El largo pasillo del quinto piso del Hospital Metropolitano de Providencia va develando historias a medida que se recorre. En el ala norte, la primera que aparece es la de Irma, de 78 años. Vive en Huechuraba, usa lentes, le gusta escuchar tango y rezar. Justo al lado está Miguel -o “Miguelito”, como le gusta que lo llamen-, tiene 84, vive en Conchalí con su esposa y su perro. Es hincha de Colo-Colo y prefiere escuchar boleros. Y un poco más allá está Luis (63), trasladado de Caldera, a quien le gusta caminar, andar en bicicleta y es fanático de Phil Collins y Journey.
Así consta en las fichas que se han instalado en cada una de las puertas que acceden a las salas donde, de momento y por un tiempo indeterminado, habitan estos pacientes que, si bien vencieron la fase crítica del coronavirus, tienen por delante un largo camino para recuperarse y recibir el alta. Pues todos tienen algo en común: pasaron semanas -o incluso meses- conectados a un ventilador mecánico invasivo.
Tras sortear los pronósticos médicos que auguraban una muerte segura por el virus, esos pacientes hoy aprenden a recuperar la fuerza de sus piernas, a recibir de nuevo agua y comida, y a respirar de nuevo por sí mismos después del ventilador que lo hizo por ellos cuando no podían.
Serán, en los mejores pronósticos, varios días. Pero en los casos recurrentes, la estadía tomará meses. Por eso, estas breves reseñas que lucen en las puertas de entrada -y especialmente cuando están sedados- ayuda a que todo aquel que cruce la puerta sepa no solo su ficha clínica, sino también su historia, sus gustos y actividades.
En la UCI weaning (en español “destete”, en alusión al ventilador mecánico) del Hospital Metropolitano, hay un equipo multidisciplinario de rehabilitación de al menos 80 profesionales, entre enfermeras, kinesiólogos, fonoaudiólogos, nutricionistas, psicólogos. La unidad, inaugurada a mediados de enero, ya ha dado de alta a ocho pacientes. Y no han tenido fallecidos.
Julieta Cornejo, enfermera jefa de la unidad, explica que “todos los pacientes que ya pasaron la fase aguda de la enfermedad y que quedaron con secuelas tras el ventilador mecánico, ya sean motoras, neurológicas o de la deglución, pueden ser trasladados a este servicio. La idea es que ellos aquí adquieran, nuevamente, las habilidades necesarias para desempeñarse cuando se vayan de alta”.
Esta unidad crítica, distinta a las de tratamiento intensivo del Covid-19 agudo, tiene una capacidad de 22 camas y mantiene entre un 70% y 80% de ocupación. Muchos de los pacientes llegan aún intubados desde otros recintos asistenciales del país, para que se concrete aquí el “destete” del soporte.
Gonzalo Fuentes, kinesiólogo coordinador, detalla que es una unidad pionera en el país en comparación a las otras Unidades de Paciente Crítico (UPC). “En las otras UCI convencionales existen los mismos estamentos: kinesiólogos, fonoaudiólogos, etcétera. Pero la manera de relacionarse acá, de forma interdisciplinaria, es única”.
La paciente más joven de la UCI weaning fue una mujer de 35 años, con Síndrome de Down, que pasó por un cuadro de Covid-19 grave. Y el mayor, un hombre de 85 años. En la rehabilitación de ambos, cuenta la enfermera, fue clave la participación de la familia: primero a distancia, por videollamadas, y luego en las visitas diarias.
Y es que si bien desde mayo el recinto asistencial fue habilitado como un hospital especial para atenciones intensivas por coronavirus, con todo lo que ello implica -como la restricción de visitas, por ser una enfermedad altamente contagiosa-, en la UCI de rehabilitación los familiares son parte del tratamiento para sanar las secuelas.
Al principio, como este es un hospital únicamente para Covid-19, la verdad es que los familiares no podían venir. Pero cuando se armó esta unidad, nosotros nos propusimos que sí o sí iban a venir, los días martes y jueves. Pero a medida que fue pasando el tiempo, nos dimos cuenta de la importancia que tiene para nuestros pacientes estar acompañados. Por eso, hoy la modalidad es que el tutor puede venir todos los días, en un horario establecido. Y martes y jueves pueden venir dos personas.
