Estamos en una "crisis de confianza". Esta semana lo dijo hasta la presidenta Bachelet. Lo reflejan también los resultados de una reciente investigación del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) donde apenas el 2,7 por ciento de las personas dijo que confía mucho o bastante en los partidos políticos. Ni el Congreso, ni los tribunales, ni el gobierno obtienen sobre el 15 por ciento en esa pregunta. Pero el problema no es sólo con las instituciones: el 78 por ciento de los encuestados afirmó que hay que tener cuidado con las otras personas y sólo uno de cada cinco cree que se puede confiar en ellas.
La desconfianza está ligada al individualismo e inversamente relacionada con la cohesión social, explica Marcela Ríos, oficial de gobernabilidad del PNUD. Se traduce en menos participación política y social y bajos niveles de asociatividad, todos índices en los que Chile está atrás comparado con el resto de Latinoamérica o el promedio de los países OCDE. "Una sociedad donde no hay actores colectivos fuertes defendiendo derechos, causas e intereses es una sociedad donde se atomiza e individualiza todo y cuesta mucho más resolver problemas públicos", explica Ríos.
Según Juan Carlos Castillo, académico del Instituto de Sociología de la U. Católica y subdirector del COES, cuando cae la credibilidad de las instituciones también se deja de confiar en los mecanismos para ascender, como el mérito, y se buscan alternativas. "Se me ocurren dos: el pituto, que supone costos para una persona que tal vez está mejor preparada que yo para un cargo, pero no tiene esta opción por el lado, y segundo, un mecanismo menos normativo, como la delincuencia". Castillo agrega que la gente concluye que "cada uno se rasca con sus propias uñas" y los problemas sociales se restringen al ámbito individual.
Puede que haya buenos motivos para desconfiar, pero los efectos de eso no sólo impactan la resolución de los problemas públicos, sino que también la vida cotidiana de las personas y la hace más cara, complicada o infeliz. Aquí recopilamos algunos ejemplos de ello.
Alarmarse
La desconfianza en los demás se traduce, entre otras cosas, en el temor a que nos hagan daño. Y el mejor ejemplo de que eso existe es que el negocio de la seguridad en Chile ha proliferado. El promedio de gasto mensual por hogar en quienes contratan estos servicios es de 26.913 pesos, según la VII Encuesta de Presupuesto Familiar (2013) del INE. De acuerdo con la empresa de sistemas de seguridad Bosch, Chile lidera la inversión de alarmas en viviendas en Latinoamérica. "Es cerca de un 15 por ciento más de inversión base que Brasil", dice Marcos Menezes, gerente de división de sistemas de seguridad de la empresa. En cuanto a la compra de sistemas de video, dice que gastamos lo mismo que el promedio. "Pero hay que tener en cuenta que, aunque se invierte igual, el nivel de delincuencia de otros países es más agresivo que aquí", agrega.
Los equipos de cámara pueden ir entre los 600 mil y los nueve millones de pesos, mientras que el precio de las alarmas es de entre 400 hasta más de un millón y medio de pesos. A eso se suma la instalación y el servicio de vigilancia 24 horas, que, por ejemplo, para los clientes de Prosegur es de alrededor de 34 mil pesos.
Pero además, en los últimos años los sistemas de seguridad en muchos casos han empezado a cumplir un nuevo rol: la supervisión de personas cercanas. "Los padres pueden controlar desde su dispositivo móvil a sus hijos cuando los tienen que dejar solos o con la nana", dice Natalia Zerega, jefa de marketing de Prosegur, empresa que ha visto cómo crece el interés por las cámaras ICloud que graban en tiempo real y cuyo costo de habilitación es de cien mil pesos. Otra tecnología para el control parental que ha sumado clientes es el GPS, que permite saber la velocidad con que manejan sus hijos y la ubicación, y cuesta 15 mil pesos.
