Ana Pavez Gaete (92)
Ana Pavez Gaete (92) no dudó en vacunarse. Ni miedo, ni desconfianzas. Sabe que las vacunas la han ayudado a llegar con vitalidad a los 92 años. Siempre fue dueña de casa, pero, además, una líder territorial durante toda la vida. Madre de nueve hijos, 28 nietos, 24 bisnietos y un tataranieto, en el Estadio Municipal de La Florida la acompaña Mariana (63), su hija del medio.
“No hallaba la hora de salir de la casa, porque la pandemia me vino a encerrar todo este tiempo. Quería ver cómo estaba Santiago, porque ni en Metro he andado”, relata. Aunque hace cinco años vive en la comuna, su corazón siempre ha estado enraizado en Recoleta.
Allí participaba en el centro de madres y el club de adultos mayores, porque la vida social y ayudar es lo que la han movido siempre. Pese a los años, dice estar viviendo su “cuarta juventud” y sueña con reencontrarse pronto con los amigos que aún le quedan.
Félix Veloso (81)
Félix Veloso (81) ha vivido muchas vidas. En una fue campesino, en otras obrero, soldador, marinero o picapedrero. “Me dediqué a aprender de todo, porque me gustaba aprender trabajos distintos”, cuenta.
Llegó a vacunarse al Estadio Municipal de La Pintana, convencido de que la inoculación traerá más tranquilidad a su vida. Aquí, no demoró ni dos horas: “Ha sido muy rápido el proceso. Demoré una hora y media en todo”.
Es vecino pintanino y fundador de la población San Rafael, cuando La Pintana recién tomaba forma. Pero antes, se buscó la vida recorriendo Chile, con Talcahuano como su principal parada, donde trabajó en empresas como Huachipato o Inchalam.
Bromea y se alegra por haber recibido la vacuna, pues reconoce que estar encerrado en casa es complejo. Pese a los años, la energía de antes parece no agotarse.
Manuel Gómez Valenzuela (81)
Como muchos adultos de la tercera edad, Manuel Gómez Valenzuela (81) ha extremado los cuidados para no contagiarse. Es diabético, hipertenso, sufre de hipotiroidismo y una insuficiencia cardíaca, por lo que un contagio sería el peor escenario para él.
Por eso, apenas comenzaron las cuarentenas decidió irse a Osorno, junto a una de sus hijas. Llegó a La Florida hace menos de un mes, confiando en la vacunación masiva. Lo acompañó su hija, Graciela Gómez (52), que es paramédica. “Es complejo, porque siempre tenemos el temor a que me contagie y lo contagie a él.
Por suerte, ahora estaremos más tranquilos”, señala. “Es una inyección cualquiera, como cualquier vacuna”, asegura este exchofer de las micros blancas, que unían Mapocho - La Reina, cuando aún ni existían las amarillas.
Silvia Castillo (84) y Valentín García (87)
Después del almuerzo del jueves, Silvia Castillo (84) y su marido, Valentín García (87), llegaron hasta la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores, en Quinta Normal, para recibir la vacuna contra el coronavirus. Valentín García acudió tranquilo y sin miedo.
“Nos vacunaron por la peste esta, para no contagiarnos. No me dolió nada, soy valiente para las inyecciones”, asegura doña Silvia Castillo.
Pasaron una cuarentena cómodos, sin tener que salir, y aunque viven solos, sus dos hijos se preocupan de hacerles las compras y de que nada les falte: “A mi hijo no le gusta que andemos a pie, por eso nos trajo en su auto. Vinimos al tremendo panorama”, cuenta la mujer entre risas.
El matrimonio está muy consciente sobre el virus, por lo que toman sus precauciones y se cuidan mucho. Al comienzo, don Valentín García no estaba tan seguro de la vacuna, pero ella lo hizo cambiar de opinión: “La gente tiene que venir a vacunarse. Es lo único que nos puede salvar, no puede ser que le tengan miedo a un simple pinchazo. Los antivacunas son muy ignorantes”.
María Teresa Prieto (91)
Buena parte de la historia occidental ha pasado por los ojos de María Teresa Prieto (91). La pandemia es solo la última. Es española, de la comunidad de Asturias, y llegó a Chile en 1951, escapando de los coletazos que la guerra civil dejó en su país.
Tras trabajar acarreando maletas y vendiendo productos que conseguía del Viejo Continente, consiguió junto a su familia aposentarse en Las Condes, donde ya lleva décadas. Tres hijos, seis nietos y tres bisnietos son su descendencia.
