La imagen de globos blancos y negros en la catedral San Mateo el 21 de marzo de 2015, quedó marcada a fuego en la mente de la comunidad religiosa de Osorno. Ese día, en el que asumió el exobispo Juan Barros en la diócesis, definió el tenor de los 38 meses siguientes de su gestión, marcados por la división que generaron las acusaciones que lo apuntaban como uno de los cercanos al expárroco de El Bosque Fernando Karadima y el supuesto rol que tuvo como encubridor de sus abusos.

Si bien las manifestaciones y la tensión lo acompañaron hasta el momento en que el Papa Francisco aceptó su renuncia el lunes pasado, quienes vivieron ese período cerca de la Iglesia en Osorno aseguran que el religioso sí alcanzó a realizar cambios y a marcar su estilo en la forma de administrar la diócesis.

Algo en lo que coinciden quienes lo conocían es que Barros se movía constantemente entre las distintas parroquias de la ciudad y de las comunidades aledañas, pero siempre con bajo perfil. Las localidades de la diócesis que más visitó fueron Purranque y Entre Lagos, en las festividades de San Sebastián y Nuestra Señora de Fátima. "En la ciudad de Osorno lo funaban a veces, pero en esas comunidades eso nunca pasó", recuerda Marcelo Mancilla, una de las personas que trabajó con el exobispo.

Según recuerda el sacerdote Peter Kliegel, muchas veces Barros llegó a oficiar misa a una parroquia y los feligreses se paraban y se iban. "Le causaba mucha inseguridad el no saber si lo aceptarían o no en las comunidades. Eso para un pastor debe ser un dolor tremendo".

Según los relatos de cercanos a la Iglesia, el prelado participaba poco de actividades públicas como desfiles, aniversarios y actividades con el alcalde. "Su caminar en Osorno fue escondido", dice el diácono de la Parroquia Sagrado Corazón, Víctor González, para graficar la particular manera en que debía ejercer el cargo como representante máximo de la Iglesia en la región.

Por ejemplo, en su período, el exobispo realizó solo una ordenación sacerdotal. Fue en octubre de 2016 cuando, en una ceremonia en la catedral, nombró sacerdote a Walther González. El religioso lo recuerda así: "Ayudaba mucho a los necesitados. Lo más fuerte de su período fue precisamente la pastoral de las periferias, las comunidades de campo, los campamentos, tuvo una cercanía muy grande con la gente más humilde".

Quien asistía al exobispo en esa tarea era Marcelo Mancilla. "Visitábamos campamentos, se entregaban cajas de Navidad, se ayudaba a quien lo necesitara. Durante la visita de monseñor Scicluna salieron testimonios de personas a quien el obispo visitaba durante las tardes en hospitales. Era un labor que él nunca quiso mostrar a la prensa", relata.

Pero hubo otras acciones que fueron públicas y que tuvieron la reprobación de inmediato de la comunidad: una de sus primeras medidas fue cerrar la revista Hacia la Cumbre, fundada en la década del 70 por el primer obispo de la diócesis, Francisco Valdés. Durante ese período, se le terminó el contrato a quien entonces trabajaba como periodista de la diócesis, José Arman. Tras varios meses fuera de circulación, la revista volvió a publicarse en septiembre de 2016, a cargo de Walther González.

Barros también enfrentó dificultades en su propio desempeño como sacerdote. Una de ellas fue la realización de confirmaciones en las parroquias donde no era bien recibido. Ese sacramento normalmente lo realiza el obispo, pero en las parroquias de Santa Rosa y Sagrado Corazón optaba por enviar a un representante. "Los mismos jóvenes rechazaban su presencia", recuerda el diácono González.

La división que genera el nombre de Barros en Osorno sigue latente incluso después de su renuncia. Varios miembros de la comunidad coinciden en que tomará años restablecer la paz entre los grupos que defendían o se oponían a su presencia. Kliegel, uno de los primeros sacerdotes en mostrarse como detractor de Barros, aseguró que el exobispo "nunca logró aterrizar bien aquí en Osorno. No encontró buena tierra, encontró muchas piedras".