Antes del amanecer del 30 de diciembre de 2006 todo se encontraba preparado en la base militar iraquí-estadounidense, Campo de Justicia, en el suburbio de Khadamiya, en Bagdad, para llevar a cabo la ejecución de Saddam Hussein. El ex líder iraquí había sido condenado por su rol en la masacre de 1982 en Dujail, en la que 148 personas fueron asesinadas tras un fallido atentado en su contra. Hussein había sido derrocado luego de la invasión norteamericana en 2003 y tras varios meses de vivir en la clandestinidad fue encontrado cerca de su ciudad natal Tikrit, el 13 de diciembre de ese año.
Según testigos citados por la cadena CNN, Hussein llegó a la horca con un aire desafiante, al punto que se negó a usar una capucha, vestido con una chaqueta negra y con el Corán en la mano. Cuando el nudo se le colocó alrededor del cuello, uno de los verdugos gritó: "¡Larga vida a Muqtada al-Sadr!", refiriéndose al clérigo chiita. Hussein, que era sunita, murmuró en forma burlesca: "Muqtada al-Sadr".
Han pasado 10 años desde la ejecución y el país más parece un Estado fallido. Por un lado, varias localidades del norte están bajo control del grupo yihadista Estado Islámico (EI). Eso, sin contar las divisiones sectarias y los efectos de la guerra. Y, si bien el gobierno de Haider al Abadi (chiita), en el poder desde septiembre de 2014, ha logrado el apoyo de sunitas y kurdos, algo de lo que no gozó su antecesor, ha sido acusado de corrupción.
"Irak era mucho más seguro y más rico antes de cualquier intervención estadounidense. Fueron los estadounidenses, su respaldo a Saddam y después su guerra y sanciones los que hicieron de Irak un país terrible para vivir", dijo a la red social Quora el ingeniero iraquí, Wael Al-Sallami. "Aún más, la guerra no mejoró las cosas de ninguna forma. En vez de vivir de forma segura en condiciones pobres, los iraquíes se volvieron -en cierta forma más ricos- pero perdieron todas las medidas de seguridad personales. Si tuvieron alguna vez un tirano al que le temían, ahora tienen a cientos más. La gente muere por tener la religión que tiene o el lugar de nacimiento equivocado. 2006, por ejemplo, fue peor que 1991 y 2003 juntos. Las milicias se tomaron las calles", añadió.
Wael Al-Sallami hace referencia a las divisiones entre sunitas y chiitas que han marcado la historia de Irak. La minoría sunita dominó el país desde su creación, tras la Primera Guerra Mundial. Cuando Saddam Hussein asumió el poder, en 1979, la comunidad sunita de la que él formaba parte concentró todo el poder, lo que por supuesto implicó la marginalización absoluta para los chiitas y la agudización de la violencia sectaria en el país.
Pero eso duró hasta la invasión liderada por Estados Unidos en 2003. Tras esa intervención el chiismo recobró protagonismo. Investido primer ministro de Irak en 2006, Nouri al Maliki formó un gobierno de mayoría chiita, lejos de su promesa de consolidarse como un líder de unidad. Su llegada al poder cambió la situación en el país, donde por años la mayoría chiita había sido liderada por una minoría sunita. Por lo que muchos consideran que el Estados Islámico aprovechó esta disputa para capturar el interés de los sunitas. El gobierno de Al Maliki se extendió hasta 2014, cuando fue reemplazado por Haider al Abadi.
Existe consenso entre los analistas que la crueldad del régimen de Saddam, la disolución del Ejército iraquí tras la invasión de 2003 y la consiguiente insurgencia y marginalización de los iraquíes sunitas por parte del nuevo gobierno de Bagdad dominado por los chiitas, contribuyeron al ascenso del EI, que es una escisión de Al Qaeda en Irak. La violencia ha dejado alrededor de 500 mil iraquíes muertos en 10 años.
En junio de 2014, los yihadistas del EI tomaron control de la ciudad de Mosul y se dirigieron hacia Bagdad, ganando notoriedad mundial, al amenazar con la erradicación de las minorías étnicas. El analista Hassan Hassan junto al columnista Michael Weiss señalan en el libro ISIS Inside the Army of Terror que si bien Saddam no anticipó la invasión estadounidense, preparó a su régimen para una rebelión local, ya sea de la mayoría chiita o la minoría kurda. Para ello, construyó un aparato subterráneo de contrarevolución y tomó precauciones para fortalecer disuasivos militares.
Según estimaciones de agencias de inteligencia occidentales, más de 100 ex miembros de las FF.AA. de Hussein se convirtieron en oficiales del EI. Fueron ellos los que le dieron la experiencia militar al grupo yihadista. Además, le permitieron acceder a las redes de contrabando que ahora facilitan el comercio ilícito del petróleo del EI. "Todos los que toman las decisiones son iraquíes y la mayoría de ellos son ex oficiales. Ellos están al mando y elaboran las tácticas y los planes de batalla. Pero los iraquíes no pelean, ponen a los extranjeros al frente", dijo un sirio al diario The Washington Post.
Actualmente, cinco mil tropas del Ejército iraquí, ayudado de los kurdos peshmerga, se encuentran en una batalla por recuperar la ciudad de Mosul a manos del EI. Se trata de la mayor operación terrestre desde la invasión de EE.UU.