Se vacunó en la primera jornada en el Colegio Leonardo Da Vinci, uno de los dos centros habilitados durante la primera semana en su comuna. “Estoy agradecida, esperé todo este tiempo a que llegara la vacuna”, reconoce. Llama a todos a vacunarse: “Le diría a toda la gente que desconfía de la vacuna que no sea tonta. Esto está aprobado por los científicos y se ha comprobado su eficacia”.
Erika Hernández (59)
Erika Hernández es cirujana dentista, por lo que la exposición a un posible contagio siempre fue un temor para ella. Tiene 56 años, y cuando la pandemia se desató en el país, ella optó por tomar una pausa laborar y confinarse. Hace solo dos semanas regresó a su consulta, motivada en gran parte por el pronto inicio de las vacunaciones masivas.
“Estamos muy expuestos siempre. Atiendo (en el sistema) privado, por lo que no nos querían vacunar en todos lados, pese a ser prioritarios”, relata. Fue a inocularse al Gimnasio José Manuel López, en la calle Santa Elena, Santiago Centro, donde apenas debió hacer fila.
Sobre la inyección, la describe así: “Fue un pinchazo muy simple, como cualquier otra vacuna. Va a la altura del hombro, porque es una inyección intramuscular”. Se toma el proceso con optimismo. Dice estar algo cansada de usar una mascarilla de tres filtros para trabajar, pero cree que aún queda mucho para bajar la guardia. “Vamos a tener que seguir cuidándonos mucho, porque me ha tocado conversar con mucha gente que no se quiere vacunar. De todas formas, esta vacuna da esperanza y tranquilidad, porque las expectativas de vida serán mayores”.
Narcisa Rojas Pérez (92)
“Estoy contenta, quería venir a vacunarme”, dice Narcisa Rojas (92), vecina de Las Condes que se vacunó el miércoles en el Colegio Leonardo Da Vinci.
Llegó hasta el recinto emocionada, pues durante buena parte de la pandemia no puso un solo pie en la calle. “Me da esperanza la vacuna y ojalá que todos los adultos mayores se vacunen, para que no lo pasemos tan mal si es que nos contagiamos”, explica.
Para ella, recibir la primera dosis representa un “seguro de vida”. Esta dueña de casa está a la espera de ser operada de una hernia en el estómago, pero por la alta cantidad de casos en hospitales y clínicas aún no la dejan pasar por el quirófano. “Ojalá que ahora sí pueda”, indica.
Mario Madrid (87)
Mario Madrid (87) llegó a vacunarse a Quinta Normal el jueves a las 14.00. Dice que esa hora es mejor, “porque en la mañana anda mucha gente y se hace fila”. Al contrario de los otros adultos mayores que esperan junto a él, don Mario Madrid está sentado solo, sin acompañante.
Cuenta que vive con su esposa, pero que a ella le toca la vacuna al día siguiente, por su edad. Tienen una hija que vive en España, con quien hablan sagradamente dos veces a la semana. Durante la cuarentena, él era quien hacía las compras en un almacén cercano a casa.
Explica que prefiere hacer todo por su cuenta, solo, para que su esposa no tenga que salir y exponerse al virus: “La gente está muy porfiada, salen y se amontonan. Nosotros nos cuidamos harto, es lo único que queda”. Sobre la inyección, asegura que no le dolió y que lo atendieron bien.
Elba Rodríguez (86) y Eduardo Bouffanais (82)
En la Población Pablo de Rokha, en La Pintana, Eduardo Bouffanais (82) y Elba Rodríguez (86) son casi un patrimonio vivo. Llevan confinados desde que comenzaron las cuarentenas, aunque reconocen que quedarse encerrados en casa fue una tarea casi imposible.
“Por suerte no nos hemos contagiado. Salimos a la feria y a comprar algunas veces, pero siempre con mucho cuidado y tomando distancia”, dice Elba Rodríguez. No son mayores de 90 años, pero en La Pintana decidieron vacunar a todos los adultos mayores de 75 años desde el primer día, y ellos aprovecharon para inmunizarse del Covid-19.
Fue sencillo, indoloro. “Tengo un truco: cuando me vacunan, miro el pinchazo porque así no duele”, aconseja Eduardo Bouffanais. Ambos llevan 64 años de matrimonio y tres hijos. Uno de ellos, Eduardo, los acompaña.
“Estamos casados desde el 56, pero no pudimos celebrar las Bodas de Oro porque aún no abrían el banco donde tengo la plata”, bromea Eduardo Bouffanais. Superando la pandemia, promete, espera poder organizar la simbólica ceremonia.