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La rabia que se esconde tras una pantalla: la cultura incel y su huella en Chile

La serie Adolescencia puso en el radar un fenómeno que no es nuevo, pero que hoy encuentra eco entre adolescentes chilenos: los incels. Jóvenes que canalizan su frustración —marcada por el rechazo, la exclusión y la imposición de un modelo masculino inalcanzable— en discursos de odio hacia las mujeres.

Qué son los incels, el fenómeno que aborda la serie Adolescencia de Netflix. Foto: Netflix. Courtesy of Netflix

Durante semanas fue una de las series más vistas en Chile. Adolescencia, la producción británica estrenada en Netflix, puso en el centro de la conversación un concepto que hasta entonces circulaba sobre todo en el mundo virtual: los incels. La serie gira en torno a un adolescente de 13 años acusado de asesinar a una compañera de su escuela.

A lo largo de cuatro capítulos, se reconstruye el contexto que rodea el crimen: chats grupales, bromas sexuales, misoginia, padres ausentes emocionalmente y dinámicas escolares donde el bullying y la exclusión configuran una masculinidad quebrada.

En uno de los episodios, el propio término es mencionado, a propósito del acoso que sufre el protagonista. Lo que expone la serie es una atmósfera donde la rabia masculina juvenil se transforma en violencia. Una ficción que conecta con realidades que hoy también se observan en el país: jóvenes frustrados, solos, resentidos, que canalizan esa frustración hacia las mujeres, luego de haber sido rechazados por sus pares —femeninos y masculinos— y por una cultura que exige ser deseable, exitoso y emocionalmente invulnerable.

“Muchos de estos jóvenes no solo se sienten rechazados por las mujeres, sino también por los hombres: no encajan con lo que se espera de un ‘macho alfa’ ni con las normas de afectividad actuales. Y ese desajuste puede volverse violento”, explica Guila Sosman, académica de la Facultad de Psicología de la Universidad Diego Portales.

Incel

El fenómeno incel nació en foros de Internet en los años 90 como un espacio de apoyo para personas que no podían establecer vínculos sexoafectivos. El término, sin embargo, no fue acuñado por un hombre, sino por una joven canadiense llamada Alana, quien a mediados de esa década creó un sitio web personal titulado “Proyecto de Celibato Involuntario”. Su objetivo era compartir experiencias en torno a la timidez, la inseguridad y la dificultad para relacionarse. Con el tiempo, ese espacio fue radicalizándose hasta convertirse en una comunidad misógina, violenta y con una fuerte carga antifeminista.

“En Chile no existe una organización incel como tal, pero sí existen grupos que comparten esa ideología: hombres heterosexuales que se victimizan, que responsabilizan a las mujeres por su frustración sexual y afectiva”, agrega Sosman.

Sin embargo, este mundo incel “solo es la punta del iceberg”, según la socióloga de la Dirección de Género, Diversidad y Equidad de la Universidad de Santiago, Débora Jana. “No es un fenómeno nuevo. Lo que es nuevo es la herramienta: hoy se manifiesta a través del espacio digital, en foros, en Telegram, en redes sociales, en entornos donde el anonimato permite decir cosas que ya no se toleran en el espacio público”, afirma.

Entre la frustración y el odio

Lo que caracteriza a los incels no es solo su soledad, sino el contexto en que esa soledad se vuelve insoportable. Su malestar no nace únicamente del rechazo femenino, sino de una atmósfera que los margina desde múltiples frentes: compañeros/ras de curso, estándares de éxito, redes sociales, figuras de dominación masculina y una cultura que castiga cualquier forma de vulnerabilidad.

En los foros digitales culpan a las “stacys” (mujeres atractivas) por ignorarlos y a los “chads” (hombres exitosos) por acaparar la atención femenina. Su frustración en algunos casos se convierte en ideología, y esa ideología en odio.

“Sienten que no calzan, que no pueden satisfacer una expectativa que la masculinidad hegemónica les impuso: tener una vida sexual activa, ser deseados. Al no lograrlo, se frustran y devuelven esa frustración en forma de odio”, explica Jana.

