Cuando despierto me duele la cabeza, no sé si es por mala postura o sugestión; si apoyo el brazo derecho me duele mucho y, aunque hace calor, tengo un poco de frío, me tomo la temperatura y tengo 37, pero me dijeron que era esperable, por lo que tomo un paracetamol. Siento un cansancio generalizado y me pregunto: ¿Me pusieron la vacuna o el placebo?
Esa es la pregunta que me da vueltas desde que el lunes 14 de diciembre inicié mi participación en el estudio de Fase III de la vacuna llamada AZD1222, diseñada por AstraZeneca en colaboración con la Universidad de Oxford para prevenir el Covid-19, la enfermedad causada por el coronavirus. Para ello acudí hasta el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, que está formando parte de dicha investigación. La idea, me explican, es evaluar la eficacia y la seguridad de esta vacuna experimental.
A diferencia de la vacuna de Pfizer -que fue aprobada por el Instituto de Salud Pública de Chile el miércoles y que pronto se espera la llegada de las primeras dosis-, la AZD1222 usa un adenovirus recombinante de chimpancé, que ha sido atenuado para que no se pueda multiplicar o causar enfermedad en humanos. Este adenovirus sirve para transportar la proteína “spike”, que es un componente del virus causante del Covid-19 y se la muestra al sistema inmune para que, quien reciba la vacuna, la reconozca y genere una respuesta inmune. El mecanismo, dice el documento, permitiría generar una respuesta contra la proteína spike del adenovirus “disfrazado de Sars-Cov-2”, sin tener riesgo de Covid-19.
Apenas vi el formulario de inscripción de voluntarios para el estudio de la vacuna de AstraZeneca con la Universidad de Oxford quise participar. Había leído sobre la vacunóloga Sarah Gilbert de la casa estudios británica y que lidera la investigación. Me acordé de sus comentarios en una entrevista con el diario The Times en abril: “La preocupación ahora es que estamos haciendo esto con mucho menos tiempo con el que trabajamos normalmente. Estamos haciendo todo en paralelo. Nada de esto es nuevo para nosotros, solo que ahora hacemos varias cosas al mismo tiempo. En febrero testeábamos ratones y al mismo tiempo hacíamos las postulaciones para realizar pruebas en humanos, además hablábamos con los fabricantes”. Lo que explica por qué se fabricaron las vacunas en tan corto tiempo.
Incluso recordé que la científica de 58 años inoculó a sus trillizos y no estaba preocupada por ello. “Sabemos los efectos adversos, pero sabemos también la dosis que hay que usar, porque hemos hecho esto antes tantas veces. Obviamente, estamos haciendo una prueba segura, no estamos preocupados”, dijo en esa oportunidad.
Con eso en mente, llené un formulario simple, en el que preguntaban, la edad, si había tenido coronavirus, si tenía enfermedades preexistentes y mis datos de contactos. Al día siguiente me llamó una reclutadora para preguntarme cuándo quería asistir. A los pocos días me enviaron un mail con instrucciones de llegada, que llevara mi celular para la instalación de una aplicación y que tuviera medicamentos prescritos, en el caso que hubiera. Además, tenía la advertencia que todo el proceso podía durar más de dos horas. Y así fue.
Hasta 2023
Al llegar me pidieron el carnet de identidad y me entregaron un documento de 24 páginas con el título de Información para el Paciente y Formulación de Consentimiento Informado, el que tuve que leer mientras esperaba a que me llamara un médico o doctora.
Lo primero que señala el documento es que se trata de un estudio voluntario, aleatorio y doble ciego, es decir, ni los doctores ni yo sabremos si las inyecciones que colocan será la vacuna activa o el placebo. El documento explica que dos de cada tres participantes recibirán la vacuna.
También se destaca que tras los exámenes puedo decidir si participar o no, incluso puedo cambiar de opinión durante el proceso. “Nadie le reclamará por cambiar de opinión”, dice el texto. De participar se debe permanecer en el estudio durante dos años. En ese período se debe asistir al centro cinco veces para evaluación. Según el calendario que me entregaron, mi participación dura hasta enero de 2023.
El documento señala que como se trata de una vacuna que aún está siendo estudiada, “existe la posibilidad de que tenga algún evento adverso que sea severo o que no se haya observado anteriormente”. Si eso ocurre, indican, el médico del estudio podría decirme que no reciba la segunda dosis de la vacuna o el placebo.
