La anécdota quedó registrada así en los anales de la historia del arte: un día de 1917, y durante su estadía en Nueva York, el artista francés Marcel Duchamp, se dirigió a la tienda JL Mott Iron Works, en el 118 de la Quinta Avenida, y compró un urinario Bedforshire estándar. Al llegar a su taller, lo giró en 90 grados, le escribió con pintura negra el nombre R.Mutt y lo envío bajo el título La Fuente a la muestra anual de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, donde era parte del comité. Contrariados y sin saber qué dirimir, si es que se trataba de una pieza de arte o no, el resto del jurado decidió marginarla. Antes de perderse, el fotógrafo Alfred Stieglitz alcanzó a hacer un registro de la obra, que terminó siendo clave cuando décadas después, Marcel Duchamp decidió hacer réplicas, debido al revuelo mediático que finalmente tuvo La fuente. La jugarreta del francés surtió efecto: logró remecer los cimientos del establishment artístico al poner en duda si el valor de una obra estaba realmente en una creación original o en el contexto donde se insertaba. Cualquier cosa puede ser arte.

Hoy, cien años después y convertido en el hito fundacional del arte conceptual (que afirma que la idea de la obra es más relevante que el objeto en sí mismo), la historia oficial del urinario está siendo amenazada por quienes sostienen la teoría de que el autor sería otra persona. La primera pista fue una carta enviada en abril de 1917 por el propio Duchamp a su hermana Suzanne: "Una de mis amigas, que había adoptado el seudónimo masculino de Richard Mutt, me envió un urinario de porcelana como una escultura", escribió. Sin embargo, el francés nunca mencionó a otro colaborador, y menos a sí mismo como un simple receptor de la obra: después de todo, fue él quien decidió exhibirla. Otro dato, es que investigaciones actuales han descubierto que la supuesta tienda donde fue comprado el orinal no vendía en ese momento ese modelo.

En 2015, el historiador del arte John Higgs publicó un libro con la historia detrás de las obras más famosas y postuló algo que ya se venía insinuando desde hace años: la candidata más posible para ser la autora del urinario es la baronesa Elsa von Freytag- Loringhoven, poeta, escultora, performista (quizás una de las primeras) y musa de los dadaístas. Aunque la mayoría de los que la conocieron consideraron que su arte no tenía sentido alguno, su trabajo fue elogiado en su momento por Ernest Hemingway y Ezra Pound. Además fue amiga de Man Ray y Marcel Duchamp. Hoy pareciera que Elsa era demasiado adelantada a su tiempo y como mujer, posiblemente fue invisibilizada por la historia del arte.

Otro punto a favor de la baronesa es que, al igual que Duchamp, también usó objetos encontrados para hacerlos obras de arte, como God, un fierro de plomería montado sobre una pieza de madera, realizado también en 1917 y que hoy ya es considerada un readymade (término acuñado por Duchamp para este tipo de piezas) hermano del urinario. Claro que éste sí existe y está guardado en el Museo de Arte de Filadelfia.

Dejando las autorías a un lado, lo cierto es que Marcel Duchamp ya venía haciendo obras con objetos ordinarios desde 1913, cuando creó Rueda de bicicleta sobre un banquillo. Al año siguiente vino Botellero, hecho con un simple secador de botellas y que se considera su primer readymade realmente puro; y en 1915 Preludio de un brazo roto, hecho con una pala de nieve. Fue el urinario, sin embargo, el que hizo que la escena del arte temblara por primera vez.

Por esos años, Duchamp ya estaba trabajando en lo que quería que fuese su gran obra El gran vidrio - compuesta por dos vidrios separados: arriba está la novia y abajo nueve solteros que nunca la pueden tocar. Quedó inacabada en 1923. Entremedio, eso sí, se alejó del arte - rendido quizás en su lucha de elevarse por encima de la simple condición de artesano- y se embulló en el ajedrez. "Tiene toda la belleza del arte y mucho más. No puede ser comercializado, el ajedrez es mucho más puro que el arte en su posición social", declaró Duchamp en 1950.

Ese mismo año, el artista autorizó al historiador y consultor de arte Arturo Schwarz, a realizar las primeras dos reproducciones del urinario para ser expuestas en Nueva York y luego en 1964, ocho réplicas más, que fueron adquiridas por importantes colecciones entre ellas, el MoMA de San Francisco, la Tate Modern y el Centro Pompidou. Irónicamente y como suele pasar, la pieza que había insultado a la institucionalidad del arte, fue absorbida por el sistema y con el consentimiento del propio Duchamp.