Eran entre las 11.20 y 11.30 horas, el 20 de febrero de 1835, cuando el suelo en la zona centro sur de Chile comenzó a moverse de forma catastrófica. Epicentro en Concepción, según el Servicio Sismológico Universidad de Chile, calculado en 8.5 en la escala de Richter.
Su conmemoración a días de la advertencia que explicó a La Tercera el director del Centro Sismológico Nacional, Sergio Barrientos, donde afirmó que hay 65% de probabilidad que el próximo año (2026) haya un sismo de magnitud 8 o mayor.
El testimonio del intendente interino de Concepción de aquella época, Ramón Boza, el cual fue el primero en escribir sobre el evento el mismo día que se desarrolló, iba dirigida al ministro del Interior de aquellos años, Joaquín Tocornal. En el escrito describiría los hechos como “un terremoto furioso” que concluyó con la población.
“No hay un templo, una casa pública, una particular, un solo cuarto, todo ha concluido: la ruina es completa, no hay esperanza para Concepción, no hay expresiones que puedan precisar el suceso, [mis palabras] parecerán exageradas, pero son ineficaces. Las familias andan errantes y fugitivas, no hay albergue seguro que las esconda: todo, todo es concluido: nuestro siglo no ha visto una ruina tan excesiva y tan completa”, relató en el documento que está guardado en el Archivo Nacional Histórico en Santiago de Chile.
Es en ese documento donde Boza señala que la memoria colectiva se hizo presente y, ante el recuerdo del terremoto de 1751 que inundó el sur del país con tres a cinco olas, los pobladores huyeron hasta los montes, la mayor parte al cerro del Caracol, permaneciendo cerca de dos a tres días sobre estos.
Los destrozos de la catástrofe
Justo después del movimiento telúrico, las réplicas no se hicieron esperar, según cuentan los testimonios, las poblaciones quedaron en el piso. El doctor en Historia Carlos Ibarra, de la Universidad de Concepción, menciona en su artículo “El terremoto y tsunami de 1835 en Concepción y la frontera del río Biobío: destrucción, relocalización, traslados y nuevas inversiones”, el relato del gobernador del puerto de Talcahuano, Miguel Bayón, quien escribió un oficio al intendente.
“El día 20 del corriente a las once y vente minutos fue el primer y principal temblor de tierra que en el espacio de tres minutos derrocó todos los techos, y gran parte de los edificios del pueblo, y los continuos fuertes sacudones que se le siguieron aumentaron progresivamente los estragos. A las doce y media como me presumí desde un principio, se mostró por la Boca Chica y arrimando a la costa de Tumbes un penacho de agua tan majestuoso como horroroso”, confiesa en el escrito.
En el documento detalla como los pocos cimientos que habían sobrevivido al movimiento de la tierra, fueron destruidos y derribadas por las olas provenientes del mar. “Veinte minutos después, y al retirarse de nuevo el mar, hizo chocar a las embarcaciones y enredó sus amarras de un modo inconcebible. A la una y media se hizo ver por la Boca Grande una espaciosa barra de agua espumosa y de prodigiosa altura, que pasó por la isla de Rocuan, en donde arruinando las poblaciones ahogó también a sus pobladores y ganados, y paró su furia en el lugar de los Perales”, menciona en el oficio enviado a Boza.
En esa línea, según Francisco Encina y Leopoldo Castedo en la Historia Ilustrada de Chile, los testigos de la época describen que una columna parecida a un chorro de agua lanzado por una ballena emergió desde la bahía de San Vicente. Al desaparecer la columna de agua, se formó un enorme remolino, alimentando la hipótesis de una actividad volcánica en el lugar.
Pero no solo eso sucedió en el mar, puesto que una enorme ola arrasó con lo poco y nada que había quedado en pie a lo largo de las costas desde Constitución hasta Valdivia, aproximadamente. De acuerdo a los datos de la época, ciudades como Concepción, Chillán, Los Ángeles, Talcahuano, Penco, Tomé y Arauco, quedaron reducidas a escombros.
Mientras las réplicas se sucedían una y otra vez, desde las profundidades se escuchaban estampidos, como el de un volcán haciendo erupción, generándose además grietas y otros accidentes geográficos. Esto reforzó la creencia popular de los pobladores, la tragedia había sido provocada por los mapuche que fueron expulsados de Talcahuano. En venganza, éstos habrían tapado el volcán Antuco para que reventara en la bahía de San Vicente.
Se registraron 34 cadáveres; desaparecieron 30 personas: se hospitalizan 10 heridos graves y el número de heridos leves y contusos se calculó en, 500. Aunque, cifras oficiales son inciertas.
Este terremoto provocó además el cambio de emplazamiento de la ciudad de Chillán. Se trasladó desde lo que hoy es Chillán Viejo, a su ubicación actual. El desastre en Biobío también se sintió en medio del Océano Pacífico, donde un terremoto y un tsunami afectaron el archipiélago Juan Fernández.
Las figuras extranjeras en el desastre
Robert FitzRoy, era un oficial de la Marina Real Británica que alcanzó el grado de vicealmirante y comandó el HMS Beagle durante el famoso viaje del destacado investigador Charles Darwin alrededor del mundo. Fue justo en aquella travesía que ellos estando en el sur del país sintieron el terremoto que azotó territorio nacional.
El científico describió el evento así: “Un terremoto trastoca en un instante las más firmes ideas; la tierra, el emblema mismo de la solidez, ha temblado bajo nuestros pies como una costra muy delgada puesta sobre un fluido, un espacio de un segundo ha bastado para despertar en la imaginación un extraño sentimiento de inseguridad que horas de reflexión no hubieran podido producir”.
Añadiendo a su relato parte de las consecuencias que visualizó en a su paso “en Concepción, cada fila de casas, cada mansión aislada, formaba un montón de ruinas bien distinto; en Talcahuano, al contrario, la ola que había seguido al terremoto y que inundó la ciudad no había dejado al retirarse sino un confuso montón de ladrillos, tejas y vigas, y aquí y allá alguna pared aún en pie”.