El primero de julio, apenas Bernardita Hernández (30) se despertó para comenzar su turno a las 8.30 de la mañana en la Posta Rural de Ollagüe, sintió el cuerpo pesado. Había dormido mal, por eso le hacía sentido su malestar. Así que no le dio importancia y se preparó para partir a atender a los pacientes que durante esa semana sólo acudían a tomarse el examen PCR. Pero a las 17:00 de ese día, mientras terminaba en la posta y apresuradamente se dirigía a la Aduana -en la frontera con Bolivia- a realizar los controles sanitarios, el malestar empeoró y se sintió afiebrada. Fue ahí cuando se preocupó. De los tres paramédicos que trabajaban en el único recinto de atención primaria de la zona, sólo quedaba ella: el resto ya se había contagiado de coronavirus.

Pese a que Bernardita Hernández no es oriunda de Ollagüe, una comuna de 287 personas a 200 kilómetros de Calama, dice que el pueblo está en sus raíces. Desde esa ciudad minera llegó de casualidad junto a sus dos hermanos cuando tenía nueve años. Se educó en el internado Escuela básica rural San Antonio de Padua y luego partió a Concepción donde se recibió de Técnico Superior en Enfermería (Tens). Regresar a la comuna de su infancia después de eso también fue casualidad. Hace cinco años, mientras buscaba trabajo en el norte, entregó currículum en varios servicios de atención primaria hasta dar con la Posta de Ollagüe, que justo requería de un profesional. Desde entonces vive junto a su hija de 10 años, quien asiste a la misma escuela a la que fue ella.

Hernández cuenta que vivir ahí no es fácil. Al estar a 3.700 metros de altura por sobre el nivel del mar, las temperaturas en invierno pueden alcanzar los 20 grados bajo cero como mínima y sólo 10 grados la máxima. Además, la localidad está a cuatro horas del hospital y centros de abastecimiento más cercanos, lo que la convierte en uno de los lugares más remotos del país. “Acá si alguien se agrava hay que bajarlo a Calama en ambulancia y acompañarlo hasta allá”, explica.

Algo similar tuvo que hacer la noche del 1 de julio cuando, tras volver de su turno, la fiebre no la dejaba pararse de la cama. Apenas se acostó, avisó a la municipalidad que no podía seguir trabajando. “Llamé a mi jefe llorando porque pensaba: ‘yo estaba de turno, contaban conmigo para quedarme trabajando’. Se supone que yo tengo que cuidar a la gente y si me enfermo, ¿quién los va a atender?”, recuerda.

Pese a que estaba estable, un familiar la fue a buscar a ella y a su hija -quien también se había contagiado- para llevarlas a una residencia sanitaria en Calama. Eso, cuenta, la dejó más tranquila. Ante cualquier emergencia estaría a tres minutos del hospital de la ciudad. Sin embargo, la preocupación sobre qué pasaría con la posta aún la inquietaba.

Pueblo fantasma

Que las cañerías de agua se congelen a causa de las bajas temperaturas es un problema que ocurre a menudo en Ollagüe. Muchas veces sus habitantes han estado semanas con apenas un hilo que corre de la llave, por lo que la mayoría acostumbra a juntar agua o a tener bidones guardados en caso de que la escasez dure más de lo normal. Eso hizo Fabiola (37), una funcionaria municipal que prefiere no precisar su apellido, cuando comenzó a notar que salía poca agua de las llaves de su casa. Eso sumado a una neumonía que se le había complicado tras dar Covid positivo, hizo que la municipalidad la trasladara -al igual que a Bernardita Hernández- a una residencia en Calama.

“Entre junio y julio siempre se congelan las cañerías y uno con estas enfermedades necesita mucho más agua, entre lavar las cosas con cloro y todo eso. Me trasladaron para tener una atención más estrecha y también por las bajas temperaturas, ya que la neumonía se podía complicar”, cuenta Fabiola.

La llegada de casos Covid a la Región de Antofagasta de inmediato preocupó a las autoridades de Ollagüe. Principalmente por la dificultad de contener un brote con tan bajas temperaturas, pero también porque un 12% de su población son adultos mayores. “Ya el hecho de la lejanía para nosotros es una vulnerabilidad”, comenta el alcalde, Juan Carlos Reygadas. Sin embargo, en algún minuto rondó el pensamiento de que sería poco probable que el virus llegara a un lugar tan remoto. Pero pese a que hasta mediados de junio la comuna había permanecido invicta, los contagios llegaron de manera abrupta esas últimas semanas, alcanzando un peak de 21 personas positivas.

Si bien eran pocos los casos, porcentualmente estamos hablando de casi un 10% de nuestra población.

