Este 2023 se producirá el primer regreso a clases en la educación superior sin las restricciones sanitarias que hizo implementar desde 2020 la pandemia del Covid-19. Mascarillas, Pase de Movilidad y medidores de temperatura ya no estarán presentes, pero el debate que se produce ahora es cómo enfrentar la educación en las aulas: dejar a un lado lo telemático y regresar a la obligatoriedad de las clases presenciales, tanto para alumnos como para profesores.
Y al respecto, el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, es tajante: “Nuestro llamado de manera reiterada es hacer la invitación de que a partir de marzo la presencialidad es la regla”. Sin embargo, algunas autoridades sostienen que la era digital llegó para quedarse y que de alguna forma hay que introducirla en el currículum académico.
Hasta diciembre del año pasado, medidas como pantallas para modalidades híbridas, comités Covid, fiscalización de salubridad, capacitaciones a académicos y cambios en los esquemas de salud mental se tomaron los campus de estudios.
“Las directrices las implementamos adecuadamente, además fuimos bastante coordinados entre las mismas universidades, hubo transferencia de buenas prácticas”, recuerda el rector de la Universidad Católica del Norte, Rodrigo Alda. Lo mismo piensa el vicerrector académico de la Universidad Central, Juan Pablo Prieto: “El sistema de educación superior actuó de una manera bien sincrónica, desarrollamos estrategias similares”.
Pero la nueva generación de alumnos, educados en y durante la emergencia sanitaria, requerirá de otras capacidades y, a la vez, capacitaciones. “La pandemia nos impone mayores desafíos, porque, por ejemplo, es innegable que esta tuvo un impacto importante en la educación escolar”, analiza la vicerrectora académica de la Universidad Adolfo Ibáñez, Soledad Arellano.
“Hemos logrado una suerte de aprendizaje y conciencia de que la transformación digital ha llegado para quedarse”, destaca, a su vez, el rector de la Universidad de Tarapacá, Emilio Rodríguez, haciendo hincapié en que los nuevos estudiantes son nativos de una nueva era digital gracias a la pandemia.
No obstante, hay voces que alertan sobre otros cambios, como la falta de concentración ante algunos estímulos. “Los desafíos principales van en relación con los estudiantes. A una generación que se ha vuelto adicta a la tecnología, las pantallas y las redes sociales, se les hace extremadamente difícil mantener la concentración”, plantea Juan Eduardo Vargas, vicerrector académico de la Universidad Finis Terrae. Y ahonda en que “hay estudios que demuestran que el aprendizaje de los jóvenes es mayor cuando toman apuntes de manera escrita”.
Con tecnología y a distancia
El principal aprendizaje que dejó la pandemia, según varias autoridades, es el uso de las nuevas tecnología. “Una de las cosas que aprendimos es que no podemos volver a hacer lo que hacíamos antes de la pandemia, los estudiantes cambiaron, nosotros cambiamos”, dice Paula Caballero, vicerrectora académica de la Universidad de Talca. Algo que refrenda Marisol Durán, rectora de la Universidad Tecnológica Metropolitana: “Hemos visto la necesidad de las nuevas tecnologías”.
La crisis del Covid consolidó las carreras a distancia. Según el Servicio de Información de la Educación Superior del Mineduc, el 2020 había 52.517 estudiantes matriculados en la educación en línea, mientras que en 2022 esa cifra subió a 112.062 alumnos. Estos programas están inscritos como planes de educación remotos, y corresponden a ciertos institutos y universidades que los implementaron con tal de darle espacio a otro objetivo.
La Universidad de las Américas es una de las instituciones que ha experimentado con estos pregrados, y desde la perspectiva del vicerrector académico, Jaime Vatter, “la modalidad a distancia es algo que se toma en cuenta en los procesos de acreditación”.
La subsecretaria de Educación Superior, Verónica Figueroa, sostiene que “las instituciones de educación superior cuentan con autonomía académica, administrativa y financiera, por lo tanto, en el ejercicio de esa autonomía, son ellas las que pueden decidir si incorporan las clases online u otras tecnologías en sus currículos y planes de estudio”.
Además, Figueroa insta a que “las universidades que decidan incorporar clases online, en primer lugar, resguarden que los logros de aprendizaje proyectados sean similares o superiores a que si la clase se realiza de manera presencial; que además se tomen las precauciones necesarias para asegurar la calidad de la enseñanza que se imparte por esa vía, asegurando, además, que todas y todos los estudiantes tengan un acceso fluido a esa metodología”.
Y añade: “En el caso de que las universidades decidan incorporar las clases online como un componente significativo de sus planes de estudios, ello traería consigo diversos desafíos para la regulación del sistema de educación superior sobre aspectos tales como criterios y estándares de calidad, cargas horarias y/o sistemas de créditos”.
En ese sentido, el rector Alda (Universidad Católica del Norte) insiste en que la evolución de la educación superior “nos obliga a conversar con el ministerio respecto del porcentaje de virtualidad que tendrán ciertos currículos”, pero Caballero (U. de Talca) establece que a pesar de que “la forma en que los estudiantes aprenden ha cambiado, (...) la presencialidad es tremendamente importante”.
Desde el Ministerio de Educación, Ávila insiste en que hay que fortalecer la presencialidad. “Una de las principales conclusiones que hemos logrado evidenciar en el último tiempo es que hay que darle valor a la presencialidad, y por tanto, nuestro llamado de manera reiterada es dar la invitación que a partir de marzo la presencialidad es la regla. Queremos evitar este distanciamiento. No es que la modalidad híbrida no tenga valor, sino más bien el factor de sociabilización se pierde al no tener la presencialidad”.
Respecto a este último punto, Nelson Vásquez, rector de la Universidad Católica de Valparaíso, reconoce que “los alumnos llegan con un déficit muy fuerte en materia de sociabilidad” producto de la digitalización. Y Juan Eduardo Vargas (U. Finis Terrae) sostiene que una de las tareas que se tiene por delante ”es cómo generar instancias para sociabilizar, cuando las tecnologías propician encierro en sí mismo. Cuando los ves sentados en torno de una mesa y cada uno de ellos mirando una pantalla, tú claramente te das cuenta de que no se está produciendo la relación que enriquece la vida universitaria”.
Salud mental
Otro de los acertijos que hay que resolver es la salud mental, pues algunos sostiene que los estudiantes necesitan un fuerte apoyo, mayor que antes de la crisis sanitaria. Si no, la experiencia estudiantil puede terminar en congelamiento de la carrera o en la deserción.
Es por ello que las universidades aprendieron y seguirán implementando las medidas que tomaron. Así lo hace ver Alda (Universidad Católica del Norte): “En la pandemia se activó un tema de salud mental. Las instituciones de educación superior tienen que tener un rol muy activo en el monitoreo, diagnóstico, prevención y derivación de situaciones complejas para el estudiantado”. Desde la Universidad Central, Prieto expone que “los estudiantes requieren más apoyo hoy que antes de la pandemia, y eso va a seguir”.
“Tenemos que pensar en cómo mejorar la calidad de vida de los estudiantes”, reflexiona el rector de la Universidad de Magallanes, José Maripani, recordando que las semanas de receso o de reflexión son importantes en ese sentido.