Julieta Cornejo, enfermera jefa de la unidad,
“Las visitas son un aliciente importante para quienes llevan tres meses sin ver a nadie, como la gran mayoría de los pacientes Covid-19 en UCI. Hemos visto tan buenos resultados con esto, que lo expandimos a toda la semana. Obviamente, somos muy rigurosos con los contagios, se les entregan todos los elementos de protección personal correspondientes”, dice el kinesiólogo Gonzalo Fuentes.
De alta y caminando
A mediados de noviembre pasado, Gregorio Ortega (60) comenzó a sentir dificultad para respirar. El mes anterior se había reanudado la obra de construcción en la que trabajaba, y tras un confinamiento autoimpuesto, Ortega retomó sus labores.
Empezó a sentirse mal y un test PCR tomado en un Cesfam de su comuna, Puente Alto, le dio el diagnóstico: era coronavirus. Gregorio cree que se contagió en el transporte público, porque con el tiempo se enteró de que ninguno de sus compañeros de trabajo había dado positivo.
A los días presentó una baja saturación. No pudo ser estabilizado en la atención primaria. Ortega fue derivado al Hospital Sótero del Río, donde estuvo sedado y bajo ventilación mecánica casi ocho semanas, hasta fines de enero. Un poco antes de despertar, fue trasladado a la UCI weaning.
“Cuando yo empecé a verlo, estaba desnutrido. Él pesaba 78 kilos hasta antes del Covid-19, pero perdió mucha masa muscular. Así llegó al Hospital Metropolitano. Tuvo que aprender a tragar, a hablar, no podía mover sus manos, no tenía fuerzas para levantar una sola mano cuando llegó. Pero a la semana nos empezaron a hacer videollamadas y nos mostraban que ya podía hacerlo”, relata María Prieto, esposa de Gregorio. A los días, su marido comenzó a recorrer el pasillo de la UCI, apoyado en los kinesiólogos.
Gregorio logró el alta el 1 de marzo pasado, entre aplausos y fotos de los funcionarios del Hospital Metropolitano. “Lo fantástico y emocionante es que él se fue caminando, bajando escaleras”, recuerda Julieta Cornejo.
Al otro lado del teléfono, entre los recuerdos de Gregorio, que todavía habla con dificultad a propósito de la traqueotomía que se le practicó, cuenta que al despertar no tenía noción de dónde estaba: pensó que le habían dado un golpe fuerte en el cuello, porque le dolía. Sin embargo, con el pasar de las horas y la orientación de los profesionales de la UCI, entendió lo qué había pasado: habían sido casi tres meses sedado por culpa del virus.
Cuando desperté me acuerdo que tenía hambre, que quería tomar agua, pero no podía tragar aún, porque tenía que aprender de nuevo o se me podía ir el líquido a los pulmones. Fue tanto, que llegué a soñar con tomar agua.
Gregorio Ortega, 60 años
De a poco, y ya en su casa, ha ido recuperando fuerza en las piernas, recuperando la autonomía que le arrebató por meses el Covid-19. Aunque los esfuerzos menores aún le agotan, dice que está enfocado en recuperar su peso y volver a ser quien era antes.
El subsecretario de Redes Asistenciales, Alberto Dougnac, destaca que la UCI weaning “es el primer centro con estas características que existe en el sistema público de salud y que aborda una rehabilitación integral del paciente, además del proceso de desconexión de la ventilación mecánica, permitiendo su autonomía completa”.
Y aunque por ahora la unidad del Metropolitano es la única en el país, no se descarta implementar algo similar en distintos recintos asistenciales.
“Destaco que este es un equipo altamente especializado, cuenta con equipamiento moderno de última generación que asegura una más rápida y eficiente recuperación”, recalca Dougnac.
Por ahora, el equipo de la unidad está abocado a la recuperación de otros 16 pacientes que, como Gregorio, deben ganar una segunda batalla contra el coronavirus.