El auto es otra fuente de gastos en seguridad: el dispositivo más económico para intentar evitar un robo en Autobahn cuesta 79 mil pesos y el más costoso llega a los 500 mil, un sistema completo de alarma con GPS que permite rastrear la ubicación del auto y cortar la corriente de éste con el smartphone. "Las personas ni siquiera confían en los estacionamientos pagados. Compran estos sistemas aunque tengan el auto asegurado", dice Franco Toro, jefe de tiendas Autobahn.
Producir menos y estresarse más
Los académicos de la Escuela de Negocios de la U. Adolfo Ibáñez, Wenceslao Unanue y Marcos Gómez, midieron cuánto afecta la falta de confianza de las personas en su lugar de trabajo. "¿Podemos rendir bien si no confiamos en nuestros jefes, si pensamos que nuestro compañero nos quiere 'aserruchar el piso', que nuestros trabajadores son flojos o que estamos en una organización deshonesta?", explica Unanue. Los investigadores aplicaron un cuestionario a 742 trabajadores del sector financiero, y entre otras cosas midieron cuánto rendían de acuerdo a lo que les exigía su organización.
El resultado fue que quienes tenían alta confianza en su lugar de trabajo eran un 22 por ciento más productivos que los que estaban en el grupo opuesto. Eso tiene un impacto monetario porque la mayoría de los trabajadores que participaron del estudio reciben bonos de acuerdo a su desempeño. Pero, además, el grupo con más bajo nivel de confianza mostró más síntomas de estrés o agotamiento emocional y depresión. "Eso lleva a mayor posibilidades de licencias médicas, con sus consiguientes costos para las compañías y para las personas", agrega Unanue. Según cifras de la Superintendencia de Salud, en 2014 se tramitaron 47.238 licencias por estrés, un 39 por ciento más que hace dos años, lo que le costó más de 11 mil millones de pesos sólo al sistema privado de salud.
Tener miedo a compartir
Globalizar la mentalidad del emprendedor chileno y convertir a Chile en un polo de innovación a nivel mundial. Esos son los dos objetivos del programa de Corfo Start-Up Chile, de acuerdo a su director ejecutivo, Sebastián Vidal. Pero cuando partieron, hace cuatro años, se encontraron con un inesperado obstáculo. "Nos tocaban la puerta y nos decían: 'oye, tengo una idea pero no te la puedo contar porque me la puedes copiar'", cuenta Vidal, quien estima que alrededor del 60 por ciento llegaba con ese temor.
"Al principio no podíamos creer que no le vieran valor a compartir una idea en un mundo ultramegaconectado", insiste, porque la base del programa está precisamente en la cooperación: contar la idea, compartir los progresos, aprender de las experiencias de fracaso de los demás y generar contactos. Hoy, por contrato, los emprendedores extranjeros que llegan a Start-Up Chile tienen que contactarse con los chilenos y hacer mentorías, en las que uno de los objetivos es inculcarles confianza. Y hay avances, asegura Vidal. "Cada vez van llegando menos desconfiados".
Dejar todo por escrito
Anualmente se realizan cerca de 10 millones de consultas y trámites privados ante notario. De ésas, cerca del 40 por ciento se hacen voluntariamente, como una forma que las personas han encontrado para resguardarse. El contrato de arriendo es un buen ejemplo. Según Alfredo Martin, vicepresidente de la Asociación de Notarios, Conservadores y Archiveros Judiciales de Chile, hace una década el contrato era de una carilla y media y hoy puede llegar a las ocho páginas: la garantía del mes ya no vale. Ahora se intenta dejar todo por escrito, por ejemplo, se estipula una multa diaria de 0,1 UF por atraso en el pago, se notifica que el arrendador es el dueño, para evitar el subarriendo, y hasta se hace un inventario fotográfico, comenta Tatiana Moyano, vicepresidenta de la asociación de corredores, Coproch.
Los contratos de compraventa, los préstamos de equipo entre amigos, las adquisiciones de bienes entre parejas o las reuniones de negocios entre familiares son otros de los acuerdos y actos en donde cada vez es más común que esté presente un notario, sin que sea obligatorio por ley. "Actuamos como justicia preventiva, están tomando resguardos frente a efectos que pueden costarles caro", explica Martin y agrega: "Lo curioso es que digan que hacen esto para que todo sea transparente, para no tener problemas después, cuando todos sabemos que es por la desconfianza en el otro, de resguardarnos de la viveza del chileno", dice.