Ambas entrevistadas coinciden en que no hay una causa única. El fenómeno incel es multicausal y se explica por una combinación de factores: aislamiento social, baja autoestima, consumo excesivo de redes sociales, presencia de referentes masculinos que promueven modelos de dominación, y un entorno cultural que sigue tolerando el machismo.

“Los jóvenes están en un proceso de construcción de identidad. Son especialmente vulnerables a discursos radicales si no tienen espacios de contención emocional ni vínculos significativos”, advierte la sicóloga. La familia, la escuela y los grupos de pares tienen un rol crucial. “Los padres y madres tienen que estar presentes, no solo desde la supervisión, sino desde el acompañamiento emocional. Hay que hablar con los hijos sobre lo que sienten, sobre sus frustraciones, y ayudarlos a desarrollar habilidades sociales y afectivas”, agrega.

Imagen de Adolescencia.

Esa fragilidad emocional, sostenida en entornos que minimizan el acompañamiento o ridiculizan la vulnerabilidad masculina, puede escalar. Si bien en Chile no hay registros de ataques vinculados directamente a la cultura incel —como ha ocurrido en Estados Unidos o Canadá— sí se observan formas de violencia digital que comparten su lógica.

Códigos digitales y emojis

Algunos expertos advierten precisamente que este malestar social se construye en parte por el ciberacoso a través de canales como las redes sociales que recurrentemente se dan en entornos escolares. Ejemplo de esto son las fotografías sexualizadas alteradas, creadas por inteligencia artificial. Otras formas de ciberacoso reportadas incluyen amenazas, difusión de imágenes o audios sin consentimiento, suplantación de identidad en redes sociales, funas y descalificaciones a través de plataformas como Instagram y WhatsApp.

Según el informe de la Fundación Acción Educar —basado en las últimas cifras de la Superintendencia de Educación—, hasta el tercer trimestre de 2024 se registraron 8.864 denuncias por convivencia escolar, la cifra más alta desde que se tiene registro. De ese total, 664 correspondieron a casos de ciberbullying, lo que representa un incremento del 15,5% en comparación con el mismo período del año anterior.

La violencia, además, no siempre se expresa de forma explícita. En muchas ocasiones se transmite mediante códigos visuales aparentemente inofensivos, como los emojis. Estas imágenes pequeñas, omnipresentes en la comunicación juvenil, son claves en la construcción de identidad y pertenencia entre pares, pero también pueden convertirse en herramientas para marcar, excluir o humillar.

“Los emojis son fundamentales hoy en día como herramienta de relación entre pares y también como herramienta para configurarse y sentirse perteneciente a un grupo que les pueda ayudar a construir su identidad”, señala Sosman. “Los adolescentes muchas veces se comunican por lenguaje escrito, y los emojis ayudan a expresar tono, emoción, intenciones. Pero también, dependiendo del grupo, los mismos emojis pueden adquirir significados distintos. Eso les da pertenencia, les da sentido”.

“La violencia más grave contra las mujeres en Chile sigue ocurriendo en el ámbito escolar, pero estas nuevas formas de violencia digital son el escenario donde se reproduce una misoginia más joven, más tecnologizada”, advierte Débora Jana.

La comunidad escolar es clave para detectar a tiempo estas señales. El riesgo no es solo que un adolescente adopte ideas misóginas, sino que se aísle completamente y no encuentre otras formas de validarse. Ese aislamiento, muchas veces silencioso, puede encontrar en internet un canal para amplificar su malestar.

“Es importante no demonizar a los jóvenes que muestran estas ideas, pero tampoco validarlas”, agrega Sosman. “Se trata de intervenir a tiempo, de comprender el malestar que hay detrás y de ofrecer alternativas saludables de construcción de identidad ante los cambios sociales vividos últimamente, en que las mujeres han sacado su voz. Están existiendo distintos tipos de reacciones, ya que esto interpela directamente a los hombres y su masculinidad”.

Frente a esto, propone que colegios y liceos aborden estos temas desde una perspectiva educativa, incluso utilizando series como Adolescencia como insumo pedagógico, siempre y cuando ese trabajo esté mediado por adultos que sepan contextualizar y abrir espacios de conversación.

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