a estar bajo investigación, así que decidí cambiarme. Esa misma noche, cuando pensaba que en cualquier momento me mataban, se acercó la misma persona de la mafia y me pidió disculpas: "en la cárcel te tienes que hacer valer", me dijo. Es para no creerlo, pero nos terminamos haciendo amigos y me dijo que ante cualquier problema contara con ellos.

¿Hubo alguna actividad, aparte de la lectura, que hiciera en su celda?

Hice un mapamundi en la pieza que generó harto revuelo, era de un metro por uno y medio, con todas las islas y países del mundo. Cuando los gendarmes y los reos pasaban por ahí preguntaban "quién hizo eso", estaban locos por el mapa, era muy detallado, incluso me pidieron replicarlo en otras celdas. En ese momento me fui haciendo conocido la gente me veía meditando, con libros todas las semanas. Leía un libro de 1.300 páginas en dos días y medio, en promedio creo que leía 10 horas diarias.

¿Por qué se declaró culpable si dice ser inocente?

Jamás me hubiese declarado culpable porque yo y los abogados sabíamos que no había tenido la intención de hacerle daño a nadie y que las pruebas corroboraban lo que dije desde el primer momento. Pero lo hice porque la justicia en Malasia no me iba a dejar ir así como así.

¿Cómo fue la actuación de las autoridades chilenas en su caso?¿ cómo fue su relación con el cónsul Juan Francisco Mason Izquierdo?

Excelente, se portó muy bien con nosotros y estoy muy agradecido por todo lo que hizo.  Una vez, sin embargo, tuvimos un problema porque entró a verme en la cárcel con un Ipad, sin darse cuenta. Cuando lo noté le pregunté si podía grabar un video de feliz navidad para mi familia, lo cual quizás fue una imprudencia de mi parte.  En menos de diez segundos les alcancé a decir que no se preocuparan y que estuvieran felices. Ni yo ni él nos percatamos de que en la sala había cámaras. Pronto llegaron los gendarmes y le dijeron a Juan Francisco que lo que tenía en sus manos era ilegal. Me devolví a la celda pensando en que ojalá no le hicieron nada, pero en realidad era yo el que estaba en problemas. Me mandaron a llamar al lugar donde dictaban los castigos y me dijeron que estaría encerrado siete días en Tawakal, donde las piezas tienen la mitad del tamaño que las regulares del penal donde estaba. Ahí la comida era peor y la luz de la celda, que era muy intensa, estaba siempre encendida. Era muy difícil dormir.

¿Cómo recibió la apelación a la sentencia del juez, presentada por la fiscalía de Malasia?

La Fiscalía apeló 2 horas y 15 minutos antes de que se cerrara el último día posible para apelar en la Corte. O sea, a último minuto. Me avisó el cónsul. Ese mismo día en la mañana me había visitado en la cárcel y dijo: "Felipe, olvídate de la apelación, esto termina hoy, tu familia está preparando pasar la navidad contigo en algún lugar aislado". Y ahí estaba, feliz, y me devolví a la celda, lo que no era fácil ya que en avanzar 200 metros me demoraba dos horas por cosas burocráticas de la cárcel, como la prohibición de mirar a los gendarmes a los ojos y la obligación de arrodillarme al estar frente a ellos. Cuando llegué a la celda, pasaron dos minutos y escuché "chilenos, llamada telefónica". Nunca habían dicho eso antes. Me demoré media hora en volver a lugar y ahí el cónsul me dice: "no sabes cómo lamento decirte esto Felipe, pero acaban de apelar". Empecé a llorar y entré en shock, no me cabía en la cabeza, no entendía por qué.  Después de eso me llevaron a la pieza y me terminé enfermando; dejé de comer, empecé a defecar sangre, tenía espasmos en el estómago; ya estaba flaco de antes, pero en ese momento llegué a pesar 59 de kilos y mido 1,81. No tenía ánimo de nada, no quería vivir, le rogaba al universo que me llevara en el sueño.

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FOTO: JUAN FARIAS[/caption]

¿Por qué decidió y cómo gestionó su regreso a Chile con el juicio pendiente?

No me voy a referir a ese tema en este momento. No creo que sea prudente.

Ahora que está de regreso, ¿cuáles son sus planes?

Después de vivir algo tan extremo empiezas a valorar los momentos más simples, como ver un bello atardecer, y agradeces la nueva oportunidad de disfrutar ese paisaje. Pero las personas normalmente no viven su vida de esa forma. Siento que viví una experiencia que debiese ser transmitida, en el sentido de compartir la importancia de agradecer por lo que se tiene, de entender que la vida no es una competencia. Por eso quiero hacer charlas motivacionales que ayuden a la gente a hacerle frente a la adversidad cuando creen que todo está perdido, porque si algo tengo claro, es que después de la tormenta siempre sale el sol, pero eso depende de uno, de la actitud con la que afrontas la vida.

¿Se siente agradecido de alguien en particular?

Estoy muy agradecido de toda la gente que se involucró, mi padre, mi hermana, mi familia en general, y en particular el abogado Jorge Boffil, por sus consejos y respaldo incluso desde antes que regresara a Chile. También hubo personas que me mandaron libros, que le dieron una palabra de apoyo a mi padre y a mi hermana en los momentos más críticos, personas que sin conocerme a mí o a mi familia nos apoyaron emocional y económicamente. Sin todo ese apoyo, sin esa buena energía, no estaría aquí.

¿Es su experiencia la que retrata en el libro que está escribiendo?

El libro cuenta cómo logré salir adelante en un ambiente hostil, con una cultura y un idioma distintos, con la perspectiva de morir en la horca y alejado de todos mis seres queridos. El libro, a su vez, puede interpretarse como una denuncia a las condiciones de vida del sistema carcelario y judicial malasio; quiero que los lectores se den cuenta de cómo se atropellan los derechos humanos en esos lugares y no solo de mis vivencias particulares. Hay quienes viven algo así y dicen "bueno, alguien se irá a encargar". Yo no podía seguir trabajando y hacer borrón y cuenta nueva si es que sé que hay personas que lo siguen viviendo por años, día tras día, hora tras hora, hasta que se mueran. Tengo un compromiso moral y social de ayudarlos.