-¿Tiene preocupación de que haya más chats, eventualmente suyos, con el abogado Luis Hermosilla?

Esa fue la pregunta que la semana pasada resonó en el pasillo del segundo piso del Palacio de Tribunales y se la hizo un periodista a la impávida ministra Gloria Ana Chevesich, quien iba camino a la sala de pleno del máximo tribunal. Ante la pregunta, la magistrada se detuvo un segundo y cambió su semblante.

-¿Míos? (ríe fuerte). Jamás he chateado con el señor Hermosilla.

La magistrada de la Cuarta Sala de la Corte Suprema continuó su camino y no profundizó en mayores detalles. Desde que estalló el caso Audio, la jueza que integra la sala laboral -de a poco y sin buscarlo- ha ido dando un paso al frente acompañando al presidente de la Corte Suprema, Ricardo Blanco, en la conducción de la judicatura para contener la peor crisis del Poder Judicial desde el retorno a la democracia.

Para nadie al interior de la magistratura fue una sorpresa que cuando Blanco dio un golpe de timón y convocó de oficio a la Comisión de Ética, para hacerse cargo de los ministros cuestionados por la filtración de los chats de Hermosilla, designara a Chevesich para integrar la instancia que actualmente investiga a los supremos salpicados por el caso Audio. Su designación se dio porque Mario Carroza, miembro titular de la comisión, tuvo que dar un paso al costado, ya que él mismo sería indagado por las influencias que ejerció en la designación de notarios.

Ese movimiento que instaló a Blanco y Chevesich en la controvertida Comisión de Ética dejó una vez más a la magistrada en la primera línea de la judicatura. A ellos dos se sumó una aliada de Chevesich, la ministra y también integrante de la Cuarta Sala Andrea Muñoz, en reemplazo de Adelita Ravanales, quien se inhabilitó debido a la amistad que tiene con la suspendida ministra Ángela Vivanco.

En medio de la crisis, la jueza no solo ha aparecido en la Comisión de Ética. Fue la única que habló cuando el pleno decidió abrir el cuaderno de remoción de Vivanco o cuando, por vacaciones de la vocera, María Soledad Melo, fue la encargada de comunicar los nuevos cargos que se levantaron contra la magistrada en el marco de presuntas irregularidades en la tramitación de causas.

En una judicatura en plena tormenta, son varios los jueces y funcionarios del Poder Judicial que ven en la emblemática jueza anticorrupción del caso MOP-Gate la mejor aliada de Blanco para hacer frente a la crisis de la magistratura. Algo que, dicen, podría ser el preludio de cuando el destino la transforme en la primera mujer en presidir el máximo tribunal.

Las huellas de Chevesich

El paso al frente de la jueza no es algo que haya partido en esta crisis. Ministros del máximo tribunal cuentan que el hito clave ocurrió en diciembre de 2020, cuando el expresidente de la Suprema Guillermo Silva la propuso al pleno como su vocera, transformándola así en la primera mujer en ocupar este cargo desde que se inauguró en 2007.

Lo hizo no porque quisiera ni le gustara, sino que por lealtad y cercanía a Silva, quien se lo pidió personalmente. Quienes recuerdan su designación comentan que ese rol es todo lo que no le gusta, a pesar de que antes le había tocado oficiar como vocera subrogante.

La ministra ha intentado cultivar un bajo perfil, de poca exposición y apegada lo más posible a los códigos de la tradición judicial. Nunca le han gustado las cámaras y prefiere mirar de lejos a los medios de comunicación. Por eso, cuando fue vocera, y como resultado de la confianza y similitud que tenía con el exsupremo Silva, Chevesich definió un estricto marco para sus vocerías: mantuvo la política comunicacional de “puertas abiertas”, pero bajo declaraciones circunscritas al marco jurídico normativo, sin emitir juicios en temas políticos y solo representando al pleno, evitando así entregar opiniones personales.

Este cargo la obligó a romper una de sus reglas: dar entrevistas. En sus vocerías siempre se caracterizó por la prudencia, evitando caer en declaraciones rimbombantes y previamente se preparaba pidiéndole a su equipo informes y minutas. En más de alguna ocasión la exvocera leyó documentos.

Desde ahí la magistrada ha ido adquiriendo cada vez más responsabilidades al interior de la judicatura. En agosto de 2014, cuando recién llevaba un año en el máximo tribunal, recibió el encargo de liderar una comitiva que visitó todas las jurisdicciones del país, con el objetivo de hacer un catastro de todos los tribunales. En 2017, por ejemplo, el pleno le encargó la implementación del nuevo sistema de gestión administrativa de las cortes de Apelaciones.

