Sebastián Ugarte es jefe de la Unidad de Paciente Crítico de Clínica Indisa. El intensivista, que en 2009 asesoró al Minsal por la pandemia del AH1N1, tiene a cargo la UCI más grande del sector privado, que llegó a tener 170 pacientes y otros 100 en tratamiento intermedio. Ahora, mientras la curva de contagios desciende, cuenta lo que fue el período más oscuro que ha dejado la pandemia, cruzado por los desmedidos esfuerzos de los equipos de salud para contenerla: “La fe que tengo en el género humano después de esta epidemia es mucho más que antes”, afirma.
¿Lo sorprendió esta crisis sanitaria?
Yo soy parte del equipo que asesora a la OMS en temas de pandemia y a nivel internacional había preocupación. Y cuando esto parte en China, los signos fueron claros de que sería una pandemia y en enero partimos redactando protocolos para el manejo de la emergencia.
¿Y se pudieron preparar?
Sí. Hicimos un esquema para aumentar camas si subía mucho la demanda. Y en lo humano fue interesante, pues fue decirle al gerente general de una clínica, que debe subsistir económicamente, que compre decenas de ventiladores que nunca más se van a usar, que gaste millones en elementos de protección o equipamiento cuyo uso va a disminuir apenas haya vacuna. Pero pese al riesgo se aprobó y tuvimos los mejores equipos, a precio de mercado.
¿A cuántos pacientes internaron?
Hasta hoy (ayer) 1.196 pacientes, el 55% de Fonasa. Al principio los casos eran mayormente de isapres, por los contagios que venían del extranjero. Pero luego comenzaron las derivaciones del sistema público. La clínica recibió a todos los pacientes que nos enviaron, cualquiera fuera su gravedad. De hecho, hemos recibido al 5% de los pacientes atendidos en el país.
¿Y la realidad se ajustó a los planes?
Consideramos desde ventiladores, cambios de turno, elementos de protección y camas, al espacio de las salas mortuorias. Contrarreloj se instaló un segundo circuito de oxígeno, porque la red no daba abasto, y se ampliaron los sistemas de diálisis. Pero en junio, cuando habíamos llegado a 200 camas, vimos que no iba a ser suficiente. Estábamos completamente llenos, así que ideamos planes de contingencia para generar 70 camas más. Y lo hicimos.
¿Llegaron al dilema ético de elegir entre un paciente u otro?
Durante un período muy largo estuvimos muy cerca. Nuestro barómetro estaba en el servicio de urgencia: cuando se empezaban a quedar pacientes de la noche anterior, conectados a un ventilador, significaba que no estaban dando abasto las camas y se encendían las alarmas para abrir más. Y nunca trasladamos a ningún paciente. Los atendimos a todos.
¿Sintió temor?
Sí. Incluso por nosotros: se estaba llenando todo y uno atendiendo, en riesgo. Y viendo lo complicado que estaba y lo escaso de los recursos, nos preguntábamos ¿si nos enfermamos, va a haber cama?
¿Se parecen las pandemias de AH1N1 con la del Covid-19?
Esta es muy distinta. La AH1N1 era menos contagiosa y los casos graves no eran de este nivel, que el 20% requiere hospitalización. Los pacientes de AH1N1 eran graves, pero solo en lo respiratorio, solo un problema pulmonar. En cambio, éstos son respiratorios, circulatorio, renal, hacen fallas neurológicas, son más complejos.
Y eso se notó en las UCI...
Fue durísimo. En la clínica pasamos de 32 camas a 170. El estrés que vivió el equipo fue muy grande. Todos dieron su mejor esfuerzo, pese a que algunos tenían a un familiar hospitalizado. Algunos perdieron a un familiar y seguían trabajando. No sé cómo explicar a la gente las cosas que vivimos y sentimos. Ahora es otra cosa, nada que ver con un mes y medio atrás. Pero la enfermedad no ha parado, no hay que relajarse, sino cuidarse y preocuparse de que las reaperturas sean en el momento oportuno para que no haya rebrotes.
¿Le han parecido oportunas?
Yo tengo una posición más conservadora y un sesgo, porque estoy con los pacientes más graves. Sé que hay más variables, pero prefiero que las tasas de positividad estén realmente bajas al momento de abrir y la trazabilidad más alta, que se identifiquen todos los contactos, no solo uno como en algunos sectores, donde parece haber un subregistro y, por lo tanto, la reapertura puede durar menos: la curva venía bajando aceleradamente y se ha ralentizado.
¿Ha visto las aglomeraciones?
La gente quizás no entiende que lo que está en juego es mucho. Esta enfermedad es muy difícil de explicar, porque algunos hacen una enfermedad leve, un 20% requiere hospitalización y el 5% es muy crítico y puede morir. Eso la gente no lo ve y tiende a quedarse con la cara más optimista de que, si se enferma, será leve. Pero yo, que he visto a personas enfermarse, agravarse, morir, ¿cómo le explico a la gente que esas zapatillas no son de primera necesidad?
¿Le preocupa lo que viene?
Le tengo bastante respeto a este virus y creo que no está ganada la batalla. Hay un espíritu muy optimista que piensa que lo peor de la pandemia ya pasó, que es cosa de esperar que aparezca una vacuna y cuando consigamos vacunar a una proporción importante de la población, habremos logrado derrotar la pandemia, pero yo sería más cauto. El virus está circulando en la comunidad y existe la posibilidad de rebrote, que puede ser de menor o mayor cuantía. Creo que en esto, anticiparse, contrariamente a lo que pensaría cualquiera, es llegar tarde. Como en el cuento de la liebre y la tortuga.