Paula Caffarena, historiadora: “Una enfermedad nueva pone en evidencia nuestra vulnerabilidad”
La autora de Viruela y vacuna ayuda a poner localmente en perspectiva histórica la pandemia de Covid-19, que en Chile ya entró en “Fase 3”.
“No debemos confundir pandemia con letalidad”, decía el virólogo Fernando Valiente. Horas después de que las autoridades sanitarias confirmaran el primer contagiado local con el nuevo tipo de coronavirus Sars-CoV-2, las palabras del académico de la Universidad de Chile iban en la línea de reducir el pánico ambiente. Pero ir contra la naturaleza humana y sus emociones básicas no es cosa fácil, como sugiere el pronto agotamiento del alcohol gel y las mascarillas.
Con todo, estas afirmaciones son pertinentes y hay que divulgarlas, acompañadas de instructivos y protocolos. Porque muy en el siglo XXI estaremos, pero, de momento, el combate al Covid-19 difiere muy poco del que se ha dado por siglos cuando no hay remedio ni vacuna: cuarentena, aislamiento y que la enfermedad siga su proceso.
Ahí, llevados a saludarnos con el codo y a lavarnos las manos a cada rato, tal vez sintamos una vulnerabilidad que nos era más bien ajena. Ha pasado en la historia de la Medicina, como saben quienes la han cultivado. No para pregonar “lecciones de la historia” ni para evitar la repetición de “los errores del pasado”. Más bien para iluminar procesos y episodios. Es el caso de Paula Caffarena.
Doctorada por la UC y académica de la U. Finis Terrae, la historiadora publicó en 2016 Viruela y vacuna. Difusión y circulación de una práctica médica: Chile en el contexto hispanoamericano, 1780-1830. Y poco falta para que asome un par de textos académicos suyos acerca de la escarlatina y de los vacunadores contra la viruela, ambos instalados en siglo XIX, como parte de un proyecto Fondecyt que indaga en el nacimiento de las políticas de salud pública.
“He querido mirar cómo el Estado enfrenta la enfermedad a través de determinadas políticas”, explica, horas después de que la OMS declarara la pandemia. “Mi hipótesis de trabajo es que, no estando aún ciento por ciento consolidado, ya desde el siglo XVIII el Estado chileno -borbónico, entonces- asume que la salud de la población es su responsabilidad. Eso lleva a que haga algo”.
En esta tarea investigativa, ha advertido recurrencias (como los problemas con una sociabilidad “fuertemente afectada” por las epidemias) y elementos más novedosos, como hoy prueban ser el rol de los estados y el de las instituciones supranacionales dando directrices. Hoy, agrega, “hay un fenómeno que no tiene precedentes en términos de la interconexión y la movilidad, lo que hace que un virus se transporte de manera mucho más rápida y que contenerlo en un lugar sea mucho más difícil”. Y si a eso suma la atávica dificultad de que cada individuo minimice sistemáticamente las conductas de riesgo, la necesidad de una acción estatal resulta acuciante.
En el caso que mejor conoce, la viruela local de fines del siglo XVIII, cuenta que “la gente no quería que a sus hijos se los llevaran de sus casas e hicieran la cuarentena en un hospital a 50 kilómetros, porque esa mamá quizá nunca volvería a ver a su hijo. Entonces, ¿qué hacían? Escondían a los niños”. ¿Y qué hizo el Estado borbónico? “Tomó medidas coercitivas: si usted esconde a un niño, va a ser multado”.
Una constante
Las epidemias suelen ser el primer tema que emerge al estudiar historia de la salud, observa Caffarena, pues enfermedades y contagios han sido una constante, más allá de que solo tengamos presentes sus mayores hitos, como la peste negra del siglo XIV o la gripe española de 1918. Esta última, recuerda, se dio en Chile junto con una epidemia de tifus exantemático, con una mortalidad considerable. No está de más tenerlo presente, en sus propios términos, ahora que el coronavirus y la influenza estacional se encaminan a coincidir.
Adicionalmente, una enfermedad “no tiene solo una condicionante biológica: un virus o una bacteria que te ataca involucra aspectos sociales, políticos, culturales. Cuando uno dice ‘epidemia’, eso tiene una carga cultural. Hay un temor en la población. Ahí uno entra en elementos mucho más subjetivos, que no solo tienen que ver con lo racional. Está el caso de la escarlatina que afectó a Chile en 1832 y 1842. No fue de gran letalidad, pero al revisar los archivos de prensa y del Ministerio del Interior, se advierte que generó un pánico enorme en la población. Incluso, aparece un sector que rechaza lo que está haciendo el gobierno y se genera una pugna política importante”.
¿Cómo se pondera la irracionalidad que irrumpe en estos casos?
Todo lo que tiene que ver con enfermedad y con salud tiene una cuota de irracionalidad, porque asoma el temor: a lo desconocido, a la muerte. En el siglo XVIII sabías qué hacía la viruela: había pocas posibilidades de sobrevivir, pero era conocida. Si llega una enfermedad nueva, que no conoces bien, hay una cuota mayor de incertidumbre que pone en evidencia la vulnerabilidad de la especie humana. Estamos, efectivamente, desprovistos. No se puede pensar que los avances de la tecnología van a derrotar cualquier enfermedad que aparezca. Ahora, en los siglos XVIII y XIX no había mucha posibilidad de frenar una epidemia. Pero uno ve el esfuerzo de la autoridad por tomar medidas, porque existe la confianza en que, si la población les hace caso, va a haber buenos resultados. Esta lógica se puede replicar hasta hoy, en que hay más conocimiento, en que sabemos que el lavado de manos es efectivo, lo que es un avance en comparación con 1900.
Hace tres años, usted declaró que el movimiento antivacunas “ignora la historia de las epidemias”. Hoy, en medio del temor y de la carrera por encontrar una cura para el Covid-19, no se ha sabido de ellos…
En el caso de la epidemia de viruela, la autoridad dijo “vacúnense”, pero la población se demoró en creerlo y eso repercutió enormemente en el aumento de los casos. ¿Cuándo fue efectiva? Cuando el Estado decretó la vacunación obligatoria, a inicios del siglo XX. Y si no te vacunabas, había multas. Hoy vivimos en otro Estado, que en vacunación no tiene ese aparato tan coercitivo. Ahí se van generando las continuidades y los quiebres que aparecen en la medida en que las sociedades cambian.
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