Que un supremo haga este tipo de labores no siempre es una sorpresa, ya que es normal que reciban designaciones para funciones adicionales a las jurisdiccionales. Pese a eso, son varios los funcionarios que reconocen que con Chevesich esto ha tenido un cariz especial, como cuando -según confidencia en privado un judicial- “se hizo cargo de sacar adelante al Poder Judicial en la pandemia”.

Con el Covid-19 paralizando al mundo entero, la judicatura tuvo que buscar formas para no suspender la administración judicial. Ahí la entonces vocera asumió como encargada de la emergencia sanitaria y junto al equipo del Poder Judicial logró algo que antes de la expansión del virus Sars-Cov-2 habría sido impensado: que los tribunales funcionaran sin parar de forma telemática.

Tras el fin de la presidencia de Silva, renunció a la vocería -que luego derivó con un estilo radicalmente distinto en voz de la exvocera Vivanco-, pero la magistrada de la sala laboral no se detuvo. Alejada de las vocerías, en sus manos cayó la responsabilidad de ser la coordinadora de la implementación de las leyes de monitoreo telemático y el registro de deudores de pensión de alimentos. De hecho, antes, como vocera, fue rostro junto a los Tribunales de Familia de las gestiones que hizo la judicatura para que en medio de los retiros del 10% de las AFP los jueces se activaran para retener el pago de los morosos. Ahora, además, el pleno la designó como la coordinadora nacional de la Cumbre Judicial Iberoamericana, cargo que ejerció Sergio Muñoz durante una década.

Jueza de hierro

La imagen se repite todos los días: con carpetas y cuadernos bien firmes en su brazo, la ministra Chevesich camina con ligereza por los pasillos del Palacio de Tribunales. No usa ascensores, sube y baja las escaleras. Suele ser de las últimas en salir de su sala y conoce a todos los funcionarios del inmueble que alberga a la Suprema.

Ha trabajado ahí toda su vida. En 1986 llegó como relatora a la Corte de Santiago y en menos de 10 años -cuando solo tenía 37- ascendió a ser relatora de la Suprema. Fue de las relatoras más jóvenes en subir al máximo tribunal y la segunda mujer en lograrlo: previamente la exsuprema Gabriela Pérez había seguido una carrera similar.

En la Suprema la designaron como redactora de la sentencia por el desafuero del exgeneral Augusto Pinochet. Luego de eso, en 2002, llegó a ser ministra del tribunal de alzada capitalino. Y lo hizo de forma especial: sin concurso, ya que la Suprema aprobó su traslado por razones de mejor servicio.

Su destino cambió para siempre al ser jueza de la Corte de Santiago. Al año siguiente, en 2003, el pleno la designó como la investigadora del caso MOP-Gate, la emblemática indagatoria por corrupción que golpeó al gobierno del expresidente Ricardo Lagos.

“Ese caso forjó en gran parte su carácter”, confiesa un juez. Quienes la conocen cuentan que ahí aprendió a desconfiar, a ser cautelosa y evitar la sobreexposición. Tuvo que entender que la primera línea siempre acarrea golpes. No solo por el episodio que quebró su relación con el expresidente de la Suprema Marcos Libedinsky -de quien fue su ayudante en la Universidad de Chile-, sino también por escenas como cuando llegó al Ministerio de Obras Públicas para incautar correos electrónicos.

Luego de la diligencia, la jueza fue agredida verbal y físicamente. Al salir fue abordada por los trabajadores, quienes le lanzaron en su cara un lienzo negro y gritaron ofensas. En medio de la trifulca, la jueza se mantuvo intacta. Luego la prensa la apodó como “la jueza de hierro” y hubo otros sobrenombres más irónicos, como cuando el exministro de Justicia Luis Bates la llamó “la señora MOP”.

En 2013, el expresidente Sebastián Piñera la nominó para la Suprema en el cupo que dejó el exsupremo Adalís Oyarzún. En los antecedentes que se expusieron, la exministra de Justicia Patricia Pérez dio cuenta de una carrera que calificó de “impecable”. El año anterior la jueza había sido calificada con nota 6,9 y fue la ministra con más votos de su quina.

Cuando estaba en plena nominación, aseguró ante los senadores: “A mí me mueve trabajar para hacer justicia, hacer mi labor con honestidad y probidad”. Luego agregó otra frase haciendo referencia a la posibilidad de, en ese tiempo, convertirse en la cuarta mujer en llegar a la Suprema: “Nosotras tenemos otra manera de ver las cosas (...) Las mujeres actuamos diferente, pensamos diferente. Algunas veces nos tildan de ser un poco conflictivas, pero no sé, creo que tenemos una percepción distinta del mundo y eso nos capacita para enfrentar grandes labores”.

