“Esta no es una realidad nueva, a uno le ha tocado verlo a lo largo de la carrera, y demuestra también la realidad dura que les toca a algunos, personas que incluso cuando cumplen la condena no se quieren ir”, dice a La Tercera Christian Alveal, director nacional de Gendarmería.
Del otro lado de la vereda, en la galería 12 de la exPenitenciaría, Carlos (así, a secas, Carlos) cuenta por teléfono, desde su celda, que “unos no se van porque adentro ganan más plata, y otros porque no quieren deberle nada a nadie”.
Su nombre verdadero es Luis Millán y lleva 23 años como interno de varios penales, producto de un crimen violento.
Gente que puede salir libre y no quiere. La razón de la sin razón, para cualquier persona en su sano juicio. Recodos de un mundo extraño. Pero, tal como dice el director nacional, pasa.
El tema tiene que ver con el Covid-19 y el indulto conmutativo que el pasado 16 de abril promulgó el Presidente Sebastián Piñera. Su objetivo es beneficiar a cerca de 1.800 reclusos y evitar más contagios, que ya estaban generando una creciente ola de tensión y derechamente violencia en los recintos penitenciarios.
El Congreso aprobó esta medida para que un grupo de reos dejara las cárceles y cumpliera lo que les quedaba de pena bajo la fórmula de arresto domiciliario total. Todo eso, pensando en que más de 300 personas, entre internos y funcionarios, ya están contagiadas.
Sin embargo, el pasado 27 de abril, el ministro de Justicia y Derechos Humanos, Hernán Larraín, durante una exposición que realizó en el Congreso, abordó la situación de las cárceles en medio de la crisis sanitaria y aseguró que “sobre un centenar de personas no ha aceptado el indulto, por distintas razones que podemos analizar”.
Trabajo tras las rejas
Para el director Alveal, el tema puede sonar raro, pero también es perfectamente explicable y entendible. “Tenemos 122 casos del total de beneficiados que optaron por estar en Gendarmería, ya sea en las cárceles cerradas o en los Centros de Estudio y Trabajo (CET), con este mismo objetivo, de seguir trabajando”, explica.
La situación que describe el alto oficial es que en los complejos de reclusión o de trabajo semi-cerrados hay internos que exhiben buen comportamiento y se desempeñan en alguna unidad de negocios. Por ejemplo, cerámicas, talabartería, artesanía, gasfitería y muchas otras, incluyendo a los sistemas de aseo y casino del propio penal. Y eso les genera un ingreso. Dinero que, creen los mismos reclusos, no podrían ganar “afuera”.
“Con eso ayudan a sus familias desde adentro, porque el proyecto de ley de indulto parte con la premisa de que es una postulación, y por ende no una imposición; ellos tienen la posibilidad de elegir. Y lo que uno ve, o entiende, es que ellos han optado por mantener su actividad laboral y seguir ayudando a la familia desde adentro, así que prefieren mantenerse privados de libertad y rechazar el indulto”, dice Alveal.
Añade que “ellos desarrollan el trabajo y se les paga por él, de acuerdo a la producción y dependiendo de factores como el CET o la zona geográfica. Esos ingresos van directamente a ellos y un porcentaje a la libreta de ahorro de cada uno”. Así, la mayoría destina recursos a sus familias.
Otras causales aducidas, principalmente por los extranjeros, es que afuera del penal no tienen casa, familia ni red de apoyo. Y algunos, informan en Gendarmería, también prefieren esperar un par de meses, cumplir sus plazos e irse con libertad condicional, que es menos restrictiva que la reclusión domiciliar total o parcial del indulto.
Mercadería
Según los internos, también hay algunas razones, personales y otras que nadie reconoce ni cuenta abiertamente. Luis Millán dice que los llamados “rancheros” son aquellos que trabajan en el casino y en otros quehaceres del penal. En la exPenitenciaría están, fundamentalmente, en las calles 7 y 8.
“Sí, ellos ganan plata y es segura, se las mandan a sus hijos, a sus esposas; afuera tendrían que conseguir mercadería y venderla en la calle, y saben que no hay nadie en las calles, es muy arriesgado. Y buscar pega en alguna parte es más difícil”, relata.
Pero añade que a ellos, a la comunidad del penal, nos les gusta mucho que la gente se niegue a los beneficios, porque es como si pidieran que los reduzcan.
Otro interno, que se identificó como Juan, revela otra teoría: “Hay muchos niños (jóvenes) que recién cayeron por algo chico y podían salir, pero no quisieron, porque saben que van a caer de nuevo, así que no se quieren gastar un indulto en esta pasada”.
Luis Millán vuelve sobre el tema bajo otra arista, más reticente: “Hablé con algunos de los rancheros que rechazaron el indulto y no quieren hablar. Tienen vergüenza y miedo. Los motivos que tuvieron (para rechazarlo) son que su pega acá es parte del sustento familiar y de familias vulnerables; otros, que están a poco tiempo de obtener su libertad; también hay algunos que no tienen residencia en Santiago; y los últimos porque están a días de obtener su libertad y prefieren cumplir la condena y no deberle nada a nadie”.
El mundo de la cárcel tiene sus códigos y sus verdades. Y también sus tiempos.