Jaqueline Vásquez (53) llegó en 1991 a vivir al campamento Juan Pablo II en la comuna de Lo Barnechea, y desde entonces lo ha visto crecer hasta convertirse en uno de los asentamientos precarios más grandes del país. Hoy, 27 años después, se apronta a abandonar el lugar y su casa, para que comience el despeje y posterior instalación de las viviendas definitivas que crearán un nuevo barrio en el sector. "Todavía no asimilo este cambio, porque han sido ocho años de lucha con nuestro comité de vivienda. En mi familia somos cuatro mujeres, mis tres hijas y yo, y ha sido mucho esfuerzo de todos", cuenta Jaqueline.
El campamento Juan Pablo II es el último que queda en la comuna de Lo Barnechea (ver recuadros) y está ubicado en la ribera norte del río Mapocho, entre las calles La Cabaña y Puente La Dehesa, y su origen data de los años 1991 y 1993, a partir del antiguo campamento Los Aromos, que se inició en 1980. A ellos se sumaron otras familias provenientes de los asentamientos San Antonio y Quinchamalí.
El municipio lleva varios años trabajando para erradicar este campamento que, según el catastro del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (Minvu) de 2011, tenía 375 familias, pero que de acuerdo a estimaciones de Techo-Chile en 2017, alberga a 750. De esta forma, sería uno de los más grandes de la Región Metropolitana, con cerca de un kilómetro de extensión y en una zona con riesgo de inundación, según el Plan Regulador Metropolitano de Santiago.
"Este semestre entramos en la etapa final para terminar con el último campamento que tenemos en la comuna, que es el Juan Pablo II. A partir de marzo empiezan los traslados de las familias y los trabajos de despeje", explica Felipe Guevara, edil de la comuna.
La autoridad agrega que tras esto, las familias recibirán un subsidio de arriendo mientras se realizan las obras para, finalmente, realizar la entrega de las viviendas definitivas. "Hay que destacar que no se trata de cualquier tipo de viviendas sociales. Son casas aquí en Lo Barnechea, sería muy fácil llevarlos a Batuco o Colina, pero estas personas tienen sus redes en la comuna, y por eso la primera condición es que se quedaran aquí".
En este punto, Gonzalo Rodríguez, director social de Techo-Chile, destaca que "una de las cosas más emblemáticas que tiene este campamento es que está inmerso dentro de una comuna que tiene muy buenos servicios, que está bien conectada. Entonces, es muy positivo que la localización de este proyecto sea ahí y no en la periferia de la ciudad, como ocurre generalmente".
El proyecto desarrollado por el municipio contempla la construcción de 380 viviendas que van de los 70 a los 90 m2, con paneles solares y áreas verdes.
"Yo diría que serán las mejores viviendas sociales del país. Una casa como esta cuesta alrededor de 2.500 UF cada una, más el valor del suelo. Y se han financiado entre todos, las familias ahorran 50 UF cada una, el Estado entrega un subsidio y la diferencia la paga la Municipalidad de Lo Barnechea", señala Guevara.
No obstante, el edil cuenta que una dificultad adicional para lograr la erradicación total de los campamentos en su comuna fue lidiar con la desconfianza de los vecinos. "Imagínese que si yo le digo, 'váyase del campamento, yo voy a echar abajo su casa, pero váyase tranquilo porque va a volver a una casa definitiva'. No es fácil, hay que ganarse esa confianza. Por suerte ahora que vamos en el último campamento, la cosa ha ido más rápido".
El proyecto total tiene una inversión de más de $ 8 mil millones, de los cuales $ 4 mil millones son aporte de la propia municipalidad.
Pese a lo positivo de la intervención, Rodríguez señala que es preocupante que "si este proyecto abarca 380 familias y ahora ahí residen más de 600, van a quedar muchas sin una solución y que pueden formar otro campamento o van a quedar escondidas en la ciudad, pagando arriendos abusivos o viviendo hacinados".
La vida en el campamento
"Este terreno era un vertedero, después lo rellenaron e instalamos la mediaguas y cada uno ha arreglado su casa como ha podido. Igual aquí tenemos luz, alcantarillado y agua, cosa que no tienen todos los campamentos", dice Jaqueline Vásquez, quien trabaja como asesora del hogar y llegó al lugar hace 27 años desde San Antonio.
La mujer cuenta que en los últimos años ha cambiado la dinámica: "Ha llegado mucha, mucha gente. Para el fondo del campamento es otro mundo. Hay muchos migrantes, haitianos, peruanos, gente que no está en ninguno de los dos comités de vivienda que tenemos".
Agrega que "aquí la mayoría somos jefas de hogar, pero ya no hay tanta relación con los vecinos como cuando los niños estaban chicos. Ahora entró la droga y cada uno cuida lo suyo, cada uno quiere estar tranquilo en su metro cuadrado".
Gonzalo Rodríguez cree respecto a la realidad que se vive en el campamento, que es necesario derribar el mito de que las familias están ahí porque es más fácil acceder a una vivienda. "Vivir en un campamento es muy, muy duro. El 91% de las familias no tiene alcantarillado, tiene pozos negros. El 75% no tiene acceso regular a electricidad y el 49% no tiene acceso regular a agua potable. Son cifras que uno creería que en 2018 ya están resueltos, pero no, es una realidad dura que sigue presente en el país".