Durante su nominación volvió a recibir golpes, esta vez de agrupaciones de derechos humanos y de senadores socialistas como Isabel Allende. Le reprocharon una disidencia que tuvo en un fallo contra Manuel Contreras por reconocerle la irreprochable conducta anterior. La jueza aseguró que en sus sentencias nunca aplicó la amnistía, ni la prescripción, ni la media prescripción. Molesta, dejó a los senadores de la época un CD con todos sus fallos para que los revisaran.

Finalmente, el Senado aprobó su nombre y por supuesto que tampoco tuvo el voto favorable del hijo del expresidente Lagos, el senador Ricardo Lagos Weber (PPD). Las acusaciones que recibió en la Cámara Alta luego fueron calificadas por ella como una calumnia, haciendo una metáfora con la ópera El barbero de Sevilla.

El cauteloso protagonismo que paulatinamente ha ido adquiriendo Chevesich hasta ahora no ha tenido tropiezos. Esto, sin embargo, la tiene en un equilibrio precario que el viernes sumó un nuevo hecho.

La defensa de la suspendida jueza Vivanco ingresó un escrito en que pide la nulidad del cuaderno de remoción. Esto luego de que se filtraran antecedentes de la causa de Vivanco en la Comisión de Ética. El expediente, que es secreto, se le ha negado a la propia magistrada, a quien solo se le dio copia de algunas minutas. Sin embargo, Ciper publicó las declaraciones de los relatores y la defensa acusa que dicho medio accedió a antecedentes que ellos no tienen en las minutas entregadas. Por lo mismo, piden al pleno denunciar la violación de secreto al Ministerio Público y que se incauten teléfonos de los involucrados, entre los que se encontrarían la ministra Chevesich, Muñoz y Blanco.

¿Primera presidenta?

Fuentes judiciales afirman que la crisis pilla a la Suprema en un momento de ausencia de líderes que puedan enfrentar este tipo de situaciones complejas. Lo dicen por dos razones: la jubilación de supremos del talante de exjueces como Milton Juica, Hugo Dolmestch o Haroldo Brito, y la caída -a nivel interno- de la ascendencia que gozaba el supremo Sergio Muñoz.

El expresidente del máximo tribunal también está bajo indagación de la Comisión de Ética y arriesga ser destituido por el Congreso. Todo esto por el costo personal que ha significado verse envuelto en el sumario contra su hija por teletrabajar durante la pandemia desde Roma y por la denuncia que hizo la inmobiliaria Fundamenta, que lo acusa de filtrar información sobre una causa de su sala y que podía afectar los intereses patrimoniales de su hija.

En ese vacío, el ministro Blanco, con algunas dificultades a inicios de año, ha tomado el control de la situación. Pero junto a él, según jueces consultados, se ubica Chevesich, respecto de quien ven un liderazgo potente para guiar a la judicatura. La ministra, distante de las lógicas de política interna, cumple con las tareas que se le asignan, pero sin quererlo de a poco ha ido armando un polo de poder en el máximo tribunal. Algunos de sus aliados son la ministra Muñoz y los supremos Blanco, Mauricio Silva y Leopoldo Llanos.

En el gobierno ven con buenos ojos sus movimientos. Una fuente del Ministerio de Justicia reconoce que la jueza “entiende el peso de la historia que cae en sus hombros”. La frase resume algo que se comenta en el Palacio de Tribunales hace años.

Si su llegada a la Corte de Santiago le cambió el destino para siempre, al tener que investigar el caso MOP-Gate, su antigüedad en la Corte Suprema también podría darle un giro a su destino.

En 2026, cuando Blanco deje su cargo -que dura dos años-, el pleno del máximo tribunal escogerá a su sucesor. Si se respeta la tradición, que hasta ahora se ha mantenido incólume por dos siglos, los magistrados deberían ratificar al juez o jueza más antiguo. Eso transformaría a Chevesich en la primera mujer en presidir el máximo tribunal en lo que va de sus 200 años de historia.

La jueza está consciente de eso y sus pares también.

Nadie olvida cuando el exsupremo Lamberto Cisternas quiso romper esta tradición y se propuso como candidato para disputarle el cargo que por antigüedad le correspondía al expresidente Silva. Esa vez, Cisternas solo tuvo dos votos. El suyo y el de Vivanco. Para varios supremos, ese episodio reveló las cartas de quienes no querían que se respetara la prelación de antigüedad y algunos lo consideraron como la primera señal de los intereses que tenía Vivanco -hasta antes del escándalo del caso Audio- de ser la primera mujer en presidir la Suprema.

Por mientras, Chevesich -quien se negó tajantemente a participar de este reportaje- está embarcada en otra misión encargada por el pleno. Estos días preparó sus maletas y tomó un avión rumbo a la ciudad de Viena, en Austria. Hasta allá llegará para representar a la judicatura chilena y participar en un nueva sesión del emblemático grupo de trabajo de la ONU sobre laudos electrónicos.