Hace no tantas décadas, las mujeres en Chile no podían votar. También eran consideradas por nuestro Código Civil como los niños: incapaces. Era su marido, padre o tutor quien debía firmar con ellas cualquier transacción, escritura o negocio. Tampoco había penas para el maltrato en el matrimonio si el hombre era el malhechor.
Estamos hablando de hace hartos años, pero no de siglos.
Y los cambios que se han hecho a favor de la mujer (reduciendo al mismo tiempo el poder de los hombres) no ha sido menor, aunque claramente son tardíos.
Tenemos mujeres en la Presidencia, en el Parlamento y la judicatura. En gobiernos regionales y en las FF.AA.
En las empresas, a nivel de trabajadores son multitud: lo vemos en bancos y empresas de servicios. En la faena de los salmones y en los supermercados.
Sin embargo, a nivel de las cúpulas empresariales, su presencia es pobre (salvo en la Caja La Araucana, donde los hombres somos minoría).
No hay casi mujeres en las gerencias generales de grandes empresas. Tampoco en sus directorios. El cambio ha sido lento. Sobre todo considerando áreas como el manejo de recursos humanos -prácticamente "colonizado" por las mujeres- y el marketing, donde ellas reinan en no pocos lugares.
Esto es un fuerte -aunque tardío- reconocimiento a su sensibilidad en el manejo adecuado de las personas, a un nivel más cercano y personal. También a su creatividad y capacidad de captar los deseos y las necesidades de personas y familias.
Sin embargo, en las categorías de responsables en la toma de grandes decisiones empresariales están ausentes, lo cual impide a las empresas contar con las cualidades del sexo femenino de las que los hombres carecemos: la consideración de los detalles. Las implicancias humanas y políticas de las decisiones.
Prima aun el concepto de su falta de foco, de su detallismo que impide las decisiones rápidas y los cambios bruscos. Su menor agresividad (agresividad que sobra en el cruel mercado). Ellas sopesan muchas alternativas: muchas más que las que consideramos los hombres. Y nos quejamos de que "se quedan pegadas" en los detalles, sin considerar que el diablo siempre mete su cola en los detalles.
Puede que las reuniones con mujeres sean más largas. Puede que a ratos nos lateen. Pero qué importante es analizar no solo lo evidente, sino TODOS LOS CURSOS DE ACCIÓN POSIBLES. Y ahí las mujeres son indispensables. Porque ven ángulos que nosotros no vemos. Porque dudan frente a lo que los hombres damos como certezas.
También es cierto que ellas tienen estereotipos sobre los hombres, que no ayudamos, que somos al lote. Que no miramos los detalles. Que no escuchamos más que entre nosotros. Somos "acaballados", impulsivos y atropelladores.
Y para qué decir de los estereotipos nuestros respecto de ellas: indecisas, oblicuas, detallistas, lateras.
Ambos estereotipos poco ayudan a que nos sepamos apreciar y comprender. También es importante la práctica. Sin práctica es imposible aprender los códigos de cada sexo: fruto de siglos de tradiciones y prejuicios mutuos. Y las descalificaciones ("así son los hombres ..." o "y qué podías esperar... si no molesta es hombre...").
El paradigma en nuestras relaciones ya cambió, y seguirá cambiando muy rápido. Eso nos exige en las cúpulas de cada empresa aceptar los nuevos códigos. Adaptarnos ellas y nosotros a la nueva realidad. Apreciar la potencialidad de cada uno y apreciarla.
Ellas han demostrado que pueden: si no, miren a Merkel, a la Thatcher y a la Presidenta de Croacia, solo por nombrar a unas pocas. Y me salto a la Reina Victoria, Catalina la Grande e Isabel I de Inglaterra. Y más atrás, a la madre de los Gracos y a la tremenda conspiradora contra Julio César: Junia Tercia.
Mi consejo a los empresarios: no pierdan el tiempo. Apúrense o se perderán lo que ellas pueden aportar a las empresas.