"No somos propiedad de la Iglesia, pero somos parte". La precisión de Ignacio Sánchez ubica de alguna manera a la Universidad Católica en el mapa de la crisis que desde hace unos años golpea a la Iglesia chilena. El rector decide abordar por primera vez esta materia a través de una entrevista, convencido de que desde la universidad tienen la misión de contribuir a encontrar los cambios que permitan erradicar para siempre la "cultura de abusos" que ejercieron algunos religiosos.
"La Universidad Católica vive, se desarrolla, aporta desde su identidad católica hacia la sociedad, y por supuesto que todo lo que le ocurre a la Iglesia nos ocurre a nosotros, nos afecta, nos duele, nos compromete a ver cómo podemos tender medidas para superar ese problema", sostiene Sánchez.
Agrega que "nosotros hace muchos años, desde que esto comenzó a plantearse, yo diría después de Karadima, etcétera, hemos estado siempre atentos y preocupados de que los temas de abuso, en primer lugar, sean condenados; en segundo lugar, que se ponga énfasis en la víctima, especialmente si hay menores afectados; y, en tercer lugar, ver cómo se puede por una parte investigar, y, por otra, prevenir que esta situación ocurra de nuevo. Ahora, obviamente que cuando los casos comienzan, hace varios años, eran casos focalizados...
Hoy, en cambio, las pruebas indican que se trata de una conducta más reiterada...
Claro, uno tenía la impresión de que esos casos se estaban evaluando, investigando, cada uno de ellos. Lo complejo ha sido en el último año, gatillado fundamentalmente después de la visita del Papa por el informe Scicluna, uno va viendo que los casos son ya muy numerosos.
La fiscalía ha identificado 178 víctimas de abusos por parte de religiosos.
Claro, ha dado cuenta de más de 160 sacerdotes acusados y entre las víctimas una gran cantidad de menores, entonces es muy dramático, es muy grave, recuerda situaciones que se conocieron hace muchos años en Irlanda, en Boston, en otras regiones del mundo, en donde se registraron situaciones gravísimas: agresiones, acoso, abuso y mucho daño, y, por otro lado, un mal manejo de la situación. Creo que esos son los dos aspectos que uno tiene que valorar. Uno es la persona culpable de cometer este ilícito, este grave atentado contra la dignidad, contra el respeto de una persona, y particularmente de niños, y lo otro es cómo se maneja en el entorno. Ahí hemos tenido problemas y hemos fallado.
Hoy no solo hay evidencias de que son conductas reiteradas, también hay señales que podrían establecer que eran acciones conocidas dentro de la Iglesia y que no se denunciaron.
Aquí tenemos que tener dos conceptos que me parece que son bien importantes y básicos de poner. Primero, la Iglesia y la jerarquía a cargo han confundido lo que es un delito con lo que es un pecado. O sea, yo puedo cometer un pecado y me puedo arrepentir y como católico me puedo sentir liberado de ese pecado, pero si cometo un delito, eso es materia de la justicia y alguien que se arrepiente si comete un delito tiene que ir a la cárcel igual, se arrepienta o no se arrepienta. Por eso a mí me parece que es clave lo que dice el fiscal (Jorge) Abbott y lo que han dicho los otros fiscales: que la Iglesia preste absolutamente toda la colaboración con la justicia y que haya un trabajo conjunto, en donde la Iglesia no sienta que la justicia está involucrándose o que está como agrediéndola, sino que todo lo contrario, que la justicia está colaborando con la Iglesia para esclarecer estos delitos, para esclarecer estas situaciones que son condenables, que requieren justicia, apoyo a las víctimas y que requieren una actitud muy clara para que esto no se repita. Lo dramático es que cuando se conocen los casos de reiteración de hechos y uno dice me angustia pensar que si esto se hubiera podido conocer tres, cinco, diez años atrás, no hubieran existido todas las víctimas que siguieron existiendo. Eso es lo dramático. Entonces, el tema de delito-pecado es algo que es crucial de tenerlo claro. Y el otro tema que hay que tener claro es que la Iglesia conoce, es experta y es una fuente maravillosa de misericordia, pero la Iglesia no es experta en justicia. Entonces, así como delito-pecado, esas dos palabras, justicia-misericordia. Siempre el mensaje ha sido tener misericordia, tener acogida, pero la Iglesia no imparte justicia y eso es lo que falta aquí. Entonces, por eso digo que son instituciones que debieran trabajar en conjunto y públicamente se han visto como casi enfrentadas.
Usted, a través de una carta pública, pidió perdón a nombre de la institución por lo que definió como "una cultura del abuso". ¿Qué nivel de responsabilidad le cabe a la UC en esta crisis?
Al ser nosotros parte de la Iglesia, tenemos que hacernos la pregunta: ¿pudimos haber hecho más? En ese sentido, creo que el perdón cabe. Pudimos haber hecho más, por ejemplo apoyando a los obispos para que tomaran mejores decisiones, pudimos haber hecho más siendo más cercanos a eventuales víctimas.
¿La Universidad Católica supo de alguno de estos abusos?
