De médico a paciente

A Esteban Sepúlveda (38) le quedaban dos semanas para terminar su especialidad en cirugía general en el Hospital Barros Luco cuando el Covid-19 lo cambió todo. La rutina se volvió frenética y la demanda asistencial se disparó. Los turnos se hicieron interminables, los pasillos del hospital se llenaron de pacientes graves y la incertidumbre se instaló en el día a día.

Sepúlveda dividió su tiempo entre el pabellón y la unidad de Urgencias, donde fue inevitable atender a pacientes con coronavirus. El hospital, ante la magnitud de la crisis sanitaria, tuvo que adaptarse rápidamente. En plena pandemia, el Barros Luco fue uno de los recintos que realizaron una de las mayores reconversiones de camas en el país, transformando salas de otras especialidades en unidades de atención crítica para hacer frente al colapso del sistema. “Pasar de una normalidad a ver esa avalancha de casos fue súper duro”, recuerda el cirujano.

De golpe, el profesional pasó a la primera línea de la crisis sanitaria, hasta que su rol se invirtió. En agosto de 2020 comenzó a experimentar síntomas similares a los de sus pacientes y fue enviado a su casa con un diagnóstico positivo de Covid-19. Los días pasaban y su estado no mejoraba. Poco después tuvo que regresar al hospital, pero no como médico.

Ahora como paciente y hospitalizado con apoyo de oxígeno, sus otrora colegas con quienes discutía tratamientos y enfrentaba jornadas extenuantes se transformaron en sus cuidadores, hasta que pudo ser dado de alta tras ocho días.

De eso ya han pasado casi cinco años, pero el paso por el Barros Luco -como médico y paciente- lo marcó. Hoy Sepúlveda sigue trabajando como cirujano general en el mismo hospital. Ya no atiende a pacientes con Covid-19, pero comparte con quienes lo cuidaron. Mirando hacia atrás hay algo con lo que se queda: la experiencia de haber sido paciente en plena pandemia cambió su forma de ejercer la medicina. “Uno aprende a ver las cosas desde el otro lado de la camilla. Ahora trato de explicar mejor los procedimientos, dar más tiempo a cada paciente, porque sé lo que significa estar en su lugar”, reflexiona.

Auge y caída de un negocio

Durante la pandemia los PCR se volvieron un artículo casi de primera necesidad. Eran los exámenes más confiables para descartar o confirmar el contagio. ¿El problema? El resultado demoraba días. Ahí Marcelo Gutiérrez (41) vio una oportunidad en medio de la crisis sanitaria: ofrecer exámenes con resultados en cuatro horas.

Así, en un año logró que Genosur pasara a tener presencia en varios puntos de la capital y en Estados Unidos, con una demanda altísima: testearon a cerca de un millón de personas. “Teníamos muchos casos que llegaban porque necesitaban una respuesta rápida. Además, para ciertas actividades era necesario tener un diagnóstico negativo, como quienes necesitaban ir a urgencias a visitar o ver a un ser querido, o aquellos que tenían un viaje esencial que no podían perder”.

Pero el bioquímico sabía que esto no iba a durar mucho. Y así fue. Una vez que las vacunas empezaron a surtir efecto y el Covid-19 se fue transformando en un virus más, la demanda por los PCR bajó tan rápido como subió, por lo que decidió reinventarse.

En su primer proyecto transformó Genosur para hacer exámenes rápidos de orina y de sangre, pero eso no funcionó. Luego lo intentó con el PAP, un examen ginecológico que permite detectar lesiones en el cuello uterino, pero tampoco tuvo éxito. “Lo más sensato fue cerrar el laboratorio”, afirma Gutiérrez.

Pero el especialista en biotecnología no lo ve todo perdido tras la bajada de cortinas de hace un año. Dice que también hubo ganancias de otro tipo: “Tenemos historias de personas que las ayudamos en momentos súper complicados de sus vidas”. Gracias a eso continuó con su rutina: “Esta experiencia nos generó muchos réditos a nivel empresarial y familiar, pero hoy día estamos muy dedicados a la educación científica a través de mi empresa inicial”.

“Aprendí a estudiar de nuevo”

Fernanda Gutiérrez (23) comenzó su carrera de Ingeniería Comercial en la U. de Chile en marzo de 2020. Lo que no imaginaba aquel primer día como “mechona” era que, por mucho tiempo, no volvería a pisar una sala de clases.

Apenas 24 horas después de haber vivido su primer día, la universidad anunció que las actividades se aplazaban hasta nuevo aviso. Menos de una semana después, el 18 de marzo, el gobierno decretó estado de excepción, marcando el inicio de un período de confinamiento que duraría meses.

“Cuando empezaron las clases online no sabía cómo hacerlo, nunca había vivido nada que me diera una idea de lo que iba a ser, pero con el tiempo me di cuenta de que no era difícil”, reconoce.

Lo más complejo, dice, fue lo social, ya que en un principio se resistió a participar de actividades universitarias por internet. Además, el relacionarse con sus compañeros únicamente a través de una pantalla fue un desafío. “Tuve que formar grupos de trabajo con personas que no conocía en absoluto. Claro, nos llevamos bien en lo académico, pero las interacciones no trascendían más allá de eso”, recuerda.

Pero las clases se retomaron avanzado el 2021 y, con ello, aprendió lo que era ser universitaria. “En lo online tenía mis apuntes al lado y en lo presencial, no. Tenía que saber métodos de memoria sí o sí, y, tuve que cambiar mi modo de estudio al 100%. Aprendí a estudiar de nuevo”, dice. “Creo que nos hizo más resilientes, haber superado ese desafío me hace ver cómo aprendí a adaptarme”, asegura.

