"Hay estereotipos del mapuche que se mediatizan ante la opinión pública: terrorista, violento. Estereotipos interesados, pues han servido para justificar políticas públicas que han atentado contra las comunidades", sostiene el sacerdote jesuita Carlos Bresciani (46), superior de la comunidad de la Compañía de Jesús en Tirúa, provincia de Arauco.
Pan, pan; vino, vino. Así habla el religioso, quien desde hace más de una década que vive, come, duerme y trabaja allí. Y su visión, obvio, comulga con su entorno. "Debemos reconocer esta otra historia que no fue contada en nuestras escuelas", añade, con un discurso que ahora va por escrito. Se trata del libro "Mitos chilenos sobre el Pueblo Mapuche", que Bresciani, junto a otros jesuitas, y en colaboración con la U. Alberto Hurtado, acaban de lanzar. Esta es su reflexión sobre aquel texto y otros temas adyacentes.
¿De quiénes son estos mitos? ¿De todo Chile? ¿De la clase política? ¿De los gobiernos? ¿Del tipo de la calle?
Son de todos nosotros. De alguna manera están presentes en nuestro modo de mirar, entender y relacionarnos con el pueblo mapuche, especialmente con el movimiento político mapuche. Ciertamente, se hace más evidente en los círculos e instituciones de poder, donde estos preconceptos o mitos se vuelven políticas públicas o modos institucionalizados de proceder. El desafío es reconocer un pueblo con identidad; con idioma, no dialecto; con religión, no religiosidad; con territorio, aunque disminuido por la usurpación del Estado.
¿Puede comentar uno o dos de los trece mitos que aborda el libro?
Es clásico escuchar: "¿por qué andan los mapuche alegando cosas tan antiguas, que pasaron hace 500 años? ¡Que les reclamen a los españoles!". La herida de este pueblo no es tanto con los españoles, sino con el Estado de Chile. Es un problema que ocurrió hace 150 años. A esto se suma que los programas de estudio han perpetuado que este período de la historia es "la pacificación de la Araucanía", como si el Estado hubiese tenido que intervenir obligadamente, porque los mapuche eran desordenados, flojos, borrachos e incivilizados.
Desde una óptica contraria, ¿qué mitos tiene el mapuche respecto de la sociedad chilena?
Habrá que preguntarles a ellos. Ahora bien, el mundo mapuche tiene menos rollo con lo chileno que nosotros con ellos, pues han tenido que sobrevivir en dos mundos. Esto implica reconocer que la realidad actual responde a una situación histórica que no ha sido reconocida ni reparada, pero también implica reconocer que habitamos la misma tierra y que debemos aprender a caminar juntos, pero no revueltos.
¿Hay algo del mundo no mapuche que este pueblo valore mucho y que desearía tener o compartir?
Son sobrevivientes que han tenido que manejarse en dos mundos. Se han apropiado de muchas cosas de la cultura occidental y las han mapuchizado. Basta con mirar cómo las redes sociales son un motor para el conocimiento de la historia mapuche y de sus caminos de mayor dignificación.
¿Cómo evalúa el actual momento del mundo mapuche en relación a sus demandas?
El pueblo mapuche es muy diverso. Hablo por lo que conozco, donde vivo. Creo que la situación es compleja, pero hay esperanzas. Como nunca, se está viendo una presión fuerte por parte de las grandes empresas para intervenir el territorio. Hay lobby para modificar leyes y tratados como el 169, la Ley Lavkenche o la Ley Indígena. La justificación es que esas leyes traban la inversión.
El gobierno lanzó el plan Araucanía...
El anuncio del Acuerdo Nacional ha puesto en la escena política la invisibilizada realidad del pueblo mapuche, favoreciendo una discusión que es necesaria. El plan Araucanía es un buen esfuerzo, pero se queda en lo periférico, porque la propuesta de reconocimiento constitucional no va a lo sustancial en materia de derechos políticos de territorio y autonomía, base de las demandas mapuche. Sin embargo, se opta por reconocer y resguardar la dimensión cultural de este pueblo originario, validando parcialmente la lengua, la medicina y las tradiciones. Si bien algunas propuestas económico-productivas pueden ser positivas, en el fondo nos negamos a entender el conflicto como una contraposición de paradigmas.
¿El tema de los abusos en la Iglesia Católica, se conoce en el mundo mapuche? ¿Cómo se lo ve?
En general, toda la gente sabe del tema. Nosotros lo hemos dialogado con los católicos y católicas de Tirúa, y en esos diálogos surge una y otra vez el deseo no solo de sacar la manzana podrida, sino de preguntarse por el cajón que la contiene. Necesitamos cambiar la estructura o el modo de ser Iglesia, para que nunca un abuso pueda suceder.
¿La parece bien lo que está haciendo el Papa Francisco?
Gracias a las fuerzas de los cristianos de a pie y a las muestras de la valentía de la víctimas, Francisco ha sacado de debajo de la alfombra los temas que son necesarios de enfrentar. Pero no podemos dejarle solo a él que resuelva. Debemos cambiar la cultura del abuso.
La visita del Papa a Temuco, en enero pasado, ¿dejó algo al mundo mapuche? ¿Se notó? ¿Sirvió?
Creo que los problemas de la Iglesia chilena opacaron la visita del Papa. Aunque igual creo que en Temuco fue una visita medida, calculada, resguardada. Muy diferente a como fue en Perú, en Puerto Maldonado, donde fue mucho más directo para denunciar las injusticias de un modelo que destruye la Madre Tierra y a las pueblos originarios. Valoro, eso sí, que se hayan instalado tres temas: que unidad no es uniformidad; que no hay una sola violencia, sino también otra que es más estructural; y que hay que escuchar a los pueblos originarios en su propuesta del buen vivir.