#VíaInclusiva | Columna: Que el ser diferente no signifique vivir un estigma
"Hacer visible la realidad LGBTI no es una cuestión solamente política. No sólo es una cuestión de derechos fundamentales, como el derecho a vivir. Es un mandato ético que nos obliga -o debería obligar- a pensar un mundo en el que ser diferente no signifique vivir un estigma".
Hace algunas semanas tuve la oportunidad de visitar un colegio de la Región Metropolitana para realizar una capacitación en temas de inclusión LGBTI en el sistema educativo. Si bien fueron múltiples las preguntas que nos surgieron, muchas de las cuáles no logramos responder aunque sostuvimos en reflexión, una me tocó profundamente y conectó con la razón que me anima a avanzar en estos temas: "A mi me pasó que una estudiante se intentó suicidar porque le gustaban las niñas y era acosada… tenía ocho años cuando se cortó las venas… menos mal logramos salvarla… ¿qué se hace ahí?". "Ocho años", "se cortó las venas" eran las frases que no paraban de darme vueltas en la cabeza.
¿Qué le debe ocurrir a una niña de ocho años para pensar que debe terminar con su vida? ¿qué hace que ciertas personas piensen que esta niña debería terminar con su vida? ¿cuán sola debe sentirse? ¿dónde están las redes que debían estar ahí para ella? Aquí no se trata de una persona que falla ni de un error exclusivo del establecimiento educativo. No sólo han fallado las instituciones que debían proteger esta infancia, que debían sostener espacios en dónde niñas, niños y adolescentes pudiesen vivir su vida sin temor o amenazas. También hemos fallado todos nosotros, quienes desde diversos espacios debíamos -como adultos- apoyarles, quienes debíamos sencillamente estar allí para saber abrazar esta infancia que se sabe diferente.
Fallamos como sociedad cada vez que una persona lesbiana, gay, bisexual, trans, intersexual o de identidad/expresión de género no binaria, asume que ser diferente nos convierte en algo amenazante, aún cuando esta característica sea intrínseca a todos y todas. Fallamos cuando estos cuerpos son sepultados en prejuicios y juzgados desde lugares de absoluto privilegio. Fallamos cuando las que alguna vez tuvimos alitas rotas no vimos un cielo en el cual volar.
Hacer visible la realidad LGBTI no es una cuestión solamente política. No sólo es una cuestión de derechos fundamentales, como el derecho a vivir. Es un mandato ético que nos obliga -o debería obligar- a pensar un mundo en el que ser diferente no signifique vivir un estigma.
¿Qué podemos hacer por esa niña? La respuesta, que parece sencilla, carga un peso no menor cuando tenemos que hacer frente a odiosidades tan arraigadas en nuestra sociedad heteropatriarcal. Podemos, por ella y todos nosotros, celebrar la diferencia multicolor, estando siempre atentos ante cualquier situación que pudiere propiciar espacios hostiles.
Debemos ponernos de pie frente a diversas formas de acoso, de violencia que sufren todas y todos, especialmente las personas LGBTI. Debemos no sólo propiciar ese cielo rojo en donde las alitas rotas puedan volar, sino una tierra multicolor en dónde puedan vivir.
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