Donde debió estar recostado Francisco (36), hoy hay un arreglo de claveles y rosas blancas. En unos cartones apoyados en la muralla que lo cobijaba se lee “adiós amigo Francisco”, escrito con letras algo infantiles. Hace dos días, los peritos forenses de Labocar llegaron a examinar y llevarse el cuerpo de una persona en situación de calle que murió contagiado por coronavirus, ante los indiferentes ojos de los transeúntes de la concurrida estación de Metro Santa Lucía, en San Isidro con Alameda, en pleno centro de Santiago.
Es la noche del primer miércoles de junio y en el corazón de la capital el frío pega como fierro en los huesos. Ya descansando sobre frazadas y cartones, Guillermo Antonio (49) y Carlos Gutiérrez (44) cuentan qué pasó con Francisco, su camarada callejero. Los dos viven del dinero que piden a la salida del metro. Duermen uno al lado del otro, a un costado donde falleció, uno en una carpa y el otro en un saco de dormir: “Dicen que es por coronavirus, pero no lo creo, él murió de hipotermia”, rebate Guillermo.
Francisco murió a las 17.00 horas del lunes pasado y, al revelar los síntomas que padecía, Guillermo se llena de dudas. “Tenía dolores del cuerpo, de cabeza, tos, diarrea y fiebre”, reconoce. Carlos dice estar sufriendo algunos de esos síntomas y un silencio tensa todo. “No nos hicieron ni el test, no le importamos a nadie”, se lamenta.
Entre todas las fracturas sociales que ha dejado en evidencia el Covid en Chile, la de las personas en situación de cale es una de las más amargas. “Siempre han estado ahí, siempre han sido invisibles, eso no es nuevo”, dice Andrés Millar, responsable del trabajo con personas en situación de calle del Hogar de Cristo.
Según un sondeo de abril del Ministerio de Desarrollo Social, en el país hay alrededor de 15.500 vagabundos. Todos ellos, dice Millar, representan un fracaso del Estado. “Son personas que vienen acarreando traumas desde la infancia. Que han rebotado de instituciones como el Sename, que repitieron sus traumas con sus familias y que como última respuesta llegaron a la calle, a evadir estos problemas con consumos crónicos”. Con la emergencia sanitaria por el coronavirus, son claras posibles víctimas para infectarse.
Vivir y dormir juntos
A menos de un kilómetro, entre Diagonal Paraguay, Lira y Marcoleta, está la circular Plaza de los Libros. Aquí, hace años que existe un verdadero campamento de personas sin hogar y con el frío y el coronavirus la comunidad parece haberse multiplicado. Viven y duermen juntos y forman cofradías para cocinar y repartir tareas. “Nos cuidamos entre todos”, aseguran.
“Yo sobrevivo de la venta de cosas en la feria. Busco en la basura, recojo lo que la gente bota y lo vendo después como cachureo. Aquí nos juntamos todos y nos cuidamos para que no nos quiten la carpa o el colchón”, describe Óscar (61), que lleva cuatro años viviendo aquí.
Con vaso de vino en la mano –“para calentar el cuerpo”, explica- cuenta como se juntaron en torno a un mismo vicio. “No somos drogadictos ni queremos vivir con ellos, porque son más violentos y tienen malas costumbres”, dice Luis (58), uno de los líderes del grupo. Son 13 carpas, con más de 20 personas repartidas entre 27 a 65 años de edad. Cada uno carga con una historia distinta, pero todas concluyen aquí, soportando los fríos 6º C de esta noche en la calle, con una pandemia desatada.
Pero no todo es tan malo. Sorpresivamente, una familia llega a entregar comida. Son las 22.00 y un caldo caliente puede ser vital para soportar una mala noche; la alegría es evidente. “Al final, es esta ayuda la única que nos llega. Hay vecinos y gente que nos dejan cosas, como frazadas, ropa o comida; ellos son nuestro único apoyo, pero el gobierno, nada. Ni cajas con mercadería nos llegan, no existimos”, dice Óscar, sin eufemismos.
Desde la Municipalidad de Santiago aseguran que no se han olvidado de ellos. Ya hicieron una campaña de vacunación contra la influenza, y ahora trabajan junto al Servicio de Salud Metropolitano Central (SSMC) y el Desarrollo Social en un protocolo para que los que resulten infectados con el virus puedan ser llevados a una residencia sanitaria u otro recinto de salud. “Los visitamos periódicamente en los puntos que tenemos identificados. Esta intervención la realiza un equipo especializado que cuenta con ambulancia y paramédicos para atenderlos en terreno y derivarlos, cuando acceden, a uno de los albergues habilitados o a un recinto médico, cuando tienen problemas de salud”, aseguran desde el municipio, que estima en 1.100 el número de indigentes en su comuna.