Levantarse más temprano
Según una estimación del experto en transportes de la Facultad de Ingeniería de la U. Diego Portales, Louis de Grange, los usuarios del Transantiago agregan, en promedio, 50 por ciento más de su tiempo a sus viajes por la poca confianza que tienen en el sistema. Esto quiere decir que a los 40 minutos que dura el promedio de los viajes de los santiaguinos, le suman 20 minutos más. "La gente se pone en el peor de los casos porque no confía ", dice De Grange. Y esto se multiplica por las veces que se realizan transbordos, agrega.
En los dos últimos años, el nivel de desconfianza en el Transantiago es incluso más bajo que cuando se estrenó, explica Rodrigo Morrás, director del diplomado en Dirección de Servicios de la U. Adolfo Ibáñez. "Esto obliga a la gente a buscar un sustituto a largo plazo, como el auto, porque tratan de reemplazar lo que la estructura de transporte no le está dando, con todos los costos que eso implica", dice.
No relacionarse con el vecino
Según la encuesta Bicentenario, entre 2006 y 2013 pasamos de saber el nombre de diez vecinos a ocho. Mientras menos conocemos a las personas que viven alrededor nuestro, más fácil es que se produzcan problemas de convivencia. De hecho, hace cuatro años el Ministerio de Justicia creó la Unidad de Justicia Vecinal para que actúe como mediador de esos conflictos, que en cerca de un tercio de los casos son entre personas que tienen casas que colindan. Karina Cerda, coordinadora de la entidad, cuenta que la mayor parte de la gente que ingresa al programa no ha conversado con su vecino sobre el problema porque no lo conoce.
Eso a veces termina en juicios que, según la unidad vecinal, se gastan en promedio entre 300 mil y 700 mil pesos, dependiendo del tema, y que toman varios meses en resolverse. Según Sebastián Ruiz, gerente general del Colegio de Gestión y Administración Inmobiliaria, la desconfianza entre vecinos ha llegado a tal punto que incluso hay casos en que los sistemas de seguridad no se pone sólo para los ladrones, sino que también para controlar a vecinos, como por ejemplo al que creen que se roba el diario.
Corregir más
El 42 por ciento de los universitarios dice que ha copiado y pegado un texto sin citar, cifra que entre los estudiantes de media llega al 55 por ciento, según una encuesta del Departamento de Ingeniería Industrial de la U. de Chile. Las cifras les dan buenos motivos a los profesores para desconfiar y los obliga, además, a evaluar, a verificar que el contenido sea original, y a las universidades, a empezar a invertir en sistemas y software que permitan detectar el plagio.
"Nos dimos cuenta de que en la medida que crecía internet, este problema aumentaba, lo que es muy negativo en educación, porque el que copia no aprende", comenta Juan Velásquez, académico de ese departamento y director del proyecto DOCODE, un sistema que reconoce el porcentaje de copia de un escrito. Para utilizarlo, el usuario tiene que subir a la plataforma el documento electrónico que quiere chequear y este lo compara con trabajos anteriores, textos de la web y detectar si es auténtico. "Yo creo que en un futuro no lejano va a ser una variable diferenciadora el tener mecanismos que certifiquen la producción éticamente limpia", explica Velásquez.
Acordarse de muchas claves
El 45 por ciento de los consultados en un sondeo realizado por Tren Digital, tiene cuatro o más contraseñas para internet. Daniel Halpern, director de este think tank, dice que manejar tantas claves es una respuesta a la desconfianza generalizada, pero también resultado de las experiencias puntuales que han tenido los usuarios de internet. Por ejemplo, en la misma encuesta, a cerca de un cuarto le habían hackeado su email o las cuentas y uno de cada cinco decía que había recibido un email solicitando sus claves. Esta desconfianza en la red, explica Halpern, nos obliga a tomar resguardos que son al menos incómodos o demorosos. Por ejemplo, el 47 por ciento de los encuestados ha dejado de comprar en internet por temor a que hagan mal uso de sus datos y seis de cada 10 dice que no se conecta en lugares públicos a sitios que requieran sus contraseñas. "Ya no hacen las cosas cuando quieren hacerlo, por ejemplo transferir, porque no confían en la red. Llegan a la casa y puede que se les olvide también hacerlo", dice Halpern.
