“El bicho es cruel, pero hay que reconocer que nos ha hecho más humanos”. La frase pertenece a Gladys Gajardo (38), enfermera de la Red Salud UC Christus, quien se ha ganado el corazón de los pacientes con Covid 19 y sus familias. A préstamo en la Unidad de Paciente Crítico del Hospital Clínico UC, porque pidió estar ahí, es la encargada de acercar a las personas que están internadas con sus seres queridos, a través de videollamadas.
“Yo trabajo en un área más administrativa y como la pega había bajado un poco, insistí mucho con venir. Me costó harto, porque el año pasado estuve seis meses con licencia y estuve muy inmunosuprimida porque tuve el síndrome de Sjögren, una enfermedad autoinmune que ataca la producción de lágrimas, entre otras cosas. Hablaron con mis doctores y aceptaron que volviera en un trabajo más administrativo”, comenta la protagonista de esta historia sobre su regreso a un lugar en el que años antes ya se había desempeñado.
El doctor Sebastián Bravo, jefe de servicio de la Unidad de Pacientes Críticos adultos del recinto, valora las condiciones humanas de la enfermera. “Para nosotros su labor es fundamental, porque ha transformado la forma en que hacemos medicina. Ella es muy cercana con los pacientes y tiene un carisma muy especial, que ayuda mucho en esta situación”, afirma.
Todas las mañanas, Gladys realiza un censo para conocer cada detalle de los pacientes y saber a quién contactar. Si falta un dato, llama a los centros de procedencia. “La idea es que cuando alguien llame, se tenga la información al lado. Además, tratamos por el nombre a la persona que está llamando y eso hace que se sienta mucho más tranquila”, dice.
Por estos días, eso sí, está finalizando la cuarentena en su casa por Covid-19. Su pareja, médico de la misma unidad, debió aislarse también. Juntos tienen dos hijos de 14 y 5 años. Ella confiesa que su madre no sabe que está enferma: “No le quise contar, porque cuando le dio a mi hermana, enfermera en el Hospital de Buin, se angustió muchísimo”.
Pese al descanso forzado, la enfermera se las arregla para colaborar a la distancia. “Agendo tres videollamadas diarias para no sobrecargar al colega que me está reemplazando, porque además es enfermero supervisor. Cuando estoy yo, he llegado a hacer hasta 12 videollamadas en un día”, comenta.
Recientemente, la profesional terminó con mucho esfuerzo un postítulo en Lengua de Señas en la UMCE. “Hay personas sordas que se enferman más o se mueren antes porque no entendieron el tratamiento o lo que les dijo el médico. La intervención en salud no es óptima”, lamenta. También aparece en un listado de facilitadores e intérpretes de lengua de señas, creado por la Fundación Nellie Zabel, cuyo objetivo es ayudar a personas sordas en medio de la pandemia. “Me ha llamado gente desde Punta Arenas y desde el norte para preguntarme qué tienen que hacer en caso de ciertos síntomas”, detalla.
Estos conocimientos los ha podido emplear en su actual función: “La lengua de señas es rica en expresiones no verbales y eso me hace estar más atentas a las expresiones de las personas. Me ha ayudado a identificar emociones, porque veo cómo reaccionan el paciente y su familia. Si veo algo extraño, uno después habla con ellos. Así me he enterado de un millón de historias. Además, tenemos apoyo de psiquiatría de enlace. Así, se hace una interconsulta y se les deriva”.
Uno de los momentos más duros es cuando los familiares se tienen que despedir de un paciente próximo a fallecer. “Todo es muy rudo. Uno no debería dejar que los familiares toquen a la persona, pero es algo que yo no soporto, porque es una despedida demasiado fría. Y si bien, no dejo que se tiren encima o que la abracen, si estoy atenta a todo, permito que le tomen la manito o le hagan un cariño en la cara y luego les digo que no pueden tocar nada más con esa mano. Ni rascarse”, confiesa.
Apenas se supo de su licencia, las familias y pacientes le enviaron numerosos saludos y llamadas. Pero hubo un video que la emocionó profundamente. “La sobrina de un paciente que estuvo con nosotros, me mandó un video con todos mis amigos y de fondo una canción de Mon Laferte, que me encanta. Aparecieron incluso personas en lengua de señas. ¿Qué pasó? Se metió a mi Instagram y ahí vio a toda mi gente cercana y la contactó. Ese video es un tesoro, es de lo más lindo que me ha pasado en la vida y pienso que esa persona lo hizo solo por gratitud”, narra.
Hay varias historias que Gladys recuerda y que le dejan una gran lección. “Hace un tiempo una mujer fue a despedirse de su mamá. Se resistía a que muriera. Había sueños, un viaje al sur y planes de por medio. Además, tenía nietos chicos. Generalmente son cinco minutos adentro, pero les digo que vamos a estar hasta que se sientan preparados para despedirse. No los voy a sacar cuando no han logrado despedirse. En este caso, la niña lloró mucho rato hasta que me dice que está lista. Pasaron tres segundos y entró el doctor. Los monitores adentro están apagados, pero afuera los médicos están viendo e ingresan cuando ya no hay actividad eléctrica. Su mamá había partido”, recuerda. Y añade: “Le dije que su mamá la esperó para irse y eso le dio más tranquilidad. A mí esas cosas me emocionan y también creo que después de la muerte hay algo más”.
“Esta enfermedad se vive bien solo y es impactante para la salud mental enfrentarte a profesionales que están con mascarillas y que no les puedes ver el rostro. Entonces, esta labor que hace la enfermera es vital para traer de vuelta un grado de humanidad a los pacientes”, destaca Alberto Aedo, médico a cargo de la Unidad de Psiquiatría de Enlace de la Clínica UC San Carlos.
“El bicho es cruel, pero nos ha hecho más humanos”, repite Gladys, a modo de máxima.