¿Puede hoy una persona sorprenderse porque abre la llave del lavamanos de su casa... y sale agua? ¿Emocionarse? ¿Jugar con su familia y niños? “Antes la sacábamos de los pozos, pero con la sequía todos se acabaron. ¡No se imagina la felicidad de tener agua potable en nuestra cocina!”, dice María Aravena.
Ella vive en la comunidad Marileo, Lautaro, plena Región de La Araucanía. “El camión aljibe nos venía a dejar una vez a la semana, pero a veces pasaban 15 días que no llegaba y teníamos que conservar el estanque para consumo de cocina. Para lavar la ropa había que ir a otras casas y teníamos que salir a los ríos a ducharnos, imagínese en invierno, era muy complicado”, cuenta.
Y agrega que “en la comunidad, muchos no creían; después vieron que el proyecto iba en serio”.
Según la última encuesta Casen, La Araucanía es una de las regiones más pobres del país, con un indicador extremadamente severo: el 71% de los hogares de zonas rurales carece de agua potable en forma regular.
En medio de este escenario de sequía se gestó el proyecto “Desafío Agua para Chile”, realizado por Desafío Levantemos Chile y CMPC, el cual busca, en una primera etapa, brindar acceso al agua potable a cuatro comunas de La Araucanía y una del Biobío, con más de 20 iniciativas específicas. Se estima que el número de familias beneficiarias llegaría a más 200, lo que equivale a cerca de mil personas.
Nicolás Birrell, director ejecutivo de la Fundación Desafío Levantemos Chile, comenta que “la idea es buscar día a día soluciones eficientes para poder apoyar y levantar a diferentes comunidades. Esta iniciativa, en particular, para nosotros es de vital importancia, ya que no solo les dará acceso a agua potable a diferentes sectores, sino que también entregará herramientas de desarrollo, trabajo y crecimiento”.
Un hilito por la mañana
El proyecto, en efecto, busca que este elemento, vital en el día a día, potencie también las labores de riego, ya sea en huertos o invernaderos comunitarios.
Teresa Lincopi Cayumán, de la comunidad José Cayumán, en Lumaco, relata que “en febrero ya estamos sin agua, en la mañana corre un hilito y depende del estanque que cada uno tiene. Hace dos años hice una huerta y se secó. La escasez no deja nada”.
Algo similar opina Eric Huaiquil, presidente de la comunidad Ignacio Levío Mariqueo, de Loncura. “Para mí es una buena idea, yo trabajo en la agricultura y vendo la mayoría de mis productos (…), no tenemos canales de regadío y los terrenos son muy arenosos, entonces se consume mucha agua. Acá son 28 familias que van a ser beneficiadas con el proyecto”.
En la CMPC, su gerente general, Francisco Ruiz-Tagle, sostiene que “la falta de agua potable se ha transformado en un desafío social, del cual, como empresa que opera en La Araucanía y el Biobío, no nos podemos desentender. Por eso este desafío es esencial para nosotros, porque permite que las personas puedan mejorar su calidad de vida”.
En esa línea va la experiencia de Johana Mariqueo Mellado, de la comunidad de Lolcura, en Collipulli. Ella cuenta que siempre ha tenido trabajos esporádicos, sobre todo en la temporada de cosecha de frutas. Y sin darse cuenta, su amor por coleccionar begonias, un hobby que comenzó cuando tenía 20 años, se convirtió en su trabajo más estable.
Las plantas que cultiva las comercializa en ferias de Villa Mininco y Collipulli, además de vender por Facebook y en su casa. Cultiva plantas de interior, como alitas de ángel, dólar, peperomia, alegría del hogar y coleus; y de exterior: helechos, pelargonio y aloe vera. Y ahora, con el proyecto, está pensando en grande: un invernadero. “Con la pandemia, la gente se ha motivado por tener más plantas. Me va bien, es un ingreso extra que se suma a mis trabajos esporádicos. Ahora, con el invernadero domo, voy a aumentar mi capacidad de producción”, dice esperanzada.
Para José Cabezas Mariqueo, de la comunidad Ignacio Levío, el tema es la ganadería. “Salí favorecido con un proyecto para regar mi terreno, y esto me ayudará para criar las ovejas, porque no tenemos agua para estas actividades, acá el pasto está secándose (...) nos va a cambiar la vida”.
Teresa Lincopi, de la comunidad José Cayumán, en Lumaco, agrega que “esto nos permitirá hacer más cosas en la casa, tener un huerto para consumo familiar y cuidarnos de enfermedades”.
El agua tiene ese don. Da vida.