No supimos más que lo que se conoce por la prensa. Nosotros, ni como profesores ni como autoridades tuvimos información, no tuvimos la posibilidad de manejar estos casos. Pero vuelvo al principio, el hecho de decir que si somos parte de la Iglesia, uno tiene que hacer su autocrítica. Creo que todo católico, no solamente miembros de esta institución, el católico que está en una parroquia, por supuesto que condena los hechos y por supuesto no está de acuerdo con cómo se ha manejado, pero yo también le pediría a ese católico que diga bueno, en qué medida todo católico de este país podría haber tenido una reflexión más crítica. Cuando uno hace un acto de reconocer que podría haber hecho más, creo profundamente que ese solo hecho te acerca a la víctima y te ayuda a presentarte como una institución y como miembro de una institución que están abriéndose a acoger a gente que ha sufrido mucho. Por supuesto que una declaración así no repara el daño, pero creo que es un proceso que se inicia para mirar un nuevo camino. Esto, si tú me preguntas cuántos años van a pasar para que esto cicatrice, 20, 25, 30 años. El Papa va a Irlanda, y en Irlanda esto ocurrió hace más de 10 años y tú ves cómo el daño sigue vivo, cómo la gente salía a protestar a la calle por situaciones así.
Cuando usted plantea que la Iglesia confundió lo que era un delito con lo que era pecado, ¿no siente que se puede estar haciendo una mirada contemplativa del rol de la Iglesia ante estas situaciones, que más que elegir el camino religioso lo que se buscó fue ocultar los hechos?
Más que ocultamiento, que no niego que en algún caso podrá haber y eso la justicia tiene que aclararlo, la gran mayoría de los casos pasó por no saber cómo manejar la situación. No por el afán de ocultar, no por el afán de tapar algo, sino que por no saber qué canales seguir, no preguntar, no confiar en una justicia...
Y ahí es cuando uno se encuentra con casos como el del obispo emérito Francisco José Cox, que ante denuncias fue trasladado de un lado a otro.
Claro, eso está muy mal, y particularmente muy mal en ojos de hoy día. A lo mejor hace 30, 40 años el pensamiento era que esta persona había reconocido esto, se había arrepentido, al trasladarlo a otro lugar iba a hacer una nueva vida y se confió en ese arrepentimiento y en ese perdón, pero eso no podía haber sido así, porque faltó justicia ahí. Entonces, estas lógicas también hay que mirarlas con respecto a 20, 30, 40 años atrás. Hoy nos parece completamente inaceptable, pero insisto que lo que aquí ha faltado es saber bien qué hacer. Cuando uno conversa o cuando uno lee una declaración de un sacerdote superior de una congregación o de un obispo, etc., muchas veces uno lee que hicimos todo lo que pudimos hacer en ese momento y el tema es: preguntamos qué más podíamos hacer o no. No estaban los canales a lo mejor de confianza como para saber cuáles son los procedimientos de tolerancia cero, una cosa así. Si la Iglesia y la justicia chilena logran establecer vínculos de confianza, canales de comunicación, casos de este tipo no debieran ocurrir nunca más, este grado de falta de avanzar en el esclarecimiento de los hechos, de capacidad de reacción, que la justicia lo nombra con un término que para uno, que no es abogado, es extraordinariamente duro como es el encubrimiento. Porque para uno que no es abogado, encubrimiento pareciera que es un acto de complicidad.
¿Usted siente que hoy día la Iglesia sabe cómo enfrentar esto? Se lo pregunto porque a comienzos de este año el ex canciller del Arzobispado de Santiago, Óscar Muñoz, quien se autodenunció por abusos, posteriormente siguió agrediendo sexualmente a su víctima y ese un caso muy reciente.
Ese es un caso muy doloroso, porque es muy reciente y porque uno pensaría que como esto se conoció en enero, ya en este año debiéramos haber aprendido más de cómo manejar esos casos. Soy optimista de que hemos aprendido. La verdad es que si uno hace una línea de tiempo de un año, desde octubre del año pasado, en que estábamos en la preparación de la visita del Papa y la polémica era el costo, podemos decir que en este tiempo, en los últimos seis meses, hemos avanzado más que en 10 años. Entonces, si tú me dices el caso que ocurrió en enero, claro, lo encuentro muy doloroso y no logro comprender por qué se manejó de esa forma, pero costaría pensar que hoy día podría volver a ocurrir eso, y creo que cualquier caso que hoy se conozca tiene que tener un manejo completamente distinto al que ha tenido en el pasado.
¿Siente que el Papa no fue informado correctamente previo a su visita a Chile? Él se va del país respaldando a Barros y un par de meses después lo remueve como obispo de Osorno.
A ver, en la carta que él mismo manda hay dos palabras que son importantes. Primero, él habla de falta de información completa, y la segunda es que dice: pido perdón por la falta de ponderar los antecedentes. O sea, me da la impresión de que él asumió un acto propio. A lo mejor debiera haber tenido más información de distintas fuentes, pero él también reconoce que la información que recibió no la ponderó de la manera que hoy día lo hace, entonces hay una crítica, "no recibí todo lo que debiera haber recibido", pero también hay una autocrítica de la ponderación. Yo creo que este Papa nos da mucho ejemplo de humanidad.
El Papa les pidió la renuncia a todos los obispos, pero solo hasta ahora ha reemplazado a siete. Hay quienes creen que la demora, además de responder a un factor de rigurosidad, también obedece a la falta de interesados en asumir esa tarea.
Esta pregunta también me ayuda a plantear algo que yo lo siento así. Estamos hablando de muchos religiosos investigados, pero hay tantos sacerdotes que hacen una buena labor. El 90%-95% de los sacerdotes que se desempeñan en sus ministerios hoy día hacen una labor dedicada, comprometida, con convicción, con fe, con fuerza, levantándose todos los días para ayudar al prójimo. Y lo que siento es que ellos están en una situación un poquito de abandono, porque están siendo también fuente de desconfianza. Hay sacerdotes que me han dicho que de repente es incómodo para ellos andar en Metro con cuello y ser identificados como sacerdotes. Hay una sanción social que pagan estos justos por los que han cometido los ilícitos.