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La provincia que envejeció después de la pandemia

Las fugas de adultos mayores hacia el litoral durante los últimos cinco años provocaron un cambio demográfico crítico en la provincia de San Antonio. Ahí están tres de las 10 comunas con mayor índice de envejecimiento. Un fenómeno que explica la aparición de loteos irregulares, saturación en centros de salud, pero, también, lo hostil que se ha vuelto la vida en Santiago.

Nadie lo necesitaba o así al menos se sentía. En 2019, Hernán Corrales era un maestro soldador de 65 años, con un matrimonio anulado hacía casi dos décadas, cinco hijos, 12 nietos y ninguna oferta de trabajo que lo sacara de su departamento en Puente Alto. No es que necesitara la plata con desesperación, porque tenía algunos ahorros por una herencia que le dejó su madre al morir. El problema, más bien, era el tedio.

En esos días largos, recuerda, se acordaba de los veranos que pasaba en El Tabo:

–Mi exesposa me dijo que tenía familia que había comprado un terreno ahí y le pregunté si quedaban más. Me dijo que sabía de algunos.

Corrales encontró un sitio que lotearon en el sector de Alto Chépica. El precio del terreno, de 200 metros cuadrados, donde no había agua potable, ni alcantarillado, ni caminos pavimentados, era de $ 9,5 millones. Corrales, entonces, tomó la decisión: vendió el departamento en Puente Alto, pagó sus deudas y, sumándole sus ahorros, compró una de esas parcelas y los materiales que necesitaría para construir un lugar donde vivir. Lo primero que armó fue una pieza donde dormir. Con ese espacio habilitado, decidió dejar la capital.

–Llegué a finales de ese año. Tenía dos vecinos que ya habían armado su casa. Eran jubilados santiaguinos, como yo. Venían de Peñaflor y Cerro Navia.

Hernán Carroza frente a la casa que construyó en El Tabo.

Pronto llegaron más. Uno de ellos, de hecho, fue su hermano. Pasaron la pandemia en sus sitios, armando sus casas, consiguiendo materiales, ayudándose entre los vecinos con historias similares que fueron instalándose ahí hasta completar una suerte de condominio de 34 viviendas. Muchas de estas, dicen en la municipalidad, nacieron como operaciones sin los permisos correspondientes: “Los terrenos no considerados en el radio urbano fueron subdivididos en forma irregular. Lo que los propietarios vendían son derechos, situación que está fuera de norma. Por eso que no es posible hacer inversiones estatales o de entidades públicas como el municipio”.

En esa urbanización repentina de Alto Chépica, Hernán Corrales encontró lo que estaba buscando: volver a sentirse necesitado:

–Siempre había algo que hacer. Cuidarle el sitio a alguien, arreglar una techumbre, ayudar en la construcción de otra casa.

Esa clase de nuevos vecinos que llegaron a El Tabo, sobre todo después del estallido y la pandemia, la terminaron convirtiendo en la quinta comuna con el índice de envejecimiento más alto del país: una cifra que se calcula sobre la base de cuántos mayores de 65 años hay por cada cien niños menores de 14. La cifra a nivel nacional es de 79. En Valparaíso, la región más envejecida de Chile, es 98,6. Y en San Antonio, la provincia donde más se ha acentuado este fenómeno, las seis comunas que la componen superan la tasa nacional y cinco de ellas tienen una población más envejecida que el promedio regional. El fenómeno demográfico es especialmente más crítico en la mitad superior de la provincia, porque en todas hay más viejos que niños. El Tabo (178), Algarrobo (166,1) y El Quisco (162,9) están todas dentro de las 10 comunas con el índice más alto del país.

–Lo que pasó –explica el socialista Alfonso Muñoz, alcalde de El Tabo– es que, para la pandemia, todas aquellas personas que tenían una segunda vivienda decidieron venirse a la comuna buscando mayor tranquilidad y seguridad. El 98% vino desde Santiago.

