York, el helado de Playa Ancha: una historia con traspiés que ahora busca llegar a todo Chile
Desde el verano de 2016, cuando Eduardo Sobarzo (42) asumió la administración de la fábrica, la venta del tradicional helado se disparó en un 300%. La empresa ya no solo distribuye en Valparaíso y sus alrededores, sino también en otras seis regiones. Pero el objetivo es llegar a todo el país y con la misma fórmula alcanzada en 1985.
Empezaba la década del 70 en Valparaíso y en el Cerro Playa Ancha los dueños de dos botillerías -Hugo Bensa y Carlos Pérez- comenzaban a gestar la idea de un emprendimiento que, con una serie de tropiezos, haría historia: la fábrica de Helados York.
Todo surgió cuando a Bensa le pagaron con 100 sacos de leche. El porteño, hijo de migrante español, no sabía qué hacer, hasta que su proveedor de Bresler -Bernabé Galindo- le sugirió una idea que más tarde no podría sacarse de la cabeza: utilizar la leche para producir helados.
Bensa se entusiasmó y convenció a Pérez, quien también era su cuñado, para comprar juntos las máquinas y concretar el sueño.
“Lo molestó tanto que... Era muy insistente. Le decía que hicieran los helados, que no había muchas fábricas de helados, hasta que por cansancio (Pérez) le dijo que sí”, relata Eduardo Sobarzo (42), actual administrador general y conocedor de la historia de Helados York.
Fue así como Bensa y Pérez instalaron su primera fábrica de helados. Al principio la llamaron Torino y estuvo ubicada en el Parque Alejo Barrios, donde anualmente se celebran las Fiestas Patrias en Valparaíso. La poca experiencia en helados que tenían los socios gatilló que el negocio no prosperara, tras lo cual optaron por separarse y dividir los insumos y máquinas que llegaron a tener.
Cuando ocurrió el Golpe de Estado en 1973, Pérez tuvo que salir al exilio y vender lo que le quedaba de fábrica. Y entonces Bensa le propuso a Galindo que compraran la empresa, todavía instalada en el Alejo Barrios. Sin embargo, el negocio de nuevo fracasó. Galindo, quien había quedado a cargo del proyecto, duró una temporada y cerró.
Pero Bensa lo intentaría una tercera vez. La fábrica que él había instalado en calle Levarte con las máquinas que se quedó tras su división con Pérez, y que llamó Helados York, tampoco rendía frutos. Así que nuevamente recurrió a Galindo, porque “dentro de su convicción, ceguera, tozudez, dijo ‘la única persona que puede llevar esto para arriba es Bernabé’ (Galindo)”, cuenta Sobarzo.
Y aunque el exvendedor de Bresler se negó varias veces, al final aceptó y a fines de los 70 se embarcó en el nuevo proyecto, y “terminó 38 años administrándolo”, añade Sobarzo.
Directo a la expansión
El actual administrador (llegó en 2016) cuenta que los suegros de Bensa vivían en Nueva York (Estados Unidos). Y para allá viajaba cada invierno, “para vivir siempre en verano”, dice. Fue después de uno de esos viajes que bautizó a la empresa con el nombre que la caracteriza, y que ya es parte del vocablo de los porteños.
Sobre la receta, Sobarzo cuenta que entre prueba y error, recién se terminó de cuajar en 1985. Y que pese a ajustar el producto a la normativa de etiquetado para los pequeños productores de alimentos, y no tener sellos y poder continuar vendiéndolo en los colegios (2019), el sabor sigue siendo prácticamente el mismo.
Otras cosas, reconoce, sí han cambiado. Una de ellas y, quizás, la más importante es la expansión de la empresa.
Desde que Sobarzo asumió como administrador la venta de helados “ha crecido en un 300%”, señala. Ya no solo es vendido en Valparaíso y sus alrededores, sino también en Santiago, Rancagua, Talca, La Serena, Concepción y, recientemente, Antofagasta. La meta es llegar, en seis años, a todas las regiones del país, dice el administrador de la fábrica, y seguir expandiendo la empresa fundada en 1974.
Helados York además ha innovado con su posicionamiento en redes sociales y la venta a través de su página web (ecommerce), desde donde hace pocos días se puede pedir el reparto de cajas a domicilio (de leche, de agua y con doble paleta) apuntando al público millennial, que quiere “todo delivery, todo inmediato”, explica Sobarzo.
También se han hecho cambios en la mano de obra: ahora emplea solo a venezolanos, que se desempeñan como vendedores, repartidores, peonetas, funcionarios de aseo, manipuladores de alimentos y jefes de turno.
“Este tipo de negocio es complejo porque trabajamos ocho meses y descansamos cuatro, entonces es de mucha rotación de personal. Y el extranjero viene a trabajar, es de mucho trabajo. Y la fábrica requiere de un gran compromiso de los trabajadores, y eso se ha conseguido con la mano de obra extranjera”, explica.
Y eso lo refrenda Frederick Peña, quien trabaja hace cuatro años en la empresa. Dice que le gusta su empleo porque “esta es una empresa que cada año veo que hay muchas mejoras. Desde que entré a la fecha, los cambios han sido muchos”.
Lo que no cambiará es el ícono de la empresa, asegura Sobarzo: la ilustración de una niña -hija del fundador, Hugo Bensa- tomando helado, logo característico de la empresa y ya parte de la identidad e imaginario del Puerto.
¡Helaaados Yooork!
“Al porteño no puedes tocarle el Wanderers. No puedes tocarle los Helados York, es como parte de su esencia como porteño, y eso ha caracterizado a la marca”, cuenta Sobarzo.
Una apreciación similar tiene Patricio Rebolledo (58), vendedor de estos helados desde hace ya 11 años: “El que viene a Valparaíso y no se ha comido un York, es porque no ha venido” dice categórico.
El “ventero” -como se denomina a los vendedores callejeros de helado- tiene su recorrido armado: parte a las 10:30 por la avenida Alemania -recorre la parte alta del Puerto- hasta que llega al Cerro Alegre, por donde desciende al plan (centro), no sin antes pasar por dos miradores. Luego toma una micro en dirección a Viña del Mar. Allá se baja a la altura de 15 Norte, donde está el mall. Y termina por calle Quillota, hasta que regresa al Puerto, a eso de las 17.30.
En la temporada de verano a Rebolledo le va bien, cuenta. Vende los York a $ 700 y critica que “el porteño es medio llorón, quieren que el que anda vendiendo le deje el helado al mismo precio que lo venden en la fábrica ($ 200), y no se puede... el sacrificio que hace todo el día uno es grande”.
Así todo, a este ventero le gusta vender esta marca de helado porque asegura que la gente los prefiere, por sobre el resto de las alternativas. “Es un helado tradicional y es mejor, no tienen tanto químico”.
Así, después de vender una paleta doble de chocolate en el Cerro Alegre, Rebolledo sigue su camino y alzando la voz repite una y otra vez: “Helaaados Yooork, Helaaados Yooork”.
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