Antes peluquera, hoy emprededora costurera

“En mi caso, a diferencia de otras personas, la pandemia me impulsó. Me quedo con lo que salió de ahí, que es mi trabajo, y para mí, es mi vida”. Así de rotunda es Mónica Rodríguez (54) al describir cómo la crisis sanitaria transformó su presente y futuro.

Hasta la llegada del Covid a Chile, Rodríguez trabajaba como peluquera. Sin embargo, con el confinamiento y las estrictas medidas de distanciamiento social su actividad quedó suspendida y, al igual que muchos, vio cómo su fuente de ingresos se desvanecía. Tuvo que buscar una manera de salir. Y así lo hizo.

Aprendió a coser desde cero y pronto se convirtió en su tabla de salvación. Observó la creciente demanda de mascarillas y vio una oportunidad: comenzó a fabricarlas de tela y a distribuirlas entre los centros asistenciales de Punta Arenas, su ciudad. Y así, junto a la ayuda de su hija, nació Ratonas Costureras.

Pero con el tiempo cada vez eran menos los espacios en los que era necesario el uso de la mascarilla. El 1 de octubre de 2022 dejó de ser obligatoria, lo que forzó a la puntarenense a reinventarse otra vez.

Esta vez fue menos difícil: sus conocimientos en costuras eran más avanzados y emprendió con otros productos: guateros de semillas y prendas con peso que, según cuenta, ayuda a los niños con TEA a medir su grado de ansiedad. “Son piezas para que ellos se sientan a gusto”, explica.

La pandemia marcó un antes y un después para Rodríguez, quien no sólo encontró una nueva fuente de ingresos, sino que una nueva pasión y cientos de clientes. “Hay mucha gente que dice que la pandemia la tiró para abajo. Para mí fue todo al revés. Siempre trabajé en peluquería, pero no era algo mío. Este negocio lo formé yo y lo siento mío”, concluye.

La chef que se resistía a la vacuna

Andrea Tello (35) comenta que solo se había vacunado en el colegio, pero luego de eso decidió no seguir vacunándose. “Siempre he sido sana, nunca he tenido muchos accidentes”, explica. “Me he mantenido alejada de intervenciones médicas innecesarias, como inyecciones o medicamentos, y solo he recurrido a lo que necesitaba en cada momento preciso”, dice.

Pero la llegada del Covid-19 cambió su opinión. Solo semanas después de que el virus llegara al país, se contagió, perdiendo el olfato y el gusto, sentidos esenciales para su trabajo como chef. En esos momentos, aislada y preocupada por las complicaciones que podría generar el virus en su vida profesional, se dio cuenta de que era necesario vacunarse lo antes posible para protegerse y evitar mayores riesgos.

Además, en su momento, la inoculación era requisito para trasladarse o entrar a lugares como restaurantes o cines.

“No fue algo terrible ni molesto, fue totalmente natural. De verdad fue como ‘ya, hay que vacunarse’, porque está pasando esto y es importante. Es algo a nivel mundial, no es un capricho, y al final todos estamos en lo mismo. Fue un cambio muy orgánico, porque, al final, era lo que teníamos que hacer en ese momento para el bienestar de todos”.

Cuando el teletrabajo se volvió permanente

Si algo tuvo la pandemia es que borró los límites entre lo presencial y lo remoto, transformando la forma en que muchos trabajaban y vivían.

Por ejemplo, Felipe Oporto (34), arquitecto, y su pareja Gabriela (31), arquitecta y paisajista, compraron un terreno en Frutillar en octubre de 2019 sin deseos inmediatos de construir. Sin embargo, pocos meses después, la pandemia cambió sus planes. Con las cuarentenas y la necesidad de más espacio, dejaron su departamento en Providencia y comenzaron a buscar un lugar definitivo.

Tras dos mudanzas, recordaron su parcela en el sur y decidieron probar suerte allá en julio de 2021. Así, la estadía que en un principio iba a ser de dos meses se convirtió en un -hasta ahora- para siempre. Para hacerlo, ambos renunciaron a sus trabajos, pero pronto encontraron nuevas oportunidades: Gabriela en Frutillar y Felipe con un modelo híbrido en Santiago, que terminó volviéndose 100% remoto.

Desde entonces, Oporto ha trabajado en proyectos en Perú y distintas regiones de Chile sin necesidad de moverse de su casa. “La eficiencia del teletrabajo funciona muy bien para mí”, dice desde la casa que construyeron en 2022. Cuatro años después, sigue convencido de que esa decisión fue la correcta.

A Solange Cuellar (55) le pasó algo similar: su casa se transformó en su oficina. Hasta marzo de 2020 trabajaba de manera presencial como analista de capacitación, pero exactamente cinco años atrás, su rutina cambió y su jefatura le informó que, debido a casos positivos en el edificio, trabajarían de manera remota por precaución. Primero sería una semana, luego dos más y, con el avance de la pandemia, la medida se extendió indefinidamente.

Poco a poco, la empresa comenzó a reducir sus espacios. De siete pisos, devolvieron tres y reorganizaron los equipos en turnos presenciales. Sin embargo, a la técnico en comercio exterior y su equipo, al no tener atención directa con clientes, quedaron en teletrabajo permanente.

Lo que se ha traducido en una mejora en su calidad de vida: “Para mí, ha sido beneficioso. Antes llegaba a la casa solo a acostarme. Esto me acomoda mucho más, porque evito traslados, Metro, muchas cosas”.