Juan Carlos Reygadas, alcalde de Ollagüe

El primer caso llegó desde Calama, tal como sus autoridades lo pronosticaron. Por esos días de junio el brote ya estaba fuerte en la ciudad y un matrimonio bajó a abastecerse y ver a sus familiares, sin saber que ellos estaban contagiados. De ahí en adelante se le intentó seguir la pista de los contagios que fueron apareciendo, la mayoría provenientes del mismo lugar. “En algún minuto creímos que se nos iba a ir todo de las manos”, reconoce Reygadas, quien advierte que pese a que la comuna es pequeña, costó seguir la trazabilidad. A pesar de que ahora los casos están controlados, el alcalde reconoce que el rebrote es inminente si es que la gente de Calama sigue subiendo a Ollagüe con la misma frecuencia de siempre. Por eso que intentaron solicitar al Minsal cuarentena total y un cordón sanitario alrededor. Esto, en parte, porque pensaron que otra vía de ingreso de contagios podría venir por ser un control fronterizo con Bolivia, donde diariamente cruzan camiones de carga, muchos de ellos parando y bajándose en el pueblo.

Ninguna de las medidas que pidieron se implementó. Sólo se terminó por aplicar un control sanitario en el cruce, del cual se tenía que hacer cargo la posta rural. Fue ahí donde se contagió el primero de los tres funcionarios de la salud. Juana, la pareja de uno de ellos, dice que él se contagio mientras le tomaba la temperatura a los conductores de camiones que pasaban por la aduana. Ya el 22 de junio, mientras ese paramédico cumplía sus días de descanso en Calama, su condición empeoró. Llegó a requerir de ventilación mecánica en el hospital y luego fue trasladado a la Clínica Colonial en Santiago, donde hasta hoy permanece en recuperación. El impacto emocional de lo que vivió su pareja, aún golpea a Juana: “Siento un miedo espantoso, porque en Ollagüe no están las condiciones para vivir un virus así”, dice.

Tras ese contagio vino la enfermera, que dio positivo a PCR y luego el turno de Bernardita Hernández, quien alcanzó a ver a toda la histeria colectiva que se generó entre los vecinos. “La gente llegó en masa a hacerse el examen”, comenta. Si antes del virus se recibía en la posta a seis pacientes diarios, o incluso habían días en que no llegaba nadie, a partir de mediados de junio el número ascendió a 15, todos consultando por el PCR. Tal era el pánico de contagiarse, cuenta, que hasta hubo personas que tras saber de una familia contagiada, no se atrevían ni a caminar por la vereda donde quedaban sus casas.

Apenas la municipalidad se enteró de los tres contagios, de inmediato comenzaron a buscar refuerzos. Dos enfermeras llegaron desde Calama a atender la posta que durante un día estuvo cerrada, mientras la municipalidad se mantenía atendiendo a través de consultas telefónicas. Pero ese mismo miedo colectivo hizo que Ollagüe pareciera estar bajo una cuarentena total y que el brote no pasara a mayores. Bernardita y Fabiola coinciden en que su comuna se convirtió en un pueblo fantasma, más de lo que ya era, pues durante casi todo el año en la tarde los vientos suelen ser muy fuertes. Eso hace que la gente se guarde temprano y que no quede nadie en la calle.

El virus como castigo

Todos los 13 de junio en Ollagüe comienzan con el ritual de sacrificar dos llamas, derramando su sangre como ofrenda a la tierra, para celebrar la fiesta quechua de San Antonio de Padua. Luego vienen cuatro días de distintos rituales en donde los habitantes conmemoran a sus ancestros y agradecen a la Madre Naturaleza. Pero este año fue distinto: todo se realizó online, algo que nunca había ocurrido. “Estas fiestas son de encuentro, de personas que se han ido y también de los que están en el pueblo. Hay sentimientos encontrados, pero entendimos que no podían haber aglomeraciones”, reconoce Fabiola, la funcionaria municipal, que añade que de acuerdo a sus creencias esto representa una castigo de la Madre Tierra. “El planeta está sentido porque nosotros somos destructivos y, en base a eso, pasan estas cosas”, dice.

Tras pasar 15 días de cuarentena en la residencia sanitaria de Calama, Bernardita Hernández -ya recuperada- regresó el miércoles a Ollagüe, lista para retomar el trabajo en la posta. Sin embargo, al llegar se encontró con una sorpresa. A causa del congelamiento del agua, las cañerías de su baño y cocina se reventaron, inundando toda su casa. Aunque desde la municipalidad ya están solucionando su problema, ha tenido que quedarse estos días donde una amiga. Por suerte dejó a su hija en Calama, donde su mamá, mientras se acaba la atención del Covid en la comuna.

Con todo, dice que junto a su hija están en uno de los mejores lugares para vivir. Y lo explica así: gran parte de su familia viene de La Araucanía y tiene una importante ascendencia mapuche. En esa región, cuenta Hernández, siempre llueve y los cielos raras veces están despejados. Pero en Ollagüe en distinto. “A pesar del frío -cuenta- acá tú siempre puedes ver el cielo y la luna enorme, saliendo por detrás del volcán”.