En el área de la banca se han desarrollado sistemas de seguridad cada vez más complejos para transmitir tranquilidad a los cerca de seis millones de clientes online que tienen, los mismos que a su vez exigen más claves y códigos porque están en permanente estado de alerta. A eso se suma el florecimiento del mercado de seguros contra fraude, que cuestan entre tres y seis mil pesos mensuales.
Asegurarse contra todo
Cada vez más desconfiados, cada vez más asegurados. Los chilenos tienen en promedio 4,5 seguros, gastan cerca de 420 mil pesos per cápita al año en ellos y el 35 por ciento de los vehículos cuenta con un seguro voluntario, de acuerdo a la Asociación de Aseguradores de Chile.
La VII Encuesta de Presupuesto Familiar del INE de 2013 entrega más detalles: el 4,81 por ciento de los hogares tiene un "seguro de salud" por alrededor de 20 mil pesos mensuales. Siguen en la lista los seguros de vivienda (4 por ciento de los hogares), contra accidentes (0,6 por ciento) y seguros de viaje (0,18 por ciento). El ítem "otros seguros", que no se especifican, lo han contratado la mayor cantidad de hogares: 1.016.759 (33,78 por ciento del total) y el gasto promedio por hogar de este ítem es de 14 mil pesos. La encuesta, eso sí, no incorpora los seguros de vida.
Además, según un estudio 2014 de la Superintendencia de Salud, el 38 por ciento de los usuarios de isapres tiene además un seguro complementario de salud, lo que revela que no creen que con el sistema de salud privada sea suficiente para cubrir sus problemas, pese a que todos los meses cotizan al menos el 7 por ciento de sus sueldos.
Temor a mezclarse en el colegio
Las familias chilenas evitan mezclarse con otras de niveles socioeconómicos muy diferentes al propio cuando escogen colegio para sus hijos y eso explica, en parte, la creación de un sistema escolar estratificado. Esa es una de las conclusiones de un estudio de Alejandro Carrasco y Carolina Flores, del Centro de Estudios de Políticas y Prácticas en Educación (CEPPE UC). Según éste, los padres prefieren las escuelas en que hay grupos similares o inmediatamente adyacentes. Este es un patrón generalizado en todos los niveles sociales, aunque los grupos altos y bajos son los más endogámicos. ¿Por qué? Entre otras razones, por desconfianza.
El 76 por ciento de los encuestados de grupos medios y bajos temía ser discriminados si entraban a un colegio de mayor nivel. Alrededor de la mitad consideraba que el resto de las familias no confiaría en ellos. No están muy equivocados: un colegio con familias de un grupo más bajo es visto como una fuente de conflicto entre los más altos por razones como: que "son agresivos" (60%), "hablan de una forma que no me gusta" (58,3%), "tienen valores que no comparto" (58,3%) o porque "no confían mucho en ellos" (48,4%).
De este modo, explica Alejandro Carrasco, con su elección los padres contribuyen a que los niños se eduquen en ambientes homogéneos y les traspasan su desconfianza. "A los niños se les impide educarse en contextos heterogéneos y aprender de las virtudes de otros grupos sociales o tipos de niños que en el futuro, al encontrarlos en su vida adulta, devienen en sujetos de desconfianza", afirma. La confianza interpersonal y el respeto al pluralismo no son actividades abstractas, sino que prácticas que se transmiten a través de la experiencia. Un sistema escolar polarizado, dice Carrasco, les quita a los niños la oportunidad práctica de convivir en la diferencia y a familiarizarse con otros modos de expresión. "Esta es la manera en que se construye la confianza interpersonal, para algunos, catalizador de la vida social, política, económica y cultural en sociedades complejas y multiculturales".