En esta comunidad, enclavada entre el Hospital Clínico de la U. Católica y la ex Posta Central, dicen aún no haber sufrido ningún caso de contagio, aunque saben que están a la deriva en el caso de que alguno comience a sentir los síntomas o se complique más. “Nos lavamos las manos harto, con agua y alcohol gel que la gente nos trae, pero no sabemos qué va a pasar con nosotros si nos contagiamos”, dice Luis, y remata con pesimismo: “Al final, la gente que antes nos miraba mal, ahora ya ni nos mira. Piensan que estamos contagiados y los vamos a contagiar a ellos”.
Según Desarrollo Social, la Región Metropolitana alberga a 6.813 personas en situación de calle. De ellas, 2.848 superan los 50 años y 2.324 poseen enfermedades crónicas. Ante un contagio, todos son potenciales personas de riesgo. “Es duro, pero es muy probable que muchas personas de la calle mueran en este invierno, ya sea por el frío o por el virus”, advierte Millar.
Ironías
En otro punto de la capital, en la calle Chacabuco, justo donde está la morgue del Hospital San Juan, hay un hervidero. “Aquí normalmente dormimos unas 50 personas”, explica Juan Pinto, un indigente que dice llevar 25 años en la calle.
Las dos calzadas de esta calle están realmente tomadas por carpas y refugios de carpa y nylon instalados desde hace meses aquí. Agradecen a la municipalidad de Quinta Normal por no venir a sacarlos y que constantemente estén recibiendo apoyo sanitario. “Igual nos da miedo contagiarnos, ¿pero para dónde más podemos ir? No nos gustan los albergues, porque ahí es brígido vivir, el más choro es el que manda. Aparte, no nos gusta vivir así, encerrados”, dice Pedro, un malabarista de 29 años que terminó viviendo en la calle hace poco más de dos años.
La escena no deja de ser irónica. Pese a estar en la calle, se las han arreglado para contar con ciertas comodidades, como un horno y hervidor eléctrico y hasta una zona que emula un living, con televisión y estufa eléctrica incluida. Aquí, los jóvenes son los que más se transitan. “Todos hacemos algo para sobrevivir. No podemos quedarnos solo aquí esperando ayuda. Sabemos que está el virus, pero al final hacemos cuarentena entre nosotros mismos, aquí en la calle”, transparenta Sofía de 21 años, que desde los 12 ha vivido sin techo.
También hay personas mayores, a quienes el coronavirus podría complicarles y mucho. Juan Ramos (71), es un ejemplo. Sufre de cáncer a la próstata, pero que desde su detección nunca trató. Él vive alejado de la muchedumbre, a la altura de la Urgencia del San Juan, y casi está postrado, pues acarrea dos atropellos de buses del Transantiago. No tiene ningún elemento de protección personal. Está entregado al alcohol, pues le “alivia el dolor físico y el otro”.
Pese a que el Plan de Invierno de Desarrollo Social se adelantó para el 15 de abril pasado, aún la Mesa de Trabajo Social desarrolla un protocolo para ayudar a estas personas. La reestructuración de albergues que han comenzado permitió que muchos hagan cuarentenas bajo techo; el programa busca llegar a más de 6.000 personas. “Le estamos pidiendo al Minsal que haga una residencia socio sanitaria. Puede que haya gente que requiera aislamiento, con siquiatras, médicos enfermeras y TENS”, dice Millar, del Hogar de Cristo.
Carabineros también ha cumplido un rol importante en esta situación. Es el brazo fuerte del Plan Protege Calle COVID-19 del gobierno, que busca apoyar a personas de 60 comunas en el país. “Nosotros aportamos con controles de temperatura para las personas en situación de calle, además de apoyar a las otras entidades para realizar las visitas en terreno de ellos. También les damos comida, algo caliente, y elementos de protección personal, como mascarillas y alcohol gel”, cuenta el coronel Jorge Espinoza, a cargo de las oficinas comunitarias.
Todas estas ayudas son vitales para los meses de invierno que se aproximan.
“Nadie sabe quién soy”
La noche es fría en Santiago y Guillermo, el indigente que duerme fuera del Metro Santa Lucía, pide solo una cosa antes de dormir: “¿Me puede regalar su lápiz, por favor? es para escribir mi nombre por si me pasa algo y nadie sabe quién soy”. Asume que será otra noche dura.
Al cierre de este reportaje, Desarrollo Social confirmó a La Tercera que él y su compañero ya están siendo monitoreados. Aseguran que personal médico los controló el jueves en la noche y que pese a tener algunos síntomas, descartan que sean a raíz del virus. “Los continuaremos controlando”. Alguien ya sabe quiénes son.