Desde hace dos semanas, la pequeña calle Bustos es un hervidero. Mientras el gobierno, la OMS y el mundo entero recomiendan e imponen estrictas medidas de distanciamiento social para combatir al coronavirus, aquí día y noche hay personas que prefieren estar muy cerca unos de otros. Son ciudadanos venezolanos y han formado un verdadero e improvisado campamento en Providencia. Están resignados y piden un avión humanitario que los devuelva a su país, pues el sueño chileno que los trajo al final del mundo se transformó en una pesadilla.

La situación es dramática. Día a día acá se aglomeran más de 600 personas. Acampan intentando presionar a su gobierno por dos razones: una, que les faciliten un vuelo a Venezuela; la otra (y más cruda), que sencillamente no tienen dónde ir. Son familias completas, desde bebés de tres meses hasta ancianos de 70 años o más.

Por los días que lleva aquí, Adelio Sarcos (29) pasó a ser un vocero entre sus compatriotas. Llegó hace 11 días a Santiago, proveniente de Los Ángeles, Biobío, tras estar sin trabajo desde hace dos meses. “Estoy con mi mujer y mi pequeña, de dos años. Estamos viviendo una situación muy compleja. Llegamos a cumplir el ‘sueño chileno’, como le llamamos, y lo estábamos consiguiendo. Pero tras el estallido social y ahora, con la pandemia, perdimos nuestros empleos y no tenemos ni para pagar un arriendo”, cuenta.

En Táchira -dice- era militar, pero llegó a Chile hace tres años buscando un mejor lugar para su hija. Ahora, sin ingresos y ante un escenario pesimista, prefiere retornar a su tierra. Su historia es la historia de todos los venezolanos que duermen en esta calle.

A la espera de un avión de retornados, con cuarentenas en buena parte de Santiago y el peligro inminente de un contagio, no es mucho lo que pueden hacer, salvo seguir esperando. “No nos ha faltado comida y la verdad es que los vecinos se han portado muy bien con nosotros, nos han ayudado bastante. Pero hay temas de higiene que no podemos evitar, porque no tenemos duchas. Estamos viviendo algo bastante feo aquí”, dice Alejandro Parada (44), quien llegó hace un año al país.

El frío de mayo ya se siente en la capital y ellos lo están pasando mal, sobre todo al dormir. Yareli Nicoliello (40) está junto a su hija de 10 años y coordina, entre muchas cosas, que a ningún miembro de esta improvisada comunidad le falte abrigo. “Tratamos de ir contando cuántos duermen aquí, para entregarles aunque sea un cartón que evite que duerman sobre el suelo frío”, relata.

Ayer, aquí pernoctaron 228 personas. Todas muy juntas, buscando calor, pero exponiéndose al contagio.

La mayoría de los vecinos, según cuentan los venezolanos, han sido empáticos. “Es terrible lo que están viviendo, pienso que le podría pasar a cualquiera”, dice Claudia Inostroza (53), chilena, miembro de la parroquia La Anunciación del Señor.

Ante la situación, ella y otros feligreses se decidieron a ayudar con parte de sus instalaciones a la improvisada comunidad. “El sacerdote nos permitió ocupar nuestra sala de reuniones, que ahora es algo así como un refugio. Aquí tienen baño, comen y duermen los enfermos crónicos, madres en gestación y niños junto a uno de sus padres”.

El 6 de mayo fue el último vuelo de Chile a Venezuela. Y aunque por ahora no tienen información de uno nuevo, prefieren seguir esperando en la embajada.