El documento de información es muy detallado y explicativo. Por ejemplo, entrega un listado de los distintos síntomas que puedo tener en caso de que exista una reacción seria a la inyección. Estos van desde la hinchazón de labios, hasta la dificultad para respirar. Además, dan cuenta de las reacciones de otros voluntarios en otros países.
También me entregaron una lista de las reacciones que son esperables y que dependiendo de la duración me debo comunicar con el hospital, como son la falta de aire, fiebre, escalofríos, tos, fatiga, dolor corporal y de cabeza.
El texto también tiene información sobre la protección de los datos personales y que yo no obtendré ningún beneficio del estudio. Por otro lado, señala que en caso de que presente futuras complicaciones por la participación en el estudio, los costos de hospitalización y tratamiento médico serán cubiertos por el patrocinador del estudio.
Examen médico
Luego de haber leído el texto, me llamó una doctora, que me hizo todo tipo de preguntas, desde mi edad, dirección, profesión, hasta enfermedades, reacciones alérgicas, cirugías, y patologías tanto mías como de familiares. La entrevista es larga y es una suerte de conversación en la que uno puede resolver sus dudas. Luego, me tomaron la temperatura, la oxigenación y la presión. Me preguntaron si he leído el texto o si necesito más tiempo, pero no es mi caso. Entonces, viene la firma de consentimiento y para ello se cuenta con una ministra de fe, que también estampa su firma y certifica que soy voluntaria y cuento con toda la información necesaria.
La investigación de AstraZeneca invitará a participar a 30 mil personas en distintos países que cumplan criterios de inclusión, como ser mayor de 18 años, tener un buen estado de salud (se puede participar si se padece una enfermedad preexistente, siempre que esté estable y bien controlada), tener un riesgo más alto de contraer Covid-19.
El 9 de diciembre, AstraZeneca y la Universidad de Oxford dieron a conocer los resultados preliminares de la Fase III de los estudios clínicos en la revista Lancet. En ellos se señala que la vacuna tiene unos niveles de seguridad aceptables y es eficaz en una media del 70% y señalaron que podía llegar al 90% si se ajusta la dosis. Además, en una publicación de noviembre indicaron que el inmunizador es seguro y no causa efectos secundarios graves, incluso en ancianos.
En todo caso, estos datos contrastan con la efectividad del 95% mostrada por los preparados producidos por las compañías Pfizer y Moderna. Eso sí, el antídoto británico es más barato (2,5 euros) y fácil de conservar, porque no necesitaría tanta temperatura bajo cero.
Tras la entrevista médica vino el turno del chequeo físico. De esta manera, la doctora que me entrevistó me pesó, midió y además me tomaron un examen de embarazo. Luego me auscultaron y examinaron e incluso me preguntaron si tengo manchas en el cuerpo.
Posteriormente, me hicieron un examen de sangre, para ver mis niveles de inmunidad al momento de llegar, me indicaron. Los tubos con las muestras fueron rotulados con mi número de voluntario, que es mi identificador en el estudio. Luego fue el turno del PCR para determinar si tengo o no coronavirus. La médico me explicó que es posible que eventualmente yo haya llegado con coronavirus, como cualquier otro ciudadano, por lo que si llego a presentar síntomas en los días siguientes pueden comparar con el examen.
En caso de que contraiga coronavirus se me realizará un seguimiento diario y tres visitas para monitorear la evolución de la enfermedad. Incluso me podrían poner un brazalete, que es voluntario, para chequear mi estado de salud.
Una de las formas de monitoreo que tiene este estudio es mediante una aplicación en el que podré ir contando mis síntomas. Cabe destacar la organización y cuidado de todos los procesos de esa mañana, hace justo una semana.
Finalmente, llegó el momento más esperado: la visita al vacunatorio. Se trata de una serie de box en los que en una pizarra está escrito el número del voluntario. La inyección no duele, casi ni se siente. Luego, esperé unos 10 minutos hasta que el doctor a cargo me dio el alta. “Ojalá nos hayan puesto la vacuna”, me comenta otra voluntaria a la salida.
No fue sino al día siguiente que presenté los síntomas ya mencionados. Sin embargo, estos desaparecieron al segundo día y solo perduró el dolor del brazo hasta el tercer día, al igual que el cansancio. Nada muy terrible. Si fue vacuna o placebo tengo derecho a saberlo cuando comience la vacunación masiva.