Aunque esa migración sólo explica una parte de la ancianidad de la comuna.

La otra viene de traslados como el de Hernán Corrales, que llegó a un sector que el municipio ni siquiera estaba preparado para atender:

–La atención primaria de salud se volvió insuficiente para la cantidad de inscritos –admite Muñoz–. Se armaron loteos que no cumplían con los criterios de urbanización en zonas rurales, sin servicios básicos o transporte público.

El alcalde explica esta explosión demográfica con un ejemplo.

–Hace cinco años teníamos 11 clubes de adultos mayores. Hoy hay 27. De verdad que esto nos pilló de sorpresa.

Más viejos que niños

Gloria Verdugo (71) siempre supo que terminaría ahí, sólo estaba esperando a que su marido jubilara. La casa en Algarrobo la habían comprado hacía 40 años: una construcción a ocho cuadras del mar, en un sector de calles de tierra, donde ella y su pareja se instalarían una vez que él dejara de trabajar como comerciante y, así, pudiesen cerrar su hogar en el sector de El Llano, en San Miguel. El problema, dice ella, es que la inseguridad aceleró sus planes. Primero fue el asalto que su hijo sufrió, que lo llevó a irse con su esposa e hijos a las costas del litoral. Luego vino la pandemia, el encierro y un panorama en el que Verdugo no quería encerrarse. Así que en 2021 lo hicieron: dejaron arrendado su hogar en San Miguel y se trasladaron definitivamente a Algarrobo.

Gloria Verdugo en Algarrobo

–Para mí fue un beneficio por la paz –explica Verdugo–. Puedes dormir bien. Ahora son las 10.00 y no se siente ruido. Puedes salir a caminar y no ves a nadie, porque en esta época hay poca gente. En el verano sí se llena, y si bien hay robos, son muchos menos que en Santiago. Acá si se meten a tu casa te roban solamente. En Santiago, en cambio, te matan.

Marco Antonio González (RN) dice que los números por sí mismos muestran el aumento de vecinos de tercera edad en la comuna que preside.

–Entre 2019 y 2025 la población mayor de 60 años aumentó casi en un 50%. Nos hemos dado cuenta de que este aumento corresponde a gente que llegó desde Santiago a nuestra comuna durante la pandemia y, en su mayoría, por no decir en la totalidad, utilizó su segunda vivienda.

La salud, por lo mismo, se vuelve un tema relevante. Gloria Verdugo señala que ante una urgencia tendría que manejar una hora y media hasta una clínica en Viña del Mar, porque no le da confianza la atención del hospital de referencia en San Antonio.

Las migraciones de adultos mayores han cambiado estructuras poblacionales de forma abrupta. En El Quisco, por ejemplo, su alcalde, el independiente José Jofré, estima que los jubilados representan el 30% de la comuna. Y eso produce que un Cesfam pensado para cinco mil usuarios, tenga que atender a un universo de 21 mil inscritos. Sobre todo, aumentado por adultos que llegaron desde lugares como Maipú, San Joaquín y Estación Central hacia su costa.

O, también, lo que pasa en El Tabo. Ahí, tener que acomodar a mayor población que, estadísticamente, podría estar más pronta a fallecer, los está forzando a ofrecer ayudas que antes no contemplaban. Por ejemplo, dicen, “muchos fallecen acá y no tienen recursos suficientes para contratar servicios funerarios”.

El último censo es bastante claro en esa tendencia. De los 185.847 entrevistados en la provincia de San Antonio, un 19% tiene más de 65 años y sólo un 17% menos de 15. Tampoco es que los nacimientos estén creciendo, como para proyectar un cambio en esa curva. Según el Registro Civil, en 2024 los nacimientos en El Tabo bajaron un 29,4% respecto de 2020. Lo mismo sucedió en Algarrobo (-5,5%), El Quisco (-16,7%), Cartagena (-33%), Santo Domingo (-12.8%) y San Antonio (-19%).

Con números así, el futuro demográfico distante del litoral puede verse incierto.

Pero a Cecilia Barboza (71) no le importaba eso.

Para ella, lo que había en El Tabo era el paso siguiente.

Sentirse solo

En 1996 esos 400 metros cuadrados en las quebradas de Altos de Córdova eran una inversión que Cecilia Barboza y su marido ni siquiera pensaban en cobrar. Compraron el terreno en $ 1,2 millones de entonces, pensando que era mejor gastar esa pequeña fortuna en algo que podría valorizarse en el tiempo, como ese loteo en los sectores altos de El Tabo, más de lo que lo haría en un banco. El sitio era un pedazo de tierra sin agua, ni pavimento cerca, pero sí con mucho acceso a naturaleza. Eso fue lo que, 23 años más tarde, los hizo querer empezar de nuevo ahí. Barboza trabajaba en la administración de un instituto en el barrio República. Salía de su casa en La Florida a las 8.00 y regresaba después de las 22.00. Le costaba el ritmo, el ruido y los tiempos que llevar esa vida le significaba. La violencia que sufrió ese barrio para el estallido sólo apuró esa idea que ya venía masticando: jubilar y vivir la vida que soñaba en esos 400 metros cuadrados y que hoy llama “mi pequeño Edén”. Incluso, aunque fuese un lugar donde el agua potable solo llegaba a través de camiones aljibes que la vendían.

Ese crecimiento se convirtió en un dolor de cabeza para la Municipalidad de El Tabo.

“Gran parte de estas comunidades levantaron sus construcciones sin tramitar los permisos que exige la ley general de urbanismo y construcción. Ante la presencia de fiscalizadores, normalmente se paralizaban las obras, pero llegó un momento en que no se pudo controlar, debido a la gran cantidad de edificaciones que se levantaron en un mismo periodo de tiempo, como sucedió en pandemia”, explican.

Playa Chica de Las Cruces, en la comuna de El Tabo. Foto: Municipalidad de El Tabo.

Para regularizar estas comunidades, los compradores tienen que acudir a Bienes Nacionales y comenzar un trámite que puede demorar décadas. Un plazo que, en ciertos casos, puede ser superior a los años de vida de los mismos propietarios.

Pero en 2019, cuando Barboza y su marido comenzaron a construir, no estaban pensando en eso, sino en los 18 meses que demorarían.

–Es una casa grande, con cuatro dormitorios, dos baños, cocina grande. Es lo que siempre quise tener. Sólo nos falta un quincho, y bueno: instalar el alcantarillado.

Altos de Córdova, por supuesto, ya no era un descampado, sino que una comunidad de 210 casas habitadas, en su mayoría, por adultos mayores que, cree Barboza, no querían pasar sus últimos días encerrados:

–Yo creo que se vienen acá por el miedo de salir allá. En Santiago los pensionados no salen en la tarde por miedo a los asaltos. Aquí no pasa eso.

Lo de Hernán Corrales no había sido miedo, sino que aburrimiento y soledad. A los seis meses de haberse instalado, que fue el tiempo que demoró en parar su casa, tuvo que comenzar a inventarse otras rutinas. Como tomar colectivo hacia el centro para comprar comida en un supermercado repleto de otros como él, y conversar con otros viudos y viudas que, una vez terminada la adrenalina de la instalación, debían encontrar formas para entretenerse lejos de sus familias, viviendo con pensiones en torno a los $ 300 mil.

–De repente uno se siente solo –admite Corrales–.

Lo mismo ve Gloria Verdugo en Algarrobo, con viudos que caen en depresión, a los que se turnan para visitar, y lo mismo describe Cecilia Barboza en Altos de Córdova.

–Es que le falta su compañera –dice.

Hernán Corrales nunca pensó en volver a emparejarse. Dice, riendo, que es “porque las mujeres se van”. Su solución fue adoptar dos perros y dos gatas. Pasa que, a veces, extraña la compañía.

–Es que aquí no se ve a nadie. Es como un desierto.

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