Se rumoreaba que la puerta que custodiaba la antena de Canal 13, encumbrada en el cuarto piso de la Casa Central de la UC, estaba electrificada. Desde luego, eso no frenó el ímpetu de los estudiantes que el 11 de agosto de 1967 habían acordonado la entrada del edificio, en plena Alameda, en rechazo a la continuidad del rector, monseñor Alfredo Silva Santiago. No conformes con haberse tomado la universidad, ahora pretendían intervenir la transmisión televisiva para exponer lo que ocurría ahí dentro y despejar las dudas acerca del movimiento, que a esas alturas era tema obligado en la prensa y en las sobremesas de todo el país.
La toma duró apenas una semana, pero pasaría a la historia como una de las primeras acciones de protesta surgida en los patios universitarios. Ya para el 18 de agosto, y ante las presiones de la federación de estudiantes encabezada por el reformista Miguel Angel Solar, se había logrado destituir al rector designado por el Arzobispado de Santiago y que el cardenal Raúl Silva Henríquez designara en su lugar al arquitecto Fernando Castillo Velasco, el primer rector laico en su historia, quien se mantendría en el cargo hasta el Golpe de Estado de 1973. Así, la reforma y sus fervores tomaron vuelo hasta ramificarse entre sus pares, las universidades de Chile y Técnica del Estado, pero la voz de sus protagonistas parecía desvanecerse en el eco de las multitudes.
"Yo participé de la toma, dormí en los techos en saco de dormir y fui uno de los que trató de tomarse la antena de Canal 13", recuerda el actor Héctor Noguera, quien por entonces tenía 30 años y daba clases en la Escuela de Teatro de la UC, en Lastarria 90. "El proceso fue interesante no solo por tomarse la Pontificia Universidad, sino porque además levantó otros polvos: la famosa frasecita 'El Mercurio miente', por ejemplo -desplegada en un gran lienzo sobre la fachada de la Casa Central-, puso en entredicho y por primera vez la veracidad de ese diario, que era lo más cercano a la palabra de Dios", agrega.
Algunos años menor y a meses de egresar, la actriz Ana Reeves (1948), quien también estuvo en la toma, hace memoria: "Ese era otro Chile, pienso, uno más consciente y educado políticamente. Había una convicción muy fuerte en nosotros, pero también una ingenuidad tan grande que creímos que con la toma íbamos a cambiar la historia. Y no fue así. Se lograron cosas, sí, pero creo que el peor síntoma en una toma, incluida ésta, es que no todos los que la empujan están en la misma sintonía. De un lado están los dirigentes, con sus ideas siempre muy claras, pero, ¿y el resto? ¿Qué tanto se oye y considera al resto?".
El espejismo de un triunfo
Fueron las mismas preguntas sin respuesta las que al poco tiempo llevaron a un grupo del Teatro Ensayo, rebautizado por Fernando Codina y Enrique Noisvandercomo Taller de Experimentación Teatral (TET), a crear en colectivo un texto que vería la luz en el Teatro Camilo Henríquez recién dos años más tarde, con el título Nos tomamos la universidad. Escrita por el dramaturgo chileno Sergio Vodanovic y puesta en escena por Gustavo Meza, la obra obtuvo el Premio de la Crítica en 1969 y puso en escena la trastienda de una toma empañada por el triunfo comprometido, los pagos políticos, el desencanto y la agonía de las ideas, basándose en el caso aún fresco de la UC.
Llevada a escena por última vez en 2012, en la Universidad Mayor, Meza repondrá la obra este jueves 14 en la misma sala donde debutó y al mando de un grupo de actores egresados del Teatro Imagen, a 50 años del hecho histórico que encendió la mecha. "Montamos lo que ya existía en el texto para ver qué tanto podíamos encontrar de nuestro presente en él", dice el director. "Pero así como alguien decide poner en escena una obra sobre Pinochet y sabe que no será novedoso mostrarlo como un villano, en esta obra no podíamos endiosar la imagen del movimiento, aun cuando provocó una de las primeras reformas educacionales del país. Por eso el final no es heroico, sino uno más apegado a todo lo que vino después, cuando los sueños fueron aniquilados por otros", agrega.
Impulsado por la Fundación Fernando Castillo Velasco, gestora del proyecto, Meza recurrió a parte del elenco original, compuesto por Noguera y Reeves junto a los actores Francisco Morales, Violeta Vidaurre, Arnaldo Berríos, Silvia Santelices, Raúl Osorio y Ramón Núñez, con el fin de contrastar versiones del pasado y el presente.
Ambientada en el Santiago de esos años, una noche un grupo de ocho alumnos provenientes de distintas escuelas -Periodismo, Bellas Artes, Enfermería, Historia y otras- se escabulle por el techo y los pasillos de la universidad en la que estudian. Echan llave por dentro y se deciden a confeccionar un monigote con el rostro del rector, que será colgado en el frontis del edificio, dicen, el día que llegue la victoria. Pero falta algo: Ramón, encarnado por Núñez (al igual que el resto de los personajes, conserva el nombre de su intérprete) y autoproclamado líder -"un intelectual de izquierda, como les llamo yo", comenta-, es quien sucumbe ante las tentaciones del "Piojo" Henríquez, un reputado académico y ex dirigente que transa en sus ideas con tal de ascender. "Esa vuelta de chaqueta no estaba en la versión que Vodanovic había escrito en solitario, y por eso la rompió ante nosotros, pues no calzaba con lo que habíamos vivido. Fue un gesto suyo muy noble, y ponía al actor en un lugar que nunca había tenido", dice.
Eran las influencias que Fernando Colina recogió en EEUU, acota Osorio, quien al igual que Núñez no estuvo en la toma pero sí se sumó a las movilizaciones callejeras: "En esos años se vivían revoluciones en todo el mundo, en Cuba, entre los hippies y amantes del rock and roll, y desde luego en el teatro. Buscábamos generar un lenguaje orgánico y que prescindiera de la mayor cantidad de artificios, así como de la mera exposición de ideas. Nuestro objetivo era conmover e impactar al público con una historia que había sido tan nuestra como lo es aún para nuestros hijos y nietos", afirma el actor y director.
Fracturados internamente y resignados a deponer la toma, los incrédulos protagonistas de Nos tomamos la universidad exponen a duras penas el ocaso de las colectividades para dar paso a las zancadillas entre ex compañeros: "El triunfo fue inmediato, pero fugaz", dice Meza, "la derrota, en cambio, fue la que se sostuvo en el tiempo y la que más dolió", agrega. Para Noguera el final es "desencantador pero real, y no sólo atañe a lo universitario, sino también a lo político y en todas sus dimensiones". Osorio concluye: "Parece ser un ciclo eterno ese de soñar, intentar y volver a darse contra el pavimento de la realidad. Por eso esta obra es, en cierta forma, una versión